Guerra a la guerra

Extraído de comunidadenlucha

El enemigo está aquí: es nuestra propia burguesía

Tras los salvajes atentados contra civiles en París, al parecer cometidos por fanáticos religiosos financiados por Estados Unidos para mejor maniobrar en el tablero geopolítico de Oriente Próximo, los Estados democráticos de toda Europa se esfuerzan por mostrar su verdadero rostro: la guerra y la represión.

Sin entrar en pormenores, incluso un periodista sabe que el extremismo religioso islámico, en cualquiera de sus innumerables ramas, viene siendo financiado por los Estados occidentales y muy especialmente por los Estados Unidos (con una participación notable del Estado de Israel)  al menos desde la invasión soviética de Afganistán. Los Talibanes, Al Qaeda y el Estado Islámico de Iraq y Levante no son tanto hijos de la religión como de las maniobras imperialistas desarrolladas en Oriente Próximo por todas los Estados democráticos que hoy se lavan las manos, lloriquean y claman venganza llamando a la guerra.

Las tropas francesas se esparcen por medio mundo en supuestas “misiones de paz”, amparadas por ese banquete permanente de ladrones y asesinos que es la ONU, para defender los intereses de los empresarios y accionistas franceses. Ahora la guerra imperialista que Francia y todas las potencias occidentales esparcen por doquier ha llegado a la metrópoli; y como siempre que la guerra imperialista llama a la puerta, quien pone los muertos es el pueblo, la población civil.

Como es sabido, cuando el capitalismo entra en crisis la guerra entre Estados se vuelve más encarnizada. La competencia –que  en la ideología del capital es el motor que todo lo mueve y todo lo consigue, regando con bienestar y progreso cada rincón del orbe –se torna bombas de racimo, ataques químicos y terroristas suicidas.  Y hoy el capitalismo está en crisis, la más profunda crisis desde 1929, agravada por una escasez creciente de energía y materias primas, exacerbada por una brutal crisis ecológica. La competencia se agudiza, los Estados lanzan sus tropas mercenarias por doquier y nos estalla en la cara: en Beirut, en Ankara o en París.

Quien haya atendido a los cantos de sirena que hablaban de recuperación económica y superación de la crisis tiene que despertar: la recuperación económica sólo supone una recuperación de la cuenta de resultados de las grandes empresas, apoyada en el empeoramiento general y permanente de las condiciones de vida de todos.

Quien pensara que la crisis capitalista se iba a saldar con una degradación de los estándares de vida (por emplear la jerga burguesa al uso) de la mayoría, que a pesar de todo nos permitiría vivir más o menos cómodamente en una sociedad mínimamente tolerable tiene que despertar; se tiene que olvidar de eso.

La vida bajo el capital es esto: sufrir sus crisis cíclicas, ajustarse a las condiciones que marca el mercado (en el que somos una mercancía más), y aguantar las bombas.

DEMENCIA BELICISTA E HISTERIA

“Francia está en guerra”, declaró solemnemente Hollande ante una Asamblea Nacional que unánimemente (también con los votos del muy izquierdista Fronte de Gauche) aprobaba días más tarde el Estado de excepción, que prueba que los supuestos derechos, libertades y garantías democráticas son una concesión del Estado que puede retirarse en cualquier momento. Muy fácilmente la legislación de “excepción” pasará a formar parte de la legislación ordinaria, como la Patriot Act en EEUU; o como en la democrática España, que descarga su legislación antiterrorista “de excepción” contra cualquier opositor que moleste al Estado (como muestran las numerosas detenciones de anarquistas en los últimos años).

Así, la guerra de Francia se desarrolla en suelo francés, y no contra ninguna amenaza terrorista sino contra su propia población. Instalando y difundiendo un clima de psicosis paranoica que sirva de pretexto para la comisión de todo tipo de tropelías: allanamientos, registros, detenciones masivas y arbitrarias, torturas, prisión gubernativa sin juicio. Control de prensa y censura previa, disolución de asociaciones, intervención de todas las comunicaciones privadas. Bajo el pretexto de la seguridad todo es justificado; quien se opone se convierte a su vez en sospechoso: los buenos ciudadanos nada tienen que temer ni que ocultar, de modo que colaboran gustosamente en la fiscalización absoluta de su vida entera por parte del Estado protector.

