La autoabolición del proletariado como el fin del mundo capitalista (o porqué la revuelta actual no se transforma en revolución)

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La autoabolición del proletariado como el fin del mundo capitalista (o porqué la revuelta actual no se transforma en revolución)

«La explotación, necesaria para sostener la economía, con la instauración generalizada del capitalismo

ha conseguido sobreponerse históricamente a los embates del proletariado,

pues nunca se han puesto en entredicho sus componentes centrales. […]

Si tan sólo fuese cuestión de explicar muy pedagógicamente los hechos, pasado mañana el viejo mundo

habría quedado atrás, pero no es así, lxs explotadxs se sienten cómodxs con sus cadenas porque

están entrampadxs en las relaciones sociales mercantiles que ocultan su explotación bajo el velo de

la conciliación democrática o la resignación nihilista, dos polos del mismo centro ideológico.»

-Anarquía & Comunismo N° 11. Santiago de Chile. Invierno 2018

«Pero a la vez, el proletariado sólo existe cuando toma conciencia de su condición

y lucha por su liberación, esto es, su autoabolición,

a través del ataque a las relaciones sociales e instituciones que lo mantienen dominado

y de la afirmación de sus intereses verdaderamente humanos,

no definidos ni mediados por las necesidades mercantiles.»

-Ya No Hay Vuelta Atrás N° 2. Santiago de Chile. Febrero 2020

La contradicción fundamental de la revuelta proletaria actual

En todo el mundo estalla la revuelta, pero en todo el mundo falta la revolución. ¿Por qué? A continuación, una respuesta tentativa pero contundente.

La razón coyuntural es porque esta sociedad de clases recién está saliendo de un periodo histórico contrarrevolucionario (aproximadamente desde la década de 1980) y entrando a un periodo histórico de ascenso e intensificación de la lucha del proletariado mundial contra el Capital-Estado mundial (2008-2013 y 2019-202?). Lo cual, a su vez, recién está empezando a alterar la correlación de fuerzas y las condiciones para una posible situación revolucionaria, en vista de que la revuelta proletaria ha hecho temblar a la burguesía y sus gobiernos, pero todavía no los ha derrotado ni enviado al basurero de la historia. Como dicen los compañeros del grupo Barbaria, este es un «periodo bisagra» que hay que verlo no como una fotografía sino como una película que contiene flujos (revueltas), reflujos (vueltas a la normalidad), nuevos flujos y un final abierto. Un periodo histórico que transita entre la contrarrevolución y una posible situación revolucionaria a nivel mundial; para la cual, sin embargo, todavía falta mucho.

La razón estructural o de fondo es porque el proletariado todavía no es una clase revolucionaria, a pesar de que hoy en día la crisis capitalista sea más generalizada y grave que nunca antes, y de que la actual oleada mundial de revueltas de los explotados y oprimidos sea un embrión y un jalón hacia delante de la revolución social o, al menos, de su necesidad y su posibilidad. Con mayor o menor grado de autonomía organizativa y de violencia callejera, la clase proletaria hoy en día está luchando contra el orden capitalista en casi todas partes, pero eso no es suficiente: en última instancia, el proletariado es revolucionario o no es nada, y sólo es revolucionario cuando lucha, no por “una vida digna y justa” como clase trabajadora, sino por dejar de serlo. Sí, el proletariado sólo es revolucionario cuando lucha por dejar de ser proletariado, esto es cuando lucha por su autoabolición. De lo cual hay ciertos síntomas y elementos en algunas luchas actuales (ej. luchas no por más trabajo y más Estado sino por otra vida, aunque parezcan luchas “suicidas”), pero todavía falta mucho para ello, porque en su mayoría los proletarios se siguen reproduciendo como clase del trabajo y, por tanto, como clase del Capital, y siguen interlocutando con el Estado sus demandas de tal reproducción. Hoy por hoy, entonces, la clase trabajadora mundial fluye y refluye entre ser clase explotada y ser clase revolucionaria. Esta es la contradicción fundamental todavía irresuelta de la revuelta proletaria en la actualidad y, por lo tanto, la razón principal por la cual no se transforma en revolución social.

Esto pasa a su vez porque, en esta época de subsunción (integración y subordinación) real y total del trabajo y la vida en el Capital, éste y el proletariado se implican recíprocamente –como dicen los compañeros de Endnotes–, se reproducen mutuamente “24/7”, unas veces se identifican y otras veces se enfrentan directamente. Relación de clase en la que, por supuesto, el polo social proletario es el que sufre toda esta alienación humana como clase explotada y oprimida y, por lo tanto, de vez en cuando se rebela contra tal condición. A lo cual, el Capital-Estado responde con represión y, sobre todo, con cooptación o recuperación de las luchas proletarias dentro de sus lógicas, mecanismos, instituciones, ideologías y discursos. Porque si no lo hace, comprometería seriamente su propia existencia. Así pues, desde el punto de vista de la dialéctica materialista y revolucionaria, en el actual ciclo histórico de lucha de clases la abolición del Capital implica necesariamente la abolición del proletariado y viceversa.

Sí, porque al fin y al cabo no se trata de enorgullecerse de ser proletario y luchar por una “sociedad proletaria” y menos aún por un “Estado proletario”. No se puede destruir la alienación con medios alienados, es decir con las propias armas del sistema (como creen los partidarios del “periodo de transición”, es decir del capitalismo de Estado llamado “socialismo”, sea por la “vía” que sea), ya que eso es “darle más poder al Poder”. Por el contrario, se trata de asumir el hecho de ser proletario como una condición social e históricamente impuesta, como la esclavitud moderna de la cual hay que liberarse colectiva y radicalmente. Se trata de dejar de ser clase explotada y oprimida de una vez por todas, suprimiendo las condiciones que hacen posible la existencia de las clases sociales. Dado que el proletariado condensa en sí todas las formas de explotación y de opresión, al mismo tiempo que todas las formas de resistencia y de alternativa radical, una vez abolido el proletariado, quedarían abolidos entonces el Capital, el Estado y toda forma de explotación y de opresión (sexo/género, “raza”, nacionalidad, etc.). Eso es la revolución social. Y sin duda esta no será un acontecimiento mágico que ocurra de la noche a la mañana de manera pura o perfecta, sino un proceso histórico y contradictorio que sin embargo tendrá ese fundamento y esa constante o no será.

