[Análisis] “Apología a la especificidad asociativa –A propósito del “sectarismo” (intrínsecamente) anárquico” (Partes I-IV)

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I parte: “Apología a la especificidad asociativa –A propósito del “sectarismo” (intrínsecamente) anárquico»

«[…] La Internacional fue fundada para remplazar las sectas socialistas o semisocialistas por una organización real de la clase obrera con vistas a la lucha […], la Internacional no hubiera podido afirmarse si el espíritu de secta no hubiese sido ya aplastado por la marcha de la historia […] Las sectas están justificadas (históricamente) mientras la clase obrera aún no ha madurado para un movimiento histórico independiente. Pero en cuanto ha alcanzado esa madurez, todas las sectas se hacen esencialmente reaccionarias. […] La historia de la Internacional también ha sido una lucha continua del Consejo General contra las sectas […] A fines de 1868 ingresó en la Internacional el ruso Bakunin con el fin de crear en el seno de ella y bajo su propia dirección una segunda Internacional titulada “Alianza de la Democracia Socialista”. Bakunin, hombre sin ningún conocimiento teórico, exigió que esta secta particular dirigiese la propaganda científica de la Internacional, propaganda que quería hacer especialidad de esta segunda Internacional en el seno de la Internacional. Su programa estaba compuesto de retazos superficialmente hilvanados de ideas pequeñoburguesas arrebañadas de acá y de allá: […] el ateísmo como dogma obligatorio para los miembros de la Internacional, etc., y en calidad de dogma principal la abstención (proudhonista) del movimiento político. Esta fábula infantil fue acogida con simpatía (y hasta cierto punto es apoyada aún hoy) en Italia y en España […] y también entre algunos fatuos, ambiciosos y hueros doctrinarios en la Suiza Latina y en Bélgica […] Las resoluciones 1, 2, 3 y IX dan ahora al Comité de Nueva York armas legales para terminar con todo sectarismo y con todos los grupos diletantes, expulsándolos si llega el caso […]»

K. Marx, Carta a Friedrich Bolte, 23 de noviembre de 18711 .

Desde la derrota del anarcosindicalismo español, la reiteración es un hecho frecuente en el contexto babélico en que penosamente acontece la vida del denominado «movimiento anarquista».2 Como si se tratara de El Día de la marmota3 , estamos condenados a repetir la misma experiencia de forma indefinida. Una y otra vez, los desplazamientos ideológicos y las conceptualizaciones ajenas cobran presencia en nuestras tiendas. Así —de nueva cuenta—, emergen en el debate las nociones de «secta», «sectarismo» y «sectario». No tenemos la menor oportunidad de escapar de este círculo vicioso. Al igual que a Phil Connors (Bill Murray) en la célebre comedia, todos los días nos remachan la misma canción (¡a las seis de la mañana!), obligados a repetirnos en un ciclo infinito del que no nos salva ni el suicidio.

Quizá, para quienes provienen de las llamadas «izquierdas» —que felizmente ya han evolucionado a posicionamientos «libertarios»— y hoy comparten codo a codo la misma barricada, estas imprecaciones siempre han estado ahí, al alcance de la mano. Listas para esgrimirse a la menor provocación. Por lo que asumen que tales palabrotas son parte de nuestro léxico o que se inscriben en una suerte de vocabulario universal del que tenemos que servirnos por obligación.

Para las y los compañeros que llevamos algunos años en la lucha, es inevitable la sensación de déjà vécu que provoca la remasterización de esta opereta bufa. En efecto, no es la primera ocasión que tenemos que enfrentar estos epítetos y, definitivamente, no será la última. Se repiten como mantra invocando la «aplastante marcha de la historia» (san Charlie de Tréveris, dixit). La triste constatación, es que esta liturgia ocurre, incluso, en los entresijos de la praxis —viva y actuante hoy mismo—, de la Tendencia Informal Anárquica (TIA). Una tendencia donde no caben las prácticas uniformadoras como tampoco tiene cabida la repetición; es decir, las intentonas frentistas ni las tentativas de «unidad táctica» y «responsabilidad colectiva».

La TIA se reafirma en la crítica y el conflicto permanente con todas y cada una de las formas y estrategias del poder; en la experimentación constante y la búsqueda incasable de la liberación total; en el marco de la guerra contra todo lo existente a través de la práctica continuada de la insurrección individual. Todo lo cual, debería entenderse como una tensión constante —no una realización—, incitada por quienes no alojan esperanzas en Revoluciones salvadoras ni regímenes porvenir y, hacen a un lado TODA la mitografía. Conscientes que la Anarquía no puede reducirse al decimonónico «asalto al cielo» ni a la trasnochada «trasformación» de ciertas estructuras; mucho menos, a la instauración de un sistema de (auto)gobierno ni al modo de (auto)gestión de la producción. Léase: las prácticas onanistas en torno al Comunismo libertario.