El clima de psicosis se ha propagado por toda Europa, y en toda Europa se prepara un Estado de excepción ordinario y perpetuo. Cuando la puerta de la represión se abre se abre para todos. Por la vía de la represión el Estado disciplina a su población, se asegura su obediencia y se dota de los resortes necesarios para barrer la disidencia. Se asegura así la correcta marcha de los negocios; más en una situación de crisis que no permite veleidades reivindicativas o –¡aún menos! -revolucionarias.

Y mientras en Europa la policía y la psicosis campan a sus anchas, en Oriente Próximo siguen lloviendo las bombas. Francia y Rusia, ahora aliados, bombardean alegremente Siria –y bien sabemos que cuando se bombardean objetivos militares las bombas suelen caer curiosamente en escuelas y hospitales –mientras Estados Unidos manda tropas. Suenan tambores de guerra y Oriente Próximo será una vez más el escenario donde se dirimen las educadas disputas de las democracias occidentales. Siria, El Líbano, Iraq, el Kurdistán ponen los muertos. Al fin y al cabo no resulta tan estremecedor un sangriento atentado en Beirut o un puñado de bombas de racimo cayendo sobre cualquier aldea siria.

LA GUERRA IMPERIALISTA: SIN OPOSICIÓN

A la histeria belicista desatada se han sumado sin vacilar la mayoría de partidos parlamentarios españoles. El PSOE, que ya lanzó a España a la primera guerra del golfo en 1990 colaborando en numerosas masacres de civiles, además saca pecho atribuyéndose la autoría del asqueroso “Pacto Antiyihadista” para endurecer el código penal firmado con el PP, cuya historia reciente habla por sí sola. Un impaciente Albert Rivera deseoso de destacarse por su belicismo pide el envío de tropas a Siria y más mano dura en el interior. Por su parte, la izquierda se reparte entre el pacifismo de palo de Podemos, un pacifismo con OTAN y generales metidos a diputados, y el pacifismo ramplón del “No a la Guerra” enarbolado por una moribunda Izquierda Unida.

Aprovechando la coyuntura, Mariano ofrece enviar tropas a África, poner una pica en Mali y descargar de la penosa tarea africana a Francia, que se podría emplear a fondo en matar gente en Siria. Como no parece que Francia esté muy dispuesta a renunciar a su parte del pastel africano, el gobierno español desmiente la oferta. Lo que queda claro es que el mundo es hoy un tablero en el que los Estados al servicio de los ricos hacen sus trapicheos y alianzas mientras que la población sometida a su dominio pone, una vez más y como siempre, los cadáveres. Los negocios, los resultados, los dividendos, los fondos de inversión así lo exigen.

Lo que nadie dice, porque no lo puede decir, es que la guerra es consecuencia directa de este sistema y es al capitalismo a quien cabe achacarle las bombas de Ankara (10 de octubre, 95 muertos), Beirut (12 de noviembre, 43 muertos) o París (13 de noviembre, 130 muertos). Lo que nadie dice es que un sistema basado en la explotación del trabajo y de la tierra, la producción de mercancías y en la competencia no puede sino provocar crisis cíclicas. Crisis que desembocan, porque no puede ser de otro modo, en miseria y en guerra. Lo que nadie dice, porque es necesario callarlo, es que bajo el capitalismo no es posible la paz. Que la mera existencia de los Estados, sus fronteras nacionales y sus ejércitos hacen que la única lucha por la paz que merece tal nombre es la lucha contra el capitalismo y por la destrucción del Estado.

¡Guerra a la guerra!

¡Contra el Estado de excepción! ¡Por la destrucción del Estado!