Pero por el momento eso no es lo que está ocurriendo porque, a pesar de estar en revuelta en muchos países, el proletariado en su mayoría sigue luchando por reproducir su “vida” como clase trabajadora y no por acabar con su esclavitud asalariada y ciudadanizada. (Digo en su mayoría, porque también existen minorías proletarias que agitan contra el trabajo, la sociedad de clases y el Estado, pero que, por desgracia, no tienen mayor incidencia social.)

Y no lo hace sólo por alienación ideológica o “falta de consciencia de clase”, sino por necesidad material de sobrevivencia: vender su fuerza de trabajo en las actuales condiciones precarias y al precio que sea para poder cubrir sus necesidades básicas, tratar de valorizar su mercancía-fuerza de trabajo en el mercado laboral tanto formal como informal (o en el mercado de bienes y servicios, en caso de autogestión y trueque), bregar por subsumir aún más su miserable vida al Capital, reproducir y padecer sus relaciones sociales y sus formas de vida. La relación capitalista de clase está en crisis, pero sigue en pie. La clase trabajadora hoy en día es más precaria y sufriente que nunca antes, pero sigue siendo clase trabajadora.

Si bien el Capital ya no puede mantener a tanta población sobrante o excedente que su mismo desarrollo histórico ha producido en todo el mundo, sino que más bien se deshace de ella mediante guerras, pandemias, hambrunas, etc., así como también tiende a generar nuevos conflictos de clases, principalmente por parte de los trabajadores/as contra el aumento de la explotación y la pauperización o las llamadas “medidas de austeridad” de los gobiernos de derecha y de izquierda por igual; al mismo tiempo, la contrarrevolución capitalista aún no ha sido derrotada por el proletariado en el terreno económico-social y cotidiano y, por lo tanto, tampoco en el terreno político y organizativo, por más ilusiones ideológicas que se hagan los diferentes izquierdistas al respecto.

Por ejemplo actualmente en Chile, país en el que, por un lado, a pesar de las ollas comunitarias y de otras prácticas solidarias entre proletarios/as, la revuelta no da de comer, o no por mucho tiempo. La mayoría de la gente tiene que trabajar (formal e informalmente) para poder comer, pagar arriendo, educación, salud, servicios básicos, teléfono e internet, etc.; es decir, tiene que reproducir las relaciones de producción, circulación y consumo capitalistas. Y por otro lado, a pesar de la existencia de asambleas territoriales autónomas, la demanda mayoritaria de éstas es la “asamblea constituyente”; es decir que, en lugar de tomar el poder sobre su propia vida para cambiarla de raíz y en todos los aspectos, la mayoría de nuestra clase se lo delegará nuevamente al Estado democrático-burgués. Pero sobre todo, porque en su mayoría los/as proletarios/as siguen reproduciendo las relaciones capitalistas de alienación, opresión, explotación, competencia y atomización entre ellos/as mismos/as, incluso dentro de las asambleas, las barricadas y las recuperaciones territoriales. Y eso que la de Chile es la revuelta social más avanzada a nivel internacional en estos momentos, pero no por eso es “la revolución que comienza”, como dicen los compañeros del blog «Vamos hacia la vida», sino más bien una revuelta que está siendo derrotada por sus propios límites y obstáculos, por más autonomía organizativa y violencia callejera que aún se manifieste en ella. Como dicen los compañeros del Círculo de Comunistas Esotéricos: «La revolución se postergó, pero se instaló larvariamente la posibilidad de que se asome. Es necesario seguir alimentando sus posibilidades como se riegan las plantas, como se amamanta a un recién nacido, como se construyen los lazos afectivos: constantemente, cotidianamente. La batalla en estos momentos se perdió, pero sólo parcialmente. Hay avances que son necesarios de mantener. Así como retrocesos que hay que evaluar.» Y como dice otro compañero de allá, del blog «Antiforma», parafraseando a Vaneigem: «los que hablan de revolución y de lucha de clase sin referirse a la destrucción del tejido social y biopsíquico que podría sustentar un cambio decisivo, hablan con un cadáver en la boca.» Sin embargo, pase lo que pase en los próximos meses en ese país (en especial, después del plebiscito anunciado para abril del 2020 pero temporalmente suspendido por el coronavirus), será un hito en la transición –o  no– de un periodo histórico contrarrevolucionario a un periodo histórico posiblemente revolucionario a nivel mundial, que sin duda nos deja múltiples y valiosas lecciones a los revolucionarios de todas partes.

Por tales hechos es que, en esta época y en todo el mundo, el proletariado oscila entre ser clase explotada y oprimida por el Capital-Estado y ser clase revolucionaria o autoabolicionista. Fluctúa entre lo uno y lo otro, con o sin consciencia de que lo está haciendo y de lo que puede hacer. Esta es –vale recalcarlo– la ambigüedad, paradoja o contradicción fundamental todavía irresuelta de la revuelta proletaria en la actualidad y, por lo tanto, la razón principal por la cual no se transforma en revolución social.

Sí, la revuelta no es revolución. La intermitente reemergencia del proletariado mundial, y sus acciones autónomas y violentas contra las fuerzas represivas (de lo que también se hace espectáculo e ilusión, ej. la romantización de “la primera línea”), no son revolución. Pero “el Estado socialista de transición” y “la autogestión obrera desde abajo” tampoco son revolución (nunca lo fueron). La clave de la revolución social es la autoabolición del proletariado, que va de la mano con la abolición del valor, porque estas son las raíces o los cimientos del capitalismo, entendido como la dictadura social del valor valorizándose a costa de la humanidad proletarizada y la naturaleza.