Sin embargo, estas anotaciones no deben concebirse como un pontificado que se ejerce desde el confort de la neutralidad y/o la abstracción ideológica, sino que aspiran ser una reafirmación de principios profundamente autocrítica. Yo también (en algún momento de mi vida) caí en la trampa de la «unidad táctica» y renegué de nuestro «sectarismo» en aras de «la unidad de las luchas revolucionarias», cuya concreción resultaba ser el desiderátum de las reflexiones de época. Basta una lectura rápida de los desvaríos frentistas de Guillén4 , para aquilatar el tamaño monumental de las desvirtuaciones sesenteras, setenteras y, hasta ochenteras, del recién bautizado «anarquismo revolucionario», fuertemente influenciado por la Autonomía leninista.5

Pero aquellos experimentos que hoy nos resultan enteramente absurdos —a cuatro décadas de distancia—, no eran producto de la repetición. Muy al contrario, pretendían reorganizar el campo de entendimientos y significaciones de una cosmovisión anárquica que enfrentaba desplazamientos y reubicaciones conceptuales en busca de condiciones favorables que le permitieran abandonar el inmovilismo al que había sido condenado el «movimiento». Se enfrentaba, entonces, una transformación societaria con profundos cambios en la configuración de clases, actores y potenciales «sujetos revolucionarios»; en un contexto donde el trabajo comenzaba a perder su condición central.6 El propio Estado se alejaba de aquél papel vigoroso que sustentaba el principio de autoridad, atravesando un proceso de redefinición de su rol histórico.

A la luz de estos eventos, el resurgir de la desfachatez anárquica animó un conjunto de prácticas transgresoras impregnadas de hedonismo —con su inocultable afición por la libertad intransigente, su pertinaz aliento insurreccional y su talente parricida—, que sustituyeron de inmediato y sin demasiados cargos de conciencia, los modelos acéticos y sacrificiales de los recipientes organizativos tradicionales (ya fuesen sindicatos libertarios, federaciones de síntesis o partidos especificistas), animados por la informalidad y el placer de la acción anárquica. A la vez que dejaba constancia del imperioso esfuerzo de contrastación, refutación e incluso secesión de la hegemonía revolucionaria de la época (definida por la ortodoxia marxiana-leninoide), remarcando los elementos de distinción teórico-práctica que nos convierten, desde tiempos inmemoriales, en una «secta»; o sea, en una especie distinta y en una expresión radical de ruptura; lo que nos ha permitido siempre reconocer y desarrollar nuestra singularidad.

Aquella herejía nos hizo acreedores entonces, como nos había hecho antes y nos vuelve a hacer ahora, del apelativo «sectarios». Es decir, quienes alimentan la «doctrina que se aparta de la ortodoxia» o se «secciona».

Esta acusación, no solo se nos imputaba desde la visión eclesiástica totalizadora del fascismo rojo que sometía las luchas por aquellos años, sino se esgrimía también desde las desvirtuaciones pragmáticas del anarcoleninismo, en impúdica armonía con la gramática del frentismo anti-imperialista. Lamentablemente, muchos compañeros y compañeras huyeron de nuestra «secta» enarbolando banderas ajenas y se sumaron al redil de la «Iglesia». Algunos ofrendaron sus vidas, impregnados de fe, consolidando dictaduras; otrxs, hoy militan en partidos electoreros como el Partido por la Victoria del Pueblo.7 Desde luego, más allá de sus pretensiones hegemónicas, estas «opciones» ideológicas y organizativas —trazadas en cada uno de estos ámbitos—, estaban demasiado emparentadas con la especialización vanguardista, el reformismo socialdemócrata y la demagogia populista (según los casos), como para que los «sectarios» de ayer, de hoy y de siempre las consideráramos atractivas.

Gustavo Rodríguez,
Planeta Tierra, 19 de octubre de 2021.
(Extraído del folleto «Apología a la especificidad asociativa»).

1. «Briefe und Auszüge aus Briefen von Joh. Phil. Becker, Jos». Traducido del alemán. Dietzgen, Friedrich Engels, Karl Marx und A. an F. A. Sorge und Andere, Stuttgart, 1906; disponible en ruso en Marx, K. y Engels, F.; Obras Escogidas, 1ª ed., t. XXVI, Moscú, 1935. En español se encuentra recogido en C. Marx y, F. Engels, Obras Escogidas, en tres tomos, Editorial Progreso, Moscú, 1974, t. II. Se puede consultar una versión íntegra de esta carta en la edición digitalizada de KCL, Bakunin, Mijail; La Libertad: https://circulosemiotico.files.wordpress.com/2012/10/bakunin-la-libertad.pdf (consultado: 18/10/2021).

