Al calor de los disturbios en Lavapiés. Reflexiones anárquicas

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La tarde y la noche del jueves 15 de marzo de 2018 quedará grabado en las retinas de muchxs. Mbage cayó fulminado. Este hecho es incuestionable. Nadie puede negar estas dos afirmaciones. Los maderos, los políticos y/o los periodistas podrán matizar que fue un accidente, que la policía municipal que perseguía a este chaval no tuvo nada que ver, que tenía una dolencia física previa y que si la abuela fuma. Para nosotrxs, el hecho inmediato, la circunstancia concreta que rodeó la muerte de Mbage nos es indiferente. Que no se nos malinterprete: la rabia, la frustración por lo que parece un nuevo asesinato policial (nota) ha sido la principal mecha que nos llevó a salir a la calle a los que éramos del barrio o bajarnos a Lavapiés los que no lo éramos. Para no dilatarnos diremos que motivos para los disturbios de la tarde-noche en respuesta a una nueva persecución policial racista había mas que suficiente, independientemente de la muerte de Mgbage.

Porque el «racismo institucional» no es sino una nueva palabra, que no sabemos muy bien por qué, se niega hablar claro: es el racismo ejecutado por el Estado. Un racismo estructural, amparado en un marco de legalidad democrática, el que hace que la maquinaria racista cumple su rol en el sostenimiento del actual orden y de la dominación en sus múltiples expresiones. Todo acto de resistencia y lucha contra el racismo del Estado tiene una base legítima y sobre esto se sustentan las barricadas, los enfrentamientos y escaramuzas contra la policía, los bancos apedreados y quemados, los daños a la propiedad estatal y empresarial y el rompimiento total de la normalidad del barrio. Porque este racismo estructural se manifiesta en las redadas racistas en los barrios, en las pelotas de goma de la Guardia Civil contra las pateras en el estrecho, en la tecnología de control y vigilancia de fronteras, en los campos de refugiados gestionados con dura bota militar en Grecia o en Bulgaria, en la explotación a la que somete el empresario al trabajador inmigrante, añadiendo una losa más en el peso que lxs explotadxs, por el mero hecho de tener que trabajar, tienen que soportar.

El racismo es una lógica necesaria para el correcto funcionamiento de otra lógica: la capitalista. El capitalismo no busca un perfil de racismo y xenofobia descontrolado e irracional que obedezca a lo impulsivo, dado que necesita de un flujo de mano de obra barata a la que explotar. Así genera el Estado con su infernal burocracia, en una muestra más de la biceflia estado-capital, todo un mecanismo de integración y regularización de las «personas sin papeles», para suplir las necesidades de los empresarios y el caprichoso mercado laboral. Necesita de fronteras permeables, no herméticas. De forma paralela, el Estado creará una dicotomía entre el inmigrante «bueno» y el inmigrante «malo»: el que se deja explotar y acepta el rol de inferioridad de sus expresiones culturales frente a los estándares culturales dominantes será en este caso, el «bueno»; el «malo» queda reservado para todxs aquellxs que prenden fuego a sus celdas en los CIE, para los que atacan a la policía cuando asesinan a sus amigxs o cuando muelen a pedradas a la guardia civil en la alambrada de Ceuta y Melilla. Esta lógica se verá trasmitida y normalizada por partidos políticos, izquierdistas varixs, trabajadores sociales, periodistas progres y demás alas izquerdas del sistema, temerosos de que las personas que sufren racismo y xenofobia rompan los márgenes que la protesta democrática y el ciudadanismo tolera y huyan de ese rol victimizador (y ¡racista!) que hace del inmigrante un individuo dependiente tratado con condescendencia casi cristiana.