La autoalienación y autodestrucción del proletariado como clase del Capital

De lo contrario, cuando no lucha contra las condiciones y las relaciones de clase capitalistas, cuando no lucha por producir de manera autónoma y consciente las condiciones y las armas (prácticas y teóricas) de su propia liberación, el proletariado es una clase del Capital y para el Capital, porque él es quien lo produce y lo reproduce a diario y en todo sentido, tanto objetiva o materialmente como subjetiva o espiritualmente. No sólo produciendo y reproduciendo valor y plusvalor económico, sino también valor y plusvalor cultural, ideológico y psicológico -esto es, produciendo y reproduciendo alienación humana en todas sus formas y niveles, sobre la base de la alienación fundamental y transversal de la sociedad capitalista: el fetichismo de la mercancía, es decir la cosificación, mercantilización y valorización monetaria de las relaciones humanas-. No sólo mediante la esclavitud asalariada y la servidumbre voluntaria -esto es, siendo ciudadanía disciplinada por el trabajo/consumo y fragmentada en miles de identidades particulares-; sino, sobre todo, cuando los proletarios no se reconocen o asumen a sí mismos y entre sí como tales, cuando se desconocen, se aíslan, no se solidarizan ni apoyan mutuamente, compiten, se engañan, se delatan, se estafan, se explotan, se dominan, se violentan de todas las formas posibles y hasta se matan entre sí mismos (de todo lo cual, sin duda la peor parte se la llevan las mujeres, los niños, los homosexuales, los negros y los indios).

En suma, el problema es la reproducción de las relaciones sociales y de poder capitalistas en la vida cotidiana, principalmente al interior del propio proletariado; es decir, no sólo por cómo los proletarios y proletarias se relacionan con la clase explotadora y dominante, sino principalmente por cómo se relacionan entre los mismos oprimidos y oprimidas para reproducirse como tales, siendo, como lo son, la mayoría de la sociedad. Y es que, durante la mayor parte del tiempo histórico (existen las excepciones: revueltas y revoluciones) y en todas partes del mundo, el proletariado se la pasa autoalienándose y autodestruyéndose humanamente en beneficio del Capital (del fetichismo de la mercancía, del valor, del dios dinero para el cual trabaja) y de todas las formas de explotación/opresión subsumidas dentro de su modo de producción y reproducción social (patriarcado, racismo, nacionalismo, etc.), en lugar de dirigir todo el aspecto subversivo de su miseria, su rabia y su violencia contra él; y, sobre todo, en lugar de luchar por reapropiarse de sus propias vidas y vivirlas en comunidad y libertad reales.

Ahora bien, como diría Marx, una sociedad no desaparece nunca antes de que sean desarrolladas todas sus fuerzas productivas y sus formas de vida (y de muerte), y nunca antes de que en su seno existan ya las condiciones materiales de nuevas y superiores relaciones sociales. Por lo tanto, la sociedad burguesa no desaparecerá sino hasta que el proletariado ya no pueda ni quiera vivir más bajo el modo de producción y de vida capitalista, y entonces comience a producir por sí mismo, por necesidad y deseo, relaciones sociales y formas de vida comunistas y anárquicas, que sólo podrán desarrollarse libre y plenamente mediante la revolución social, al calor del antagonismo de clases y la reproducción de la vida cotidiana. En las luchas sociales reales y las prácticas cotidianas donde los/as proletarios/as hacen esto, ahí se encuentra el germen de la revolución, del comunismo y la anarquía.

Como bien lo explican Endnotes y otros compañeros como Kurz, las revoluciones del siglo XIX y del siglo XX, pese a sus elementos y tendencias de carácter comunista y anárquico (ej. rechazo del trabajo y del Estado, del intercambio mercantil y la democracia), no dinamitaron las raíces y categorías fundamentales del capitalismo, sino que más bien las desarrollaron, modernizaron y generalizaron en todo el orbe desde la oposición, no sólo por la (re)acción contrarrevolucionaria de la burguesía mundial, sino gracias al mismo movimiento obrero-sindical, campesino y popular y a sus vanguardias izquierdistas que tomaron el poder estatal burgués o, en su defecto, que lograron que éste les conceda reformas económicas, políticas y sociales en clave asistencialista, desarrollista y nacionalista. De más está decir aquí, pero por si acaso, que lo que existió en Rusia, China, Yugoslavia, Cuba, etc. no fue comunismo sino capitalismo de Estado con otros administradores y otros membretes. Por su parte, las experiencias anarquistas y autonomistas de autogestión (desde Barcelona en 1936 hasta Chiapas y Rojava hoy en el siglo XXI) tampoco lograron romper y superar la dictadura social e impersonal del valor, el dinero, la mercancía y el trabajo, es decir el capitalismo. En síntesis, todas las revoluciones anteriores fracasaron en realizar el objetivo fundamental de la revolución comunista: la abolición de la sociedad de clases, empezando por el propio proletariado, que es el principal productor y producto de las relaciones sociales capitalistas.

Hoy sabemos que, pese a tales elementos y tendencias revolucionarias, no fueron causas ideológico-políticas –léase programa y partido– y militares –léase armas y uso de la violencia– sino causas materiales e históricas bien precisas –a saber: transición de la subsunción formal a la subsunción real del trabajo en el Capital, auge y crisis del movimiento obrero como opositor/desarrollador del capitalismo, nuevos ciclos de crisis/reestructuraciones y de luchas de clases–, las que determinaron que el comunismo no se haya realizado en épocas pasadas y que no haya sido realmente posible sino hasta hoy o de hoy en adelante realizarlo. Y esto no es “darle la razón a la teoría leninista y etapista del desarrollo capitalista y estatal de las fuerzas productivas”, como dice un compañero del GCI. Es «aplicar el materialismo histórico al mismo materialismo histórico», como decía Korsch; en este caso, a la concepción materialista histórica de la revolución comunista. Además que en la perspectiva comunizadora también se critica abiertamente al leninismo como una fuerza contrarrevolucionaria, y se comprende al comunismo como un movimiento real histórico-mundial que, debido a las causas ya mencionadas, todavía no se ha podido transformar en nueva sociedad.