2. Un ente extremadamente heterogéneo, incapaz de producir las modificaciones críticas, metodológicas y organizativas que permitan la reaparición protagónica de la Anarquía en nuestro tiempo y el desarrollo de su potencia negativa.

3. Groundhog Day (El día de la marmota en Argentina, Chile, México y Venezuela; Hechizo del tiempo en el resto de Latinoamérica y, Atrapado en el tiempo en el Estado español), es una comedia de ciencia ficción estadounidense, realizada en 1993 bajo el sello Columbia Pictures. Fue dirigida por Harold Ramis, con libreto del propio Ramis en coautoría con Danny Rubin y, protagonizada por Bill Murray (Phill) y Andie MacDowell (Rita).

4. Vid., Guillén, Abraham; Desafío al Pentágono. La guerrilla latinoamericana, Editorial Andes, Montevideo, 1969; Estrategia de la guerrilla urbana, Ediciones Liberación, Montevideo, 1970 y; Lecciones de la guerrilla latinoamericana, en: Hodges Donald C. y Guillén, Abraham, Revaloración de la guerrilla urbana, Ediciones El Caballito, México, D.F., 1977.

5. No olvidemos que la hegemonía marxista-leninista tiene más de siete décadas; durante este prolongado período ha impuesto sus expresiones modélicas en nombre de la «unidad revolucionaria» produciendo descomunales desvirtuaciones en nuestras tiendas. Tales desvirtuaciones, llevaron al Movimiento 2 de Junio a diluirse en la Fracción del Ejército Rojo (RAF) y las Revolutionäre Zellen (Células Revolucionarias) —huyendo del «sectarismo» en el marco del frentismo revolucionario— y a operar con apoyo de la Stassi y la KGB, hasta concluir sus días como mercenarios a las órdenes de Saddam Hussein y Al-Fatah, presumiendo el más pedestre antisemitismo. Indudablemente, para estas agrupaciones anti-imperialistas no había contradicción en colaborar y coordinarse con los esbirros de la policía secreta alemana y soviética. Desde su perspectiva frentista, en contra del «sectarismo», todas estas agencias represivas eran aliados «tácticos». Como diría Joaquín Sabina: “Siempre que luchan la KGB contra la CIA, gana al final, la policía”.

6. Esto fue así, al menos en aquellas sociedades que poseían una extraordinaria acumulación de bienes disponibles y habían alcanzado «un sorprendente desarrollo tecnológico» (para expresarlo dentro de las aspiraciones de época) .

7. Un bochornoso ejemplo es la otrora Federación Anarquista Uruguaya (FAU) y su degeneración —huyendo del «sectarismo»— en partido electorero (Partido de la Victoria del Pueblo). Para mayor información Vid., https://es.wikipedia.org/wiki/Partido_por_la_Victoria_del_Pueblo (consultado: 18/10/2021).

 

Parte II: «Consultando el tumbaburros: conceptos y definiciones en torno al «sectarismo»»

Consultando el tumbaburros: conceptos y definiciones en torno al «sectarismo»1

Según el Diccionario de uso del español María Moliner,2 se denomina:

Secta: Doctrina enseñada por un maestro y seguida por sus adeptos. Particularmente, la doctrina y el conjunto de sus adeptos. desp. Doctrina considerada errónea, o que se aparta de la tradicional u oficial, y, especialmente, la que se considera perniciosa para sus adeptos: “Secta destructiva”. Conjunto de los adeptos de una secta.
Sectario: -a (adv. sectariamente) 1 adj. y n. (de) Seguidor de cierta secta. 2 Se aplica al que sigue fanáticamente una doctrina, y su actitud, opiniones, etc. → *Intransigente, * partidario.
Sectarismo: m. Cualidad o actitud de sectario.

Si consultamos el Diccionario Etimológico Indoeuropeo de la Lengua Española, éste nos revela que el sustantivo «secta» (sectam) es el femenino de un participio obsoleto del latín sequor («seguir») que proviene de la raíz indoeuropea *sekʷ‑.3 También coincide con esta acepción el Oxford Latin Dictionary.4 Y, en la misma tesitura, se inscribe el Diccionario Teológico Enciclopédico; por lo que se infiere que «la secta tiene como primer punto de referencia, no ya una doctrina particular, sino […] la pertenencia a un grupo con una identidad bien definida y distinta del ambiente social más amplio […] La oposición se manifiesta entonces en el plano de la doctrina, de la moral, del ritual y de la disciplina y estructuración del grupo».5

