La muerte de la protesta*.

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Hace cuatro años el denominado “movimiento 15-M” hizo a muchos creer, entre ellos, a una importante cantidad de anarquistas/libertarios/antiautoritarios, que estábamos ante la “primavera árabe” española. Hoy asistimos a su muerte anunciada: La ausencia de gente en el aniversario del “movimiento” en Sol y la victoria electoral de muchas “candidaturas ciudadanas” firman la muerte de las movilizaciones como vía para lograr victorias en las luchas sociales (contra los desahucios, recortes, represión, etc.). A partir de ahora el objetivo es que todo vuelva al redil de cinco años atrás: política institucional, pactos de gobierno, decisiones en los despachos, conversaciones con la banca, la patronal… No hay motivo para extrañarse, algunos anarquistas y revolucionarios ya entendimos en su momento que todo lo que estaba sucediendo al respecto del movimiento de los “indignados” olía fuertemente a refundación de la izquierda tradicional, muy desgastada hace cuatro años. Y no sólo. También ha servido a la derecha para acometer una necesaria renovación (necesaria para el buen funcionamiento del sistema democrático), con su marca blanca Ciudadanos creciendo cómo la espuma como reflejo mimético de lo que sucede en su antagonista de izquierda.

Estamos, pues, en plena “segunda transición”. Los movimientos comenzados años atrás tendentes a apuntalar los podridos cimientos del régimen partitocrático, heredero directo del golpe de estado de 1936, comienzan a ver sus frutos: tenemos nuevo Rey, abierto, dialogante, plural y honrado; La psicosis de la “grecificación(1)” del conflicto social en España ha desaparecido por completo, ahogada en la “recuperación económica”, las mareas, las plataformas y finalmente los nuevos partidos; ahora también, nuevos rostros en la izquierda y la derecha, avalados por su pasado, militancia y honradez, nos cuentan los mismos camelos de siempre sobre la renovación, el “cambio”… Desde luego, ningún observador inteligente habrá dejado de tomar nota de los rápidos “cambios” y “renovaciones” que se han sucedido en la arena política este último año, desde las “cuchilladas” repartidas entre militantes de partidos de izquierda tradicionales por la huida masiva hacia Podemos y otras plataformas ciudadanas (apuesten al caballo ganador) hasta los contactos entre la “casta” y las nuevas agrupaciones políticas con posibilidades de gobernar. Del bipartidismo hemos pasado al cuatripartidismo, la misma polarización centro-derecha contra centro-izquierda solo que con cuatro actores en vez de dos. Un gran avance democrático, sin duda. El sistema electoral español de “representación proporcional corregida” -sistema D´Hondt(2)-, que desde el movimiento de los indignados tanto se enfatizo en querer modificar, continua inalterado y ya no parece interesarle a los nuevos movimientos político-ciudadanos (ya que ahora les beneficia), al igual sucede con las instituciones del Estado y sus fuerzas represivas (policías, ejército), antes duramente criticadas y ahora hasta alabadas por Pablo Iglesias en una famosa grabación, siempre que se comporten “democráticamente”, claro. La expresión “donde dije digo, digo Diego” resume a la perfección lo que está por venir.

Y efectivamente, parafraseando una frase muy sobada, si la transacción a la partitocracia de los 70/80 fue la tragedia, esta segunda transición es la farsa: no ha existido en estos últimos cuatro años ni una sola lucha o conflicto social con potencialidad para poner en peligro la estabilidad del sistema. A parte de leves conatos (25-S, algunas huelgas generales, Can Vies, Gamonal, Marchas de la dignidad) la paz social ha dominado el panorama. El fantasma del famoso “muerto” del que tanto hablaron hace tres años algunos medios de derechas (reforzando la tesis -o más bien pretensión- policial que afirmaba que los “antisistema” querían “provocar un enfrentamiento con las fuerzas de seguridad que derivara en alguna muerte” que hiciera a su vez “prender la chispa de la revuelta”) ha sido finalmente conjurado, y su desaparición ha propiciado un trasvase tranquilo de los viejos líderes a los nuevos. Encandilados por los cantos de sirena de estos nuevos líderes, algunos de los cuales cambiaron el “asaltar los cielos” de Marx por el “asaltar las instituciones” como Felipe González, muchos esperan que de las nuevas estructuras institucionales renovadas surja el tan ansiado “cambio”.