Entonces, ¿por qué es posible –mas no inevitable– que el actual ciclo histórico e internacional de crisis/reestructuración capitalista y de lucha de clases esté empujando al proletariado a la revolución comunista mundial, en la misma medida en que lo está empujando a la extinción? Porque el progreso tecnológico de las empresas transnacionales, a fin de competir y obtener más ganancias y poder, lo ha convertido en su mayoría en una población superflua o sobrante (proletariado excedentario) a la que se le hace cada vez más y más difícil garantizar bajo este sistema, no sólo la producción de mercancías y de plusvalía, sino la reproducción de su propia vida en todos los aspectos. La contradicción tarde o temprano mortal del capitalismo es que desvalorice casi por completo a su principal fuente de valor y de riqueza: la fuerza de trabajo colectiva, la clase trabajadora. El hecho de que hoy en día exista tanta tecnología (como para reducir el trabajo humano al mínimo necesario) y tantos alimentos (como para dar de comer a más de la población mundial actualmente existente), pero que al mismo tiempo no exista tanto trabajo ni dinero ni estabilidad ni vivienda ni ambiente libre de contaminación ni salud ni nada para la mayoría de la población, genera malestar y protesta social. En la cual, el proletariado tan precarizado de hoy en día ha luchado no sólo por trabajo y por otro tipo de gobierno, o no sólo por más dinero, más cosas y mejores servicios, sino también contra el trabajo y contra el Estado-Capital, con o sin consciencia que lo ha hecho. Produciendo comunidades de lucha y de vida donde no media la competencia, el dinero ni la autoridad, es decir donde se crean y se experimentan nuevas relaciones sociales que subvierten las relaciones sociales capitalistas –otro mundo adentro y en contra de las entrañas de este mundo–, pero que duran lo mismo que duran tales luchas… como todo en estos tiempos “líquidos” y “difusos”.

No es coincidencia, pues, que esta época de crisis y revueltas sea, al mismo tiempo, la época del ejército laboral de reserva o de los trabajadores desempleados, subempleados y empobrecidos, compuesto en un considerable porcentaje por jóvenes con educación superior y acceso a internet y “redes sociales”, y con experiencia en rebeliones masivas e incluso en insurrecciones y “comunas”. Pero hasta ahí no más, porque la revuelta no es revolución. El capitalismo sigue en pie. Y esto, a su vez, porque el proletariado es la contradicción viviente que hoy fluctúa entre la autoalienación/autodestrucción y la autoemancipación/autoabolición a través de sus revueltas y vueltas a la normalidad.

La revolución es la resolución positiva de esta contradicción en movimiento: la revolución es la autosupresión/autosuperación radical del proletariado y, por tanto, del Capital, no por ideología sino por necesidad vital concreta, es decir cuando el proletariado sienta y asuma en la práctica social la necesidad de producir el comunismo y la anarquía para vivir, ni más ni menos. Mientras tanto, el capitalismo, con la plasticidad que siempre lo ha caracterizado, seguirá reciclando dialécticamente a su favor los combates y asaltos del proletariado. Y sus organizaciones de izquierdas seguirán reproduciendo al Capital y al Estado, aunque piensen y digan lo contrario (ver más abajo).

Todo esto -y no “la falta de partido” ni “la falta de programa”- es lo que explica material e históricamente porqué el proletariado, a pesar de ser numéricamente la mayoría social, todavía no ha destruido de una vez por todas este sistema de alienación, explotación, miseria y muerte que es dominado por la burguesía, la cual numéricamente es la minoría social. Esta es la respuesta a la pregunta que muchos proletarios nos hemos hecho alguna vez o nos hacemos a menudo, sobre todo en esta época de subsunción real y total de la humanidad en el Capital.

Sí, el problema no es sólo la “perversa” burguesía y el “maldito” sistema capitalista, sino que, por subsunción, el mismo proletariado ES el sistema capitalista: seamos realistas y honestos, nuestra clase no es, ni hay que verla como, “víctima”, “santa” ni “heroína” en esta historia: la mayoría del tiempo y por doquier se la pasa autoalienándose y autodestruyéndose humanamente, reproduciendo las relaciones de explotación y opresión capitalistas. Pero también, en tanto clase explotada y oprimida, el proletariado ha sido y puede ser clase revolucionaria, no necesariamente sino potencialmente, dependiendo de lo que haga o no en la lucha de clases para negar y suprimir su propia condición actual, para transformar las relaciones sociales capitalistas en relaciones sociales comunistas.

Porque es humanamente comprensible y reivindicable que nuestra clase se harte y ataque tal condición subhumana de cosa-mercancía explotable y desechable. Porque, dialécticamente hablando, en su autoalienación late la posibilidad de su autoabolición, dado que la desalienación recorre el mismo camino que la alienación (desde la alienación económica hasta la alienación religiosa e ideológica). Su autoabolición, entonces, implica necesariamente su autoliberación («la emancipación de los trabajadores será obra de los propios trabajadores» o no será), y su autoliberación implica necesariamente su autocrítica radical como clase. Porque la autocrítica le permite aprender las lecciones de sus derrotas para presentes y futuras batallas; es decir, porque la autocrítica es parte clave de la autoliberación, así como la «revolución en la revolución» lo es de la revolución. Y sobre todo porque, como bien decía Camatte, «en la actualidad, o el proletariado prefigura la sociedad comunista y realiza la teoría [revolucionaría], o bien sigue siendo lo que la sociedad ya es.»

Lo cual incluye e interpela principalmente a sus organizaciones, partidos, movimientos, colectivos, grupúsculos, sectas o «rackets» de izquierdas (marxistas-leninistas y postmodernas) y de ultraizquierdas (comunistas radicales y anarquistas), porque estos también reproducen las relaciones, lógicas, dinámicas, prácticas y comportamientos capitalistas. Principalmente, mediante su multiforme competencia política y de egos por ser la vanguardia autoproclamada que tome el poder del Estado “cuando llegue el momento histórico”, para unos, o que autogestione “desde abajo y a la izquierda” el Capital para “todes” en la vida diaria, para “otres”. Da igual, porque todas estas diversas organizaciones izquierdistas son, debido a sus prácticas y sus relaciones, una pieza de engranaje más de esta sociedad mercantil generalizada de la atomización, la competencia, el espectáculo y la ideología (entendiendo por ideología la conciencia deformada de la realidad que, como tal factor real, a su vez ejerce una real acción deformante, en palabras de Debord). Productos y agentes del mercado ideológico-político e identitario, estas organizaciones izquierdistas son el espectáculo caricaturesco y miserable de la lucha por la revolución… ad náuseam. Son capitalismo con apariencia “anticapitalista”.