Empero, en torno a esta elucidación existen fuertes discrepancias, ya que la raíz indoeuropea sek en realidad tiene tres significaciones que dan lugar a tres verbos latinos: 1. secare (cegar/cortar), 2. sequor (seguir), 3. siccare (secar). Este último, viene del vocablo latín siccus («seco») que tiene una raíz indoeuropea muy diferente (*seik). No obstante, secare o sectum («cortar»), de donde deriva el vocablo latín sectio (sector/sección/segmento) sí parece estar relacionada con la voz latina y castellana «secta», al igual que los verbos sequor, sequi, sequire («seguir», «proseguir», «secuencia»). En este sentido, el Dictionnaire étymologique de la langue Latine. Histoire des mots de Alfred Ernout y Antoine Meillet, nos brinda cierta «solución» al combinar los verbos sequor (seguir) y siccus («seco»), concluyendo que secta podría derivar más bien del frecuentativo verbal sector. 6 Al respecto, no deja de ser curioso —sin incurrir en una paronomasia— que el sustantivo femenino «sedición», que procede del latín seditio, seditionis («alejamiento», «desunión», «ida lejos», «apartamiento de un poder establecido o una marcha común», de donde también proviene «sublevación»), aunque derivado de una raíz indoeuropea completamente diferente (*ei, que significa «ir»), guarde una estrecha relación conceptual con la noción de «secta» entendida como la «doctrina que se aparta de la ortodoxia» o se «secciona de lo establecido».

En el contexto religioso, estos nominativos («secta», «sectario» y «sectarismo») están ampliamente documentados en la religión judaica. Concretamente, a su regreso del exilio (en el siglo VI a. N.E.) se popularizó entre los israelitas la idea de un Dios único y, de la mano de esta concepción monoteísta, comenzó a adjetivarse como «secta» o «facción» a todo grupo que se alejara de la hegemonía religiosa, considerándola una «práctica desleal». En este tenor, en la Biblia se menciona como facciones del judaísmo a los saduceos, fariseos, nazarenos y cristianos. Al apartarse de las ideas ortodoxas y las prácticas del judaísmo se les denominó «sectarios».

Este epíteto cobró aún más fuerza en el ámbito del monopolio del catolicismo integrista. La Iglesia católica se considera «la única sociedad universal instituida por Jesucristo que tiene un derecho legítimo a la lealtad de todos los hombres», por lo que se ostenta como «la única guardiana de toda la enseñanza de Jesucristo, que debe ser aceptada en su totalidad por toda la humanidad».7 Al asumirse poseedora de la «verdad universal», toda disidencia era concebida como un posicionamiento «sectario» y condenada por «herejía». De esta manera, el gnosticismo, el maniqueísmo, el arrianismo, los albigenses, los husitas y el protestantismo de fecha posterior, quedarían inscriptos como «sectas herejes» en las Epístolas del Nuevo Testamento. Particularmente, la Epístola a los Gálatas (5,20), menciona «las peleas, disensiones (y), sectas», como «obras de la carne» y, Simeón Pedro (alias san Pedro), en su Segunda Epístola(2,1) advierte sobre los «falsos maestros que introducirán sectas perniciosas».8

Entre las denominaciones «protestantes», particularmente en Alemania y el Reino Unido, donde existen iglesias estatales o iglesias nacionales (también es el caso de la Iglesia Nacional de Islandia y la Iglesia del Pueblo Danés), igualmente se califica como «secta» a toda disidencia. La obediencia a la autoridad civil en materia religiosa es un prerrequisito necesario, llegando a afirmar que solo «la prédica de la Palabra de Dios pura y sin mezcla, la administración legítima de los Sacramentos y la identificación histórica con la vida nacional de un pueblo, le da derecho a una denominación a considerarse como Iglesia; en ausencia de estos requisitos, no es más que una secta».9

Incluso los anabaptistas, uno de los movimientos milenaristas cristianos que más han rechazado la catalogación de «secta» y que, paradójicamente, ha sido tachado como tal —por las iglesias católica, luterana, anglicana y ortodoxa rusa, entre otras—; al imponer el comunismo en Münster,10 endurecieron la persecución de los «sectarios» demonizando a los exogrupos; o sea, a toda disidencia al régimen. Aquella ciudad-Estado teocrático-comunista —tan defendida por Tolstoi desde su delirante concepción del anarquismo—, se transformó en infierno y purgatorio para los «sectarios» en nombre de «las fantasías de una lucha final y destructora contra ‘los poderosos’ y de un mundo perfecto en que el interés egoísta sería abolido para siempre».11

Si revisamos algunos glosarios de terminología socio-política, podemos constatar que las nociones «secta», «sectario» y «sectarismo» siempre se han inscrito en el ánimo peyorativo sin importar las filiaciones conceptuales de sus autores. Surgidos en el terreno de las confrontaciones religiosas, estos vocablos se volvieron «modulares» y se trasplantaron —con toda la connotación axiológicamente negativa— a una amplia diversidad de terrenos ideológicos. Así, se introdujeron al léxico político, cobrando significativa presencia en el vocabulario marxiano en el siglo XIX. Sin embargo, existe evidencia de su uso (y abuso) en el siglo XVIII. De ello da cuenta el rabioso antisemitismo de los más destacados philosophes de la Ilustración. En su Essai sur les mœurs et l’ esprit del nations12 (1756), Voltaire se descose dotando de autoridad «intelectual» al racismo y arremete con odio contra la «secta judía».