Pero ¿un cambio hacia donde?

Las propuestas de las agrupaciones políticas indignadas no pasan de ser los viejos programas socialdemócratas: ayudas sociales, vivienda pública, educación pública, inserción laboral de parados… ¿Es este el tan ansiado cambio? No es un cambio, es una vuelta a lo viejo, pero con la fachada renovada. En vez de abuelo colocado, tenemos abuela ciclista. Capitalismo sostenible. Capitalismo democrático. Capitalismo en bicicleta. Ahora bien, ¿como van a convencer estos funanbulistas a los capitalistas financieros o a las grandes constructoras para que abandonen sus políticas de especulación y destrucción del territorio? ¿usarán para ello a las Fuerzas de Seguridad? ¿O lo harán por arte de birlibirloque? Lo más probable es que solo puedan cumplir una mínima parte de sus programas y luego digan “es que no nos han dejado”, como se deja entrever ya con el tema de los desahucios (que según declaraciones a la SER de la ex-juez Carmena, actual alcaldesa de Madrid, «ya no existen», al menos, «de los que se entere el ayuntamiento») o como se ha visto este verano en Grecia con la quiebra del país y las maniobras propagandísticas de Syriza -el referéndum- mientras aceptaba un acuerdo de tercer rescate mucho más duro que el que fue rechazado en la votación(3).

No hay por qué “entender”, desde un punto de vista anarquista/libertario/antiautoritario, las motivaciones de todos los que han votado a alguna de las candidaturas políticas ciudadanistas con «ilusión por el cambio” o con el único fin de “echar al PP”, dada la coyuntura actual y las posibilidades reales que tienen de detener el empobrecimiento generalizado, la bajada o estancamiento de los salarios, la temporalidad e inestabilidad laboral, o de rechazar las políticas de las Instituciones internacionales que efectivamente controlan la economía (FMI, BCE, UE)(4). Este revival trasnochado de frentepopulismo contra las políticas de la derecha, gestado en las movilizaciones contra las “conquistas sociales y laborales perdidas” durante el gobierno Rajoy, parece que ha traído consigo la asimilación de una parte del ampliamente entendido movimiento libertario, que hace oídos sordos a la recuperación total de todos los aspectos de la protesta social, y que parece que está tratando de buscar su “espacio político” entre la izquierda ciudadana institucionalizada y los pocos grupos, colectivos y/o individuos que todavía hoy manifiestan posiciones anarquistas y/o revolucionarias.

Anticapitalismo, autogestión, asamblea, represión, lucha, auto-organización, palabras malditas patrimonio casi exclusivo durante lustros de la “marginalidad revolucionaria”, tan criticada hoy en día, pasaron a estar en la boca de todos los cadáveres izquierdistas en fase de reciclado durante el apogeo de las movilizaciones de los “indignados” en 2011 (algo así como “el corto verano de la #spanishrevolution”). Una vez vueltas las aguas a su cauce se abandonó la utopía para abrazar el realismo, la política a corto plazo, y entre frustrados (al no poder competir con la realpolitik) y engañados (por aquellos que gritaban en las plazas “que no nos representan” y “a-anti-anticapitalistas”) algunos libertarios han llegado al absurdo de dar por hecho que lo normal es votar, o que en todo caso es comprensible vista la situación con las políticas de derecha, en vez de alzar clara y rotundamente su voz contra el régimen parlamentario y el sistema capitalista denunciando sin piedad a sus gestores y a sus falsos críticos y defendiendo enérgicamente la abstención activa, la auto-organización, la autogestión.