Sobre todo en momentos de post-revuelta o de vuelta a la normalidad, como por ejemplo las organizaciones de izquierdas en Ecuador después de la revuelta de octubre del 2019 (en la cual participamos espontáneamente miles de proletarios «sin partido»), o como también ocurrió en Brasil después de la revuelta de junio del 2013… y en general en todo el mundo, antes y después de la actual oleada de revueltas.

Aun así, el problema no es sólo la izquierda del Capital o reformista y sus múltiples divisiones y competencias. El problema tampoco es la ideología ni la organización per se. El problema es cómo el mismo proletariado y sus minorías revolucionarias reproducen el capitalismo en la vida diaria, en la práctica, por más que su ideología y su discurso digan lo contrario.

La autoabolición del proletariado como la clave de la revolución comunista y el comunismo como movimiento real y contradictorio

Sin embargo, la única manera de combatir, destruir y superar realmente toda esta mierda es la lucha autónoma y revolucionaria de la humanidad proletarizada, incluidas sus minorías radicales. Así como también las formas cotidianas y anónimas de resistencia y solidaridad entre los oprimidos o los nadies «sin partido». Sí, en la misma contradicción dialéctica se halla la posibilidad de revolución, entendida como negación y superación de la negación. Esta contradicción existe realmente y ES el proletariado: clase explotada y clase revolucionaria. Porque la misma energía vital con la que reproduce este sistema de muerte, puede usarla para combatirlo, destruirlo y superarlo. Empezando por cuestionarse, revolucionarse y abolirse a sí mismo y por ende a las demás clases sociales, a fin de reapropiarse de su propia vida humana, al calor y sólo al calor de la lucha de clases. Asumiendo en la práctica que la lucha contra el Capital implica necesariamente la lucha contra su propia condición de clase. Lo cual puede sonar “suicida” pero, por el contrario, es liberador de las cadenas de la esclavitud asalariada y de toda opresión y alienación. Porque, como dice el compañero Federico Corriente, «hoy en día no hay más horizonte que el de la reproducción catastrófica del Capital y el ineluctable e incierto “salto al vacío” imprescindible para ponerle fin, que pasará por el asalto del proletariado contra las condiciones de su propia reproducción.»

De hecho, el único poder que les debería interesar a los proletarios -porque lo poseen, al menos en potencia- es el poder para autosuprimirse como tal y así suprimir la relación capitalista y estatal de clases. Como decían los compañeros de Les Amis du Potlatch, «la revolución será proletaria por quienes la realicen y antiproletaria por su contenido.» En eso consiste realmente la dialéctica materialista, histórica y revolucionaria, ni más ni menos: en asumir que el proletariado y la lucha de clases son parte fundamental o sustancial del Capital, a fin de luchar por dejar de serlo y así –y sólo así– dejar abolidas las clases y tal “dialéctica sistemática” misma. Esto y no otra cosa es la revolución proletaria, la revolución comunista. Claro que asumirlo y hacerlo (lo concreto) es millón veces más complicado que entenderlo y decirlo (lo abstracto). Y, a pesar de las revueltas proletarias actuales, todavía falta mucho para ello, por las razones expuestas en la primera parte de este trabajo.

De modo que aún tendrán que pasar muchas crisis, luchas, revueltas, insurrecciones, guerras civiles, pandemias, tragedias, contrarrevoluciones y derrotas para que el proletariado por fin logre –o no– asumir la necesidad humana e histórica de la revolución, tomar conciencia de su poder revolucionario, actuar como sujeto revolucionario y hacer la revolución social, cuya clave -vale insistir- es la autoabolición del proletariado (la burguesía ya no tendrá a quién explotar y oprimir), lo que es consustancial a la abolición del valor (las relaciones humanas volverán a ser humanas, pues ya no estarán mediadas por cosas-mercancías ni dinero), y a la transformación de las relaciones capitalistas y autoritarias en relaciones comunistas y anárquicas en todos los aspectos. No por ideología política alguna, sino porque será una cuestión material de vida o muerte, dada la catástrofe capitalista actual que, a futuro, será cada vez peor. Todo esto, en un tiempo cada vez más acelerado y violento.

Si: abolir el proletariado para abolir el capitalismo ha de ser –en realidad, siempre ha sido– el objetivo y la medida principal de la revolución comunista o comunizadora, en la práctica y, por lo tanto, en la teoría y la estrategia revolucionarias.

¿Y mientras tanto? Y mientras tanto, lo dicho: la lucha autónoma y revolucionaria de la humanidad proletarizada, el antagonismo y la solidaridad de clase tanto en la cotidianeidad contrarrevolucionaria (o en la lucha de clases no revolucionaria) como en las revueltas e insurrecciones (o en la lucha de clases revolucionaria), y sobre todo la creación y el desarrollo de nuevas relaciones sociales y formas de vida que rompan y superen las relaciones capitalistas. Porque no sólo se trata de reapropiarse y tener claro el programa histórico e invariante de la revolución comunista, y de luchar por imponer tal programa al enemigo de clase mediante un poder revolucionario. No sólo se trata de luchar por y hacer la revolución, se trata de SER la revolución. Como bien dicen los compañeros del Comité Invisible, «la cuestión no es sólo la lucha por el comunismo, sino el comunismo que se vive en la misma lucha.» Por lo tanto, el único “mientras tanto” o la única “transición” al comunismo es el mismo comunismo, entendido como movimiento social real e histórico que lucha por destruir la sociedad capitalista para transformarse en nueva sociedad sin clases ni Estados.