Para el autor de La envidia y la sociedad, el sociólogo Helmut Schoeck, los términos «secta» y «sectarismo», poseen «un significado peyorativo, debido a que las sectas han estado siempre en oposición a los grupos mayoritarios» (cursivas mías).13 Su homólogo Karl-Heinz Hillman, no objeta en lo más mínimo esta definición al especificar que la «secta» es una «comunidad religiosa o política que, oponiéndose a una organización social mayor (confesión religiosa, partido) se separa de ella» (cursivas mías).14 Mientras que el Vocabulario técnico y científico de la política de Arlotti, confirma la exégesis denominando «secta» (en su primera acepción) al «Conjunto de personas que profesan una misma doctrina». Y, «B. En un s. especial, más usual y siempre peyorativo, se dice de un grupo de hombres que adhieren estrictamente a una doctrina muy definida, y a quienes esta adhesión une fuertemente entre sí, al mismo tiempo que los separa de los demás» (cursivas mías).15

En el ámbito de la sociología de la religión se distinguen varios tipos de organización religiosa (iglesia, denominación, culto y secta), aunque se presentan dificultades en cuanto a su definición y delimitación. De tal suerte, no solo nos topamos con distintos significados de la palabra «secta», sino que también encontramos diferentes usos del término. Max Weber, en su edición revisada de La ética protestante y el espíritu del capitalismo (1920), profundizó en la oposición binaria entre «Iglesia» y «secta». A la «Iglesia», la definió como «un instituto de gracia que administra bienes religiosos de salvación como una fundación fideicomisaria y la pertenencia a la cual es (idealmente) obligatoria»(cursivas en el original).16 Mientras que describió a la «secta» como «una asociación voluntaria integrada exclusivamente por personas (idealmente) cualificadas en sentido ético-religioso, en la que se ingresa voluntariamente si se es aceptado en virtud de la confirmación religiosa» (cursivas en el original).17 O, lo que es lo mismo, a la «Iglesia» como una institución de salvación que privilegia la extensión de su influencia y, a la «secta», como un grupo contractual que hace hincapié en la intensidad de vida de sus miembros. Por ello, «por su sentido y esencia ha de renunciar necesariamente a la universalidad y basarse en el acuerdo libre de sus miembros.» (cursivas en el original).18

Weber, dejaba manifiesto de este modo la oposición entre el ideal ortodoxo y heterodoxo; entendida la ortodoxia como una estructura organizativa y doctrinal monopólica que privilegia su hegemonía («Iglesia») y, la perspectiva heterodoxa de quienes, desde múltiples y variadas interpretaciones, no quieren ser parte de un todo y se asocian libremente («secta»). En este sentido, se refiere a la «ecclesia pura» que busca la «secta» en contraste con la «Iglesia». Según esta reflexión weberiana: «La secta tiene el ideal de la ‘ecclesia pura’ (de ahí el nombre de ‘puritanos’), […] de cuyo seno son excluidos los carneros sarnosos con el fin de que no ofendan la mirada de Dios». Razón por la que «rechaza las indulgencias eclesiásticas y el carisma oficial».19

El sociólogo y teólogo protestante Ernst Troeltsch —quien fue discípulo de Weber—, en sus esfuerzos por perfeccionar la tipología weberiana, distinguió las discrepancias (entre «secta» e «Iglesia») de los objetivos. Con este fin, señaló la habilidad de la Iglesia para adaptarse a la sociedad, estableciendo lazos de «compromiso con los Estados». De manera contraria, identificó que la «secta» se distancia de la sociedad y rechaza la adaptación y el diálogo, reafirmando «su cuestionamiento al orden social». Troeltsch, concuerda plenamente con las reflexiones de su maestro y colega que aseveran que «La iglesia es una institución»; de la misma manera que coincide en la valoración de la «secta» como «una sociedad voluntaria».20 Empero, añade a su análisis la categoría del «misticismo». Lo que para Troeltsch «conduce a la formación de grupos sobre una base puramente personal, con forma no permanente, que también tiende a debilitar tanto el significado de las formas de culto y doctrina como del elemento histórico» (cursivas mías).21