El rechazo de la política, del Estado, de las Instituciones; su negación, la voluntad de destruirlas, es algo inherente a lo libertario. Practicar y defender la autogestión, el apoyo mutuo, la acción directa(5), la decisión horizontal, la igualdad económica y social… esta no sólo fuera de las instituciones, sino directamente enfrentado a ellas. Los que tratan de integrar los conflictos sociales (si es que no nacieron ya prácticamente integrados, como el movimiento de los indignados) y sacarlos de las calles para tratar de resolverlos en los despachos siempre han tenido un nombre: se llaman recuperadores. No debemos tener compadreos con ellos. No son nuestros compañeros en el camino hacia la libertad, la justicia social, la anarquía. Si realmente queremos avanzar en la construcción de un movimiento de lucha que sea verdaderamente revolucionario y que pueda llegar a ser una fuerza a tener en cuenta por nuestros enemigos, debemos separarnos de los que aspiran (y han conseguido) liderar el “asalto a las instituciones”, y dejar de ser complacientes con sus discursos o respetuosos en las críticas. Ayer como hoy, la integración en el aparato institucional es la negación de un cambio radical.

Nuestro mundo, el mundo que deseamos construir, basado en ese cambio de raíz de las relaciones económicas y sociales, no cabe en sus urnas. Somos conscientes de que no es un buen momento para sostener posiciones revolucionarias abierta y francamente, pero, ¿cuando lo fue? Hace muchas décadas ya que en suelo ibérico desapareció la amenaza efectiva de un movimiento revolucionario de masas y libertario y no esperamos ver su resurrección, al menos a corto plazo. Reconocer esto no implica necesariamente tener que “rebajar el discurso” hasta casi calcarlo al usado por los movimientos políticos ciudadanos, ni andar cambiando de opinión y dirección según sople el viento como hace una veleta (y en este caso es evidente que el viento sopla a favor de la delegación y la social-democracia). Es evidente la necesidad de expresar nuestras ideas de una forma comprensible y clara, huyendo de los estereotipos y los clichés, pero sin que esto sirva de pretexto para reducir el amplio y diverso pensamiento y acción anarquista/libertario/antiautoritario a un mero apéndice crítico a la izquierda de los futuros aspirantes a la gestión de la sociedad cuyas normas y relaciones queremos destruir.

El capitalismo no se puede abolir por decreto.

Juan Luís Guerra.

* Texto escrito inmediatamente después de las elecciones municipales de mayo 2015.

NOTAS:

(1) Término usado por algunos medios de comunicación durante el 2012 para referirse a  la posibilidad de que España siguiera el camino de Grecia en el desarrollo de la crisis y de la respuesta popular.

(2) Los resultados de las elecciones no son un reflejo exacto de los votos: este sistema beneficia a los partidos grandes en perjuicio de las pequeñas agrupaciones.

(3) Habría que recordar el apoyo electoral de Podemos a Syriza durante la campaña electoral (con la presencia de Pablo Iglesias en el mitin de cierre de campaña en Atenas junto a Tspiras) y la identificación total entre ambas formaciones, que aún se mantiene en Podemos pese al «desplante» de Tspiras a Iglesias en el parlamento europeo y la traición de Syriza a lo votado por su pueblo.

(4) Esto, aún creyendo ingenuamente que absolutamente todos los dirigentes y cuadros de las nuevas agrupaciones políticas Ganemos, Podemos, Mareas, etc. sinceramente trabajen por el bienestar de la población y no por intereses propios. Además, algunos anarquistas vemos con temor el uso político que también pueden hacer de las fuerzas represivas y del aparato legislativo antiterrorista de excepción, sobre el cual no vemos que haya intención de generar ningún debate «ciudadano» sino más bien de continuar con la política de consenso en lo fundamental en materia antiterrorista, política que además está diseñada en sus lineas maestras por el consejo de la UE.

(5) Resolver los conflictos sociales directamente con el contrario, sin intermediarios estatales, judiciales o de la patronal.