Sí, porque el comunismo no es la utopía o el ideal a implantarse en un futuro incierto y postergado ad infinitum. Como decía Marx, «el comunismo es el movimiento real que anula y supera el estado de cosas actual», cuyas premisas materiales ya existen y que sólo se puede realizar en el plano histórico-mundial, porque el capitalismo es un sistema histórico-mundial. Es el movimiento real del proletariado harto de serlo que destruye y supera el mundo capitalista, no por ideología sino por necesidad material y por libertad (libertad entendida como consciencia actuante de la necesidad. Por cierto, como también decía Marx, una conciencia comunista en masa sólo puede producirse mediante la participación en una revolución o transformación comunista en masa de las condiciones materiales y espirituales de existencia.).

Este movimiento ha reemergido en la última década y de nuevo es «un fantasma (que) recorre el mundo» y que asusta a la burguesía mundial. El comunismo es “un muerto que no para de nacer”. Es un movimiento real, vivo, que amenaza las bases mismas del sistema capitalista, pero que todavía no le da muerte y lo sepulta, debido a sus propios límites y contradicciones internos (ver más abajo).

Pero el comunismo no es un conjunto de medidas que se aplicarán después de la toma del poder, como creen los leninistas. Es un movimiento que existe desde ahora, pero no como un modo de producción (no puede haber un islote comunista dentro de la sociedad capitalista, como creen los autogestionistas), sino como una tendencia a la comunidad y la solidaridad irrealizables en esta sociedad, cuya clave precisamente son las prácticas de solidaridad y de comunidad entre los proletarios mientras luchan por sus propias vidas contra el sistema capitalista hasta poder abolirlo y superarlo, sabiendo o no que lo están haciendo. Sobre todo en situaciones de crisis y extrema necesidad: «In extrema necessitate, omnia sunt communia»: «en extrema necesidad, todo es de todos».

El comunismo no es un ideal o un programa a realizar; existe desde ahora, no como sociedad ya establecida, sino como germen, tarea, esfuerzo y tensión para preparar la nueva sociedad. Como dice Dauvé, «el comunismo es el movimiento que tiende a abolir las condiciones de existencia determinadas por el trabajo asalariado, y las deja abolidas efectivamente por la revolución.» Metafóricamente hablando, el comunismo es el feto y la revolución es el parto del mundo nuevo. Esto es la comunización.

Cuando es real, el movimiento revolucionario no es puro y perfecto sino impuro, imperfecto, limitado y contradictorio. Por lo cual, lo que en realidad lo hace revolucionario es asumir, sostener y tensionar esa contradicción interna para erradicarla y superarla; concretamente, erradicar y superar la reproducción de las relaciones capitalistas en su seno y con el resto de la sociedad. En otras palabras, el movimiento revolucionario o la comunidad de lucha revolucionaria real del proletariado es la contradicción viviente y, al mismo tiempo, la «tensión» (en el sentido que le da el compañero Bonanno) consciente, voluntaria y apasionada por suprimir y superar tal contradicción impuesta; esto es, por crear situaciones, relaciones y subjetividades revolucionarias –comunitarias y libertarias– que logren enfrentar, golpear, debilitar, agrietar, destruir y superar el capitalismo en la vida concreta de los individuos concretos, en tanto que constituye otra forma de ser y estar en el mundo.

Un paso adelante de este movimiento proletario real y anónimo vale más que una decena de programas y de «rackets» o grupúsculos de izquierda y ultraizquierda.

Sólo entonces la comunidad de lucha real prefigura o anticipa la comunidad humana real. Sólo entonces existe coherencia entre fines y medios revolucionarios (una de las enseñanzas principales del movimiento anarquista histórico). Y eso es hacer y ser la revolución entendida como comunización.

Nada de eso es puro ni perfecto, sino que es impuro, imperfecto, limitado y contradictorio, como ya se ha dicho: existe en tensión, ruptura y salto o cambio más o menos permanente –más bien intermitente– consigo mismo, como todo movimiento real y vivo. En efecto, el movimiento anticapitalista real es aquel que en los hechos subvierte y supera las condiciones capitalistas de existencia y sus propias contradicciones internas determinadas por tales condiciones. Aquel donde la acción directa, la abolición de la propiedad privada, la solidaridad, la gratuidad, la horizontalidad en la toma de decisiones que afectan la vida de todos/as, son hechos y no sólo ideas y palabras. Pienso en Exarchia (Grecia) y en los territorios Mapuche (Araucanía), por mencionar sólo un par de ejemplos concretos y actuales. Ahí están los gérmenes y tendencias de comunismo y de revolución hoy.

Entonces, periodo de comunización en lugar de “periodo de transición”. Esto significa que la comunización no va a ocurrir de un día para otro, ni por la existencia de una conciencia de clase en masa (encarnada y dirigida por “el partido”), ni tampoco por la existencia de muchas “comunas autogestionadas” (capitalismo con apariencia autogestionista y asambleísta), sino sólo a través de un proceso o un ciclo histórico-concreto y contradictorio de crisis/reestructuración capitalista y de lucha de clases real e internacional que, a su vez, es resultado, balance crítico y síntesis superadora de todos los ciclos de lucha anteriores (desde que existe el capitalismo hasta la fecha). Concretamente, el ciclo histórico actual, en el cual el proletariado, al mismo tiempo que está totalmente subsumido al Capital, reanuda su lucha de clase contra el mismo y, por lo tanto, contra su propia condición de clase explotada y oprimida, para así reapropiarse de su propia vida. Lo que es inseparable, en última instancia, de la lucha por comunizar todas las condiciones y medios materiales e inmateriales de existencia.

En efecto, «la producción comunista del comunismo», como dicen los compañeros de Théorie Communiste, sólo se puede realizar en el seno de las luchas de clases reales y, más específicamente, en el seno de las luchas autónomas del y dentro del propio proletariado para frenar el catastrófico progreso capitalista en curso y así defender nada más y nada menos que la Vida, por necesidad material, concreta, y también por consciencia emergente y actuante de tal necesidad. Tensionando, rompiendo y superando sus propios límites como clase del y para el Capital. Cuestionando, negando y superando su propia condición de clase social determinada y dividida por el trabajo y el dinero. Resistiendo, avanzando y saltando desde su autoorganización defensiva hacia su autoabolición positiva como tal. Tomando medidas comunistas inmediatas para el efecto.