En dirección análoga, se revalidan los objetivos de la Iglesia marxiana. No es casual que don Friedrich Engels, remate su introducción a La lucha de clases en Francia, con una analogía entre el desarrollo de la ideología marxiana y el ascenso de los cristianos en el Imperio romano (de ser una secta a ser la religión de Estado).22 Tales consideraciones, nos muestran claramente como don Friedrich (principal inversionista y fundador de la Iglesia marxiana), imaginó la hegemonía en el Estado y la sociedad. De este modo, la ideología marxiana triunfaría porque sus ideas, valores y objetivos, serían las ideas, valores y objetivos dominantes, impuestos mediante la religión de Estado. Una vez alcanzada «esa madurez, todas las sectas se hacen esencialmente reaccionarias» (san Charlie, dixit). En otras palabras, la herejía anárquica (equivocista) tendría la merecida condena eclesiástica. De tal suerte, se extirparía toda su radicalidad, se esterilizará su pasión y se castrarán sus prácticas; remitiendo al «sectario» al ostracismo, a la hoguera o al manicomio.

Gustavo Rodríguez,
Planeta Tierra, 19 de octubre de 2021.
(Extraído del folleto «Apología a la especificidad asociativa».)

 


 

1. Seguramente, este segmento explicativo les resulte aburrido (y hasta petulante a muchos compañeros y compañeras), por lo que me disculpo de antemano. Confieso mi ignorancia supina; así que no me queda más recurso que ir discurriendo a través de los libros el tema que nos ocupa.

2. Moliner, María, Diccionario del uso del español, Editorial Gredos, Madrid, 2007, p. 2674

3. Roberts, Edward A., (trad.) Bárbara Pastor, Diccionario Etimológico Indoeuropeo de la Lengua Española. Colección Alianza Diccionarios, Alianza Ed., Madrid, 2013, p. 152.

4. Oxford Latin Dictionary; ed. P. G. W. Glare (2nd Edn.), Oxford University Press, Oxford, 2012.

5. Pacomio, Luciano, Diccionario Teológico Enciclopédico, Verbo Divino, Navarra, 1995.

6. Ernout, Alfred y Meillet, Antoine, Dictionnaire étymologique de la langue Latine. Histoire des mots, Klincksieck, Paris, 1951, p. 608.

7. Weber, Nichola; Sect and Sects. The Catholic Encyclopedia, Vol. 13., Robert Appleton Company, New York, 1912. Disponible en: http://www.newadvent.org/cathen/13674a.htm (consultado: 18/10/2021).

8. Ibídem.

9. Kalb, Ernst Kirchen und Sekten der Gegenwart (Iglesias y sectas de la actualidad), Verlag der Buchhandlung der Evang. Gesellschaft, Stuttgart, 1905.

10. Desde los primeros días del año 1533, los anabaptistas liderados por el «propheta» Jan Matthys, decretaron el «comunismo cristiano» en Münster. Con este fin, ordenaron a los habitantes de la ciudad poner su dinero en un fondo comunal destinado a la compra de víveres, la distribución de propaganda y, el reclutamiento de mercenarios para la defensa del régimen y la erradicación de cualquier subvención. Para asegurar el nuevo orden social y la vida en comunidad, se quemó la biblioteca y se crearon comedores comunitarios, donde se alimentaba a la población mientras les leían la Biblia; también ordenaron que puertas y ventanas de todas las casas permanecieran abiertas las 24 horas del día y, se decretó la pena capital contra los «sectarios». En la primavera de 1534, tras la captura y ejecución de Matthys por fuerzas leales a la Iglesia, su discípulo Jan Bockelson (Juan de Leyden) se autoproclamaría rey de Münster, dando continuidad a la teocracia comunista. Bajo su mando el terror alcanzó su punto máximo, haciendo de las ejecuciones un espectáculo cotidiano, mientras consolidaba el comunismo de «bienes y mujeres». Así, los comunistas cristianos liderados por Jan Bockelson, llegarían a ejecutar a toda persona que intentara huir de la ciudad, ocultase alimentos en su domicilio y a todas las mujeres adolecentes que se negaran a desposarse en el régimen de poligamia forzada implementado por el rey-profeta.

11. Cohn, Norman; En pos del Milenio. Revolucionarios milenaristas y anarquistas místicos de la Edad Media, Pepitas de calabaza ed., Logroño, 2015, p. 401.

12. Existe edición en español: Ensayo sobre las costumbres y el espíritu de las naciones, Biblioteca Hachette de Filosofía, Buenos Aires, 1959. Para aquilatar el racismo racionalista de Voltaire en su justa dimensión, es muy recomendable echarle un ojo a su Diccionario filosófico, Akal, Madrid, 2007.