Porque aquellxs que gobiernan (bajo cualquier signo) siempre se servirán del racismo, la xenofobia, el nacionalismo y mil mierdas más para enfrentar a lxs explotadxs entre sí, para generar jerarquías y enfrentamientos entre lxs oprimidxs para olvidar lo que nos une: todos aquellos y todo aquello que nos explota y somete en nuestra vida cotidiana. Ese recurso será empleado bajo el amparo del fascismo en sus expresiones más abruptas y puntuales (con un inquietante resurgir en los últimos tiempos). Pero no lo olvidemos, el racismo imperante y con mayor peso es un racismo democrático: el ciudadano de clase media, trabajador y con hijos, votante del PSOE y pagador de impuestos, temoroso de la inmigración ilegal y la inseguridad es un pérfil más común que el del skin head neonazi rapado. La mayor presencia de estos últimos en los últimos tiempos obedece a necesidades puntuales del capitalismo y sus fases, el racismo de los CIE, redadas y fronteras es administrado por la democracia.

La sociedad del control, la sociedad de la seguridad, la sociedad militarizada, la sociedad cárcel, la sociedad punitiva y la sociedad policial (la sociedad del Estado) genera en los explotados una normalidad donde la violencia ejercida por la ley, en forma de jueces, fiscales, carceleros, militares y policías, es el pan de cada día. En las palizas y muertes en cárceles y comisarías, en la persecución de las prácticas e ideas que se salgan de las barreras de la tolerancia democrática, en sus multas y porrazos, en sus torturas, en sus chulerías, en la prepotencia o el paternalismo con la que hayan decidido tratarte la próxima vez que te pidan la documentación, sufrimos los explotadxs la dura realidad de los que es un cuerpo policial. Y también los asesinatos: desde las decenas de asesinatos policiales racistas en en EEUU, pasando por las muertes en el estrecho de personas migrantes a consecuencia de disparos de de pelotas de goma por parte de la Guardia Civil. La policía cumple una simple función: proteger el orden vigente y defender la propiedad. Y para ello cuentan con el monopolio de la violencia.

Le retórica reformista de asociaciones, ONG, y partidos políticos (con Ahora Madrid y Podemos a la cabeza) tratarán de llevar esto al lodazal de la política, del diálogo y la investigación judicial. Llamarán a la calma y a la protesta pacífica. Los periodistas señalarán a aquellxs que queremos devolverle al Estado con fuego y destrozos lo que han hecho. Señalar a estos recuperadores y atacar a la prensa burguesa no es una tarea que debamos olvidar. El hostigamiento en la plaza de «Nelson Mandela» al consul de senegal, un día después de la noche de disturbios, es un buen camino a seguir.

Imposible nos resulta, como anarquistas, personas que por encima de donde hayamos nacido o el color de nuestra piel, nos une la aversión a toda forma de autoridad, no sentirnos impulsados a tomar parte activa en la rabia y en la búsqueda de venganza. Porque somos conscientes de la rabia que se desata cuando matan a un/a compañerx, cuando sentimos que unx de lxs nuestrxs cae a manos de los cuerpos represivos: recordamos a Carlo Giuliani (2001), a Alexandros Grigorópulos (2008), Sebastián Oversluij (2013) o Santiago Maldonado (2017). Cuando extendemos la rabia por Mbage, lo hacemos teniendo en mente a nuestrxs compañerxs caídos y por todos y todas las cuentas de sangre que el Estado tiene a sus espaldas.

Cuando las cosas se apacigüen, la lucha contra el racismo y le maquinaria racista sigue: plantándole cara al racismo en los barrios, en los controles racistas. Atacando los intereses empresariales que obtienen beneficios en la rueda de la maquinaria de expulsión o en el desarrollo de las tecnologías de control y vigilancia. En los CIE, esas cárceles para pobres sin papeles. Otra extensión más de la guerra social.

Cristina Cifuentes, presidenta de la Comunidad de Madrid ha afirmado: lo de anoche fue una revuelta callejera. Has dado en el clavo, escoria. ¡Venga la chusma y la turba!

¡Venganza por Mbage!
¡Policía asesina!

¡Contra el racismo y toda autoridad!
¡Viva la anarquía!

Algunxs anarquistas participantes en los disturbios de Lavapiés