¿Medidas comunistas inmediatas? Sí, porque las condiciones histórico-materiales actuales, esto es el alto grado de progreso y catástrofe capitalistas en todos los aspectos de la vida social, así como también las prácticas comunistas existentes en algunas luchas proletarias actuales, no sólo hacen posible sino urgente tomar medidas comunistas inmediatas. Es más, como dice Jappe, este es el único «realismo radical» o revolucionario posible hoy en día, toda vez que el reformismo del tipo “periodo de transición socialista” no sólo fue, es y será contrarrevolucionario por ser capitalista y estatista, sino que es objetivamente imposible en esta época. En efecto, dado que la actual crisis del Capital es crisis del trabajo, del valor y de la relación de clase, la revolución no sólo ha de consistir en abolir la propiedad privada, es decir expropiar por la fuerza a la burguesía y comunizar los medios de producción y los bienes de consumo: ha de consistir –en realidad, siempre ha consistido– en abolir el trabajo asalariado, la división del trabajo, el dinero, el intercambio mercantil, el valor, las empresas; y, en cambio, en generalizar el trabajo mínimo necesario, la gratuidad de las cosas y la toma de decisiones sobre la propia vida colectiva e individual, para así poder abolir todas las clases sociales y toda forma de poder estatal sobre la comunidad real de individuos libremente asociados que ha de formarse para producir y reproducir sus propias vidas según sus necesidades humanas reales. Como dice una tela recientemente desplegada en un balcón de alguna ciudad italiana: «Trabajar menos. Trabajar todos. Producir lo necesario. Redistribuir todo.» Todo esto, en territorios locales concretos y con vínculos internacionales reales. Inseparable de ello, también son medidas comunistas aquellas que supriman toda forma de segmentación, privilegio y opresión basada en el sexo/género, la “raza” y la nacionalidad. Y si se puede hablar y escribir de todo esto, es porque existen prácticas en algunas revueltas y movimientos antisistémicos actuales que ya lo prefiguran o anticipan como germen y tendencia reales.

Un ejemplo actual y concreto de medida comunista inmediata: los saqueos a supermercados en el sur de Italia, uno de los países más azotados por “la crisis del coronavirus”, por parte de proletarios ya precarizados y hoy por hoy desesperados, dado que, como ellos mismos dicen, «el problema es inmediato, los niños deben comer.» ¿Por qué es una medida comunista inmediata? Porque, pese a que no afecta directamente la esfera de la producción (como en cambio sí lo han hecho las recientes huelgas salvajes en ese mismo país), suprime en el acto la sacrosanta propiedad privada, la mercancía, el trabajo asalariado y el dinero, y satisface de manera inmediata necesidades básicas y comunes de los proletarios y sus familias. Las redes espontáneas, autónomas y anónimas de solidaridad y apoyo mutuo entre proletarios/as, que se han creado en estos precisos momentos en todas partes, también son una práctica comunista concreta. ¿Cómo se puede sostener este tipo de medidas en el tiempo y el espacio? Eso ya es otro tema. Por otra parte, también se puede considerar medida comunista inmediata el llamamiento a la «huelga universal de alquileres» (no pagar arriendos y ocupar casas desocupadas por la gente que no tiene casa) desde varios países del mundo (España, Francia, Suecia, Reino Unido, EE. UU., Canadá, Argentina, Chile, Ecuador, etc.).

Por el contrario, el otro mientras tanto posible es que el proletariado en su mayoría siga trabajando (incluyendo el trabajo de policía y de militar, y el “teletrabajo”), comprando, consumiendo, contaminando, votando, estudiando, facebookeando, twitteando, viendo netflix, comiendo “comida chatarra”, saliendo de fiesta, escuchando reggaetón y emborrachándose los fines de semana, drogándose hasta las venas, yendo al prostíbulo, al estadio, al concierto y la cantina… o a la iglesia, y siendo nacionalista, xenófobo, machista y violento (inclusive fascista) con otros proletarios y proletarias pero no con los burgueses y sus perros guardianes uniformados; o buscando trabajo sin poder encontrarlo y muriéndose de hambre, de depresión o de cáncer; o delinquiendo para luego pudrirse en la cárcel; o volviéndose “loco” para luego pudrirse en el manicomio; o cayendo en la paranoia social, el consumismo y el individualismo en los supermercados y en todo lado, cuando hay situaciones de pandemia (ej. coronavirus), emergencia sanitaria, medidas de austeridad y desinformación/idiotez masiva; o –lo que parece lo contrario pero no lo es– ingresando a militar en las filas de sus organizaciones de izquierda y ultraizquierda, creyendo que está “luchando por la revolución” y “siendo consecuente” con ello, cuando en realidad sólo está participando de la competencia política capitalista entre proletarios, competencia que no difiere sino sólo en la forma y el nivel de violencia de otras formas no políticas de guerra fratricida (pandillas, mafias, etc.), al mismo tiempo que tales sectas políticas se asemejan a las sectas religiosas por su modo dogmático de ver el mundo y por tratar a sus pares como borregos y soldados para su propia guerra contra “el enemigo” y por “la causa”.

En fin, el otro mientras tanto posible es la sobrevivencia alienada y, a la larga, suicida; es decir, que el proletariado siga autoalienándose y autodestruyéndose de millones de formas hasta extinguirse como humanidad, no sin antes dejar devastado el planeta, claro está, bajo el yugo del Leviatán capitalista (empresas y Estados).

Comunismo o extinción

Por lo tanto, el dilema actual e inexorable para la humanidad es: comunismo o extinción, revolución o muerte. Pero la revolución sólo tiene lugar en momentos excepcionales de la historia. La revolución misma es una excepción irruptora y decisiva en la historia de la lucha de clases y la normalidad social capitalista. Pero no es una fatalidad o un destino sino una posibilidad. No es inevitable sino contingente: puede como no puede ser. Depende de lo que el proletariado haga o no haga para ello. Porque el capitalismo no se morirá por sí solo ni pacíficamente.