13. Schoeck, Helmut; Diccionario de sociología, Herder Editorial, Barcelona, 1985.

14. Hillmann, Karl-Heinz; Diccionario enciclopédico de sociología, Herder Editorial, Barcelona, 2001.

15. Arlotti, Raúl; Vocabulario técnico y científico de la política, Editorial Dunken, Buenos Aires, 2003.

16. Weber, Max; La ética protestante y el espíritu del capitalismo, Navarro Pérez, Jorge. ed., Villacañas, José Luis. pról., Ediciones Istmo, Colección Fundamentos Nº 135, Madrid, 1998, p. 268.

17. Idid.

18. Ibid., p. 312.

19. Weber, Max.; Economía y sociedad. Esbozo de sociología comprensiva, Fondo de Cultura Económica, México, 2005. p. 932.

20. Troeltsch, E.; The Social Teaching of the Christian Churches, George Allen & Unwin Ltd-The Macmillan Company, London-N.Y, 1950. p. 993.

21. Ibid.

22. Engels, Friedrich; Introducción [a Karl Marx, Klassenkämpfe in Frankreich 1848 bis 1850], en: Marx-Engels-Werke (MEW) Band. XXII, p.p. 526-527.

Parte III: «La iglesia marxiana contra el «sectarismo» anárquico»

La gramática anti-sectaria alcanzó preeminencia en medio de los entuertos de la Primera Internacional entre 1864 y 1872. Si bien durante sus primeros años las discrepancias conceptuales entre proudhonianos, blanquistas, lassalleanos y marxistas se habían solventado sin mayores berrinches en el seno de la Asociación Internacional de los Trabajadores (AIT); en 1868 las tensiones se incrementaron con la incorporación de Bakunin y un nutrido grupo de afines. Los anarquistas llegaban a echar por tierra todo el onanismo economicista de san Charlie y sus acólitos, colocando en la mira el «mal más grave». Es decir, al Estado (en particular) y, a toda autoridad (en general). Así, erigieron su más fuerte especificidad teórica en el supuesto de que la propiedad o, genéricamente, la relación con los medios de producción, no era el único y excluyente factor de dominación de «clases», sino que las propias instancias de dominación —y el Estado muy particularmente— eran también mecanismos generadores de grupos sociales a los que cabria reputar de privilegiados.

Por si fuera poco todo lo anterior, los anarquistas defendían con uñas y dientes la plena autonomía de las diferentes secciones de la AIT frente al centralismo estatutario del Consejo General. Este posicionamiento, provocó la ruptura definitiva con los marxistas durante la celebración del V Congreso de la Asociación en 1872. Las posturas teórico-prácticas eran irreconciliables y marcadamente antagónicas. Para san Charlie, la Internacional debía ser el órgano centralizador y rector del «movimiento»; mientras que para el anarquista ruso y sus afines, tenía que ser una conspiración planetaria carente de órgano de dirección, centrada en el individuo concreto y su libertad; capaz de erradicar de la faz de la tierra toda autoridad, aún aquella que se instituyera en nombre del proletariado. Al anteponer la libertad individual y, la asociación voluntaria y autónoma «al desarrollo histórico de la sociedad», recibieron la condena eterna de la Iglesia marxiana y fueron acusados de «sectarios»; convirtiéndose en blanco de la ira de san Charlie y sus fervientes sacristanes.

Sin embargo, el manejo del apelativo «sectario», como sinónimo de anarquista, ya contaba con larga data entre la nomenclatura marxiana. En las páginas del Manifiesto comunista (1848), tanto san Charlie como don Friedrich, dan prueba fehaciente de su condena a las «sectas reaccionarias». Durante los días de la Comuna de París, el léxico anti-sectario se acrecienta contra «Herr Bakunin» y sus afines, por objetar la formación de un «partido obrero», la toma del poder por la «clase trabajadora» y el establecimiento de un «gobierno proletario». Precisamente, esa estrategia autoritaria fue la que adoptó la nueva alianza entre blanquistas y marxianos, dejando constancia de ello en la Conferencia de Londres de septiembre de 1871.1 Aquel equinoccio de otoño (boreal), Édouard Villant y Constant Martin, junto a otros connotados exponentes del partido blanquista exilados en Londres, incriminaron el «sectarismo bakunista» con la misma saña que san Charlie. Ese ambiente propició los ánimos de la sexta sección de la Conferencia, para arremeter contra la Alianza anarquista2 , culpándolos de actuar en detrimento del desarrollo de la Internacional, con la intención sectaria de «promover la abstención política y el ateísmo», como principios fundamentales de la Asociación.3