La revolución tampoco es un acontecimiento que ocurre de la noche a la mañana instaurando el paraíso en la Tierra, sino que es un proceso histórico, concreto, contradictorio e inclusive caótico, que contiene flujos y reflujos, avances y retrocesos, rupturas y saltos, estancamientos y nuevos saltos. Es un proceso de transformación social de carácter radical y total que siempre ha sido y, sobre todo a estas alturas de la historia, es necesario y hasta urgente, porque es la única manera en que la humanidad proletarizada -que es la mayoría de la humanidad- deje de autoalienarse y autodestruirse como humanidad, y al mismo tiempo deje de destruir a la naturaleza no humana.

Sí: la comunización es la única salida revolucionaria de la crisis del capitalismo o, lo que es lo mismo, la única solución radical a la actual crisis civilizatoria, porque es la única manera para garantizar la reproducción de la Vida o, como diría Flores Magón, para su «regeneración» o reinvención.

Hay que producir, pues, esa excepción o irrupción histórica que es la revolución, ni más ni menos que por necesidad vital. Hay que gestarla y parirla. El comunismo es el feto y la revolución es el parto del mundo nuevo. Pero, como ya se dijo, esto depende de lo que el proletariado haga o no para transformar las actuales condiciones sociales y su propia vida, su propio ser colectivo y el ecosistema.

En caso de que nuestra clase no luche por la revolución total hasta el fin, la contrarrevolución seguirá reinando y la catástrofe o distopía capitalista en curso (crisis económica sistémica, tecnología de punta/“inteligencia artificial”, desempleo y miseria masivos, devastación de la naturaleza/crisis ecológica, pandemias, guerras, suicidios, etc.) terminará por extinguirnos como especie para siempre. Quizá sólo nos queden unas pocas generaciones antes de aquello. Y la cuenta regresiva se acelera cada vez más.

Por lo tanto, la actual crisis capitalista mundial y la actual oleada mundial de revueltas proletarias constituyen acaso la última oportunidad histórica para por fin iniciar el proceso sin retorno de la revolución comunista mundial, de la abolición y superación de la sociedad de clases y fetiches… o perecer.

¿Exagerado? ¿Apocalíptico? ¡Ya estamos viviendo el apocalipsis capitalista que es la crisis civilizatoria actual! ¡El futuro distópico es ahora! Nuestro ciclo histórico de crisis y luchas de clases acaso sea el ciclo 2019-2049…

¡Comunismo o extinción! ¡La autoabolición del proletariado es el fin del mundo capitalista! Proletarios de todo el mundo: ¡a luchar y autoorganizarse para dejar de serlo!

Un proletario harto de serlo

Quito, Febrero-Abril 2020

Posdata “pesimista” revolucionaria en tiempo de coronavirus

«El brote de la nueva sepa de coronavirus “Covid-19”, que ha ocasionó estragos en China desde fines del año pasado, ha rebasado fronteras y ha impactado en el resto del mundo, con ello, la inminente crisis económica no ha hecho sino adelantarse. La economía mundial ya está en plena crisis, los gestores del poder están pendientes a los grandes rescates financieros, la burguesía comienza a cerrar fábricas y despedir empleados tomando como pretexto la dichosa “cuarentena”. El desastre es inminente.

No obstante, es importante saber que las pérdidas monetarias no significan la caída del sistema capitalista. El capitalismo buscará en todo momento reestructurarse con base en medidas de austeridad impuestas a los proletarios para paliar todas las catastróficas consecuencias que traerá consigo. Y esto se debe a que los “golpes” que ha sufrido el capitalismo a causa de estos fenómenos, son simplemente pérdidas en su tasa de ganancia, pero tales pérdidas no alteran en lo absoluto su estructura y esencia, es decir las relaciones sociales que le posibilitan seguir en pie: mercancía, valor, mercado, explotación y trabajo asalariado. De hecho, es en estas situaciones cuando el capital reafirma más sus necesidades: sacrificar a millones de seres humanos a favor de los intereses económicos, haciendo que la polarización entre clases sociales se agudice y revelando con más fuerza en qué posición se encuentra la clase dominante, la cual realiza todos los esfuerzos a su alcance para preservar este estado de cosas. […]

Las contradicciones cada vez más agudas de este modo de producción (crisis, guerra, pandemias, destrucción ambiental, pauperización, militarización), que recrudecerán nuestras condiciones de supervivencia, no darán paso de manera mecánica ni mesiánica al fin del capitalismo. O mejor dicho, tales condiciones, aunque serán fundamentales, no bastarán. Porque para que el capitalismo vea su fin, es imprescindible la existencia de una fuerza social, antagonista y revolucionaria que logre direccionar el carácter destructivo y subversivo hacia algo completamente diferente de lo que presenciamos y conocemos ahora.

Querámoslo o no, no podemos dejar una cuestión tan importante como la revolución a rienda suelta, a la simple suerte. Es necesario experimentar la resolución a ese problema con base en la organización de tareas que puedan irse presentando, es decir, el agrupamiento para la apropiación y defensa de las necesidades más inmediatas (no pagar adeudos, ni alquileres, ni impuestos), pero también, la ruptura con todas las ilusiones y espejismos que nos llevan a gestionar las mismas miserias bajo otra careta. […]

No es necesario esperar la distopía o las escenas hollywodescas del apocalypsis, porque estas ya se manifiestan materialmente en distintas partes del globo, y de hecho superan con creces cualquier intento de representación en la ficción cinematográfica.

La actual pandemia del covid-19 es una etapa más en la degradación a la que nos lleva esta sociedad productora de mercancías.

Etapa ante la cual se reafirma que el verdadero porvenir sólo pende de dos hilos:

¡Revolución comunista o perecer en la penumbra!»

–Contra la Contra #3. ¿Colapso del sistema capitalista?
Algunas notas sobre los acontecimientos actuales. México DF. Marzo 2020