En una carta dirigida a Theodor Cuno, fechada en Londres el 24 de enero de 1872, don Friedrich embestía, en tono burlón, contra el «intrigante» Bakunin y su círculo de «sectarios».4 En la misma misiva, se mostraba optimista y convencido de que un proceso evolutivo estaba propiciando el avance del capitalismo en la mayor parte del mundo, lo que incrementaba el antagonismo entre los capitalistas y los obreros asalariados y, con ello, la emergencia inevitable de una conciencia de clase cada vez más homogénea, dando por sentado que esta incidencia pondría fin al capitalismo, provocando que «el Estado se derrumbará por sí solo» como parte del desarrollo inexorable de la historia. Pero, ni las tesis de san Charlie ni los pronósticos de su mecenas don Friedrich, se han verificado con el devenir de los acontecimientos; corroborando que el «progreso» y la «evolución social» son una pésima invención de la Iglesia marxiana, una fantasía que se metamorfosea y multiplica, adoptando nuevas maneras de reproducir más de lo mismo.

En efecto, la expansión ilimitada de un proceso de «evolución social» y el «desarrollo inexorable de la historia»,5 son el dogma central de la religión marxiana. Su fe irreflexiva en el progreso humano no tiene límites. Para el eterno inquilino de Highgate, el animal humano ensancharía su poder mediante la fuerza motriz del progreso científico-técnico —de la mano de la evolución ético-política—, transformando a la Humanidad en el auténtico ser supremo a venerar por los siglos de los siglos. Esta concepción positivista y evolucionista de la historia es la peculiaridad de fondo de la religión marxiana, lo que requiere un acto de fe mucho mayor que la fe que exige cualquier otra religión. De ahí sus predicciones sobre la sustitución del «gobierno de los hombres» por la «administración de las cosas» una vez alcanzado el paraíso terrenal, o sea, el comunismo: «la solución al enigma resuelto de la historia».6

Claro está, cualquier concepción que se aparte de esta visión monoteísta7 es un acto sacrílego que debilita tanto el significado de la estructura organizativa, como las formas monopólicas de culto y doctrina, haciéndose acreedora de la condena de la Iglesia marxiana por su «esencia reaccionaria». Esto sitúa en automático a todas las posturas críticas, discrepantes y/o escisionarias en la categoría de «sectas». De tal suerte, se colocan fuera de tiempo y lugar, en un movimiento asincrónico con «la tendencia histórica a la unidad del movimiento proletario» y, por ende, ajeno al «mundo real».

Llama particularmente la atención una contradicción que se presenta en la doctrina marxiana, a manera de constante, en torno a la crítica de la historia y la tentación teleológica sobre la realización inexorable del desarrollo objetivo. En su modo de concebir la historia —como un movimiento encaminado hacia un objetivo universal—subyace la idea de un desarrollo teleológico que le asigna un propósito predeterminado a la historia. Lo que evidencia la reencarnación de la teodicea cristiana en el mito de la Humanidad con mayúscula. Así, se sustituyó la narrativa de la redención divina por la del progreso mediante los esfuerzos del animal humano transmutado en agente moral colectivo; confirmándonos que la historieta marxiana de la «autorrealización humana», descansa en el mito apocalíptico y embona con la verborrea de Jesús anunciando el fin del viejo mundo y la llegada de uno nuevo que se establecería en su lugar.

En su excelente libro En pos del milenio, Cohn resume los rasgos definitorios de la religión marxiana: «lo que Marx aportó al movimiento comunista no fue el fruto de sus largos años de estudio en los campos de la economía y la sociología, sino una fantasía casi apocalíptica […]».8 Ciertamente, san Charlie recicló las concepciones apocalípticas en términos científicos, transformándolas en metáforas de las esperanzas racionales que inspiraron a los fascismos rojo, pardo y negro. Un enfoque del que cierto anarquismo —heredero del racionalismo— es deudor en demasía.

Gustavo Rodríguez,
Planeta Tierra, 19 de octubre de 2021.
(Extraído del folleto «Apología a la especificidad asociativa».)


1. El posicionamiento marxiano sobre el «partido obrero» y el «gobierno proletario» quedó plasmado en la Resolución IX, sobre la «Acción política de la clase trabajadora», acordada el 25 de julio de 1871 —misma que se realizó a puerta cerrada por ordenes de Engels— y, «ratificada» por «22 delegados con plenos derechos y 10 con voz pero sin voto», en base a la moción blanquista durante la Conferencia de Londres. Vid. Dommanget, Maurice, «La Première Internationale», Revue d’histoire économique et sociale, 1962, Vol. 40. No. 4, pp. 553-556.

2. La Alianza Internacional de la Democracia Socialista, fue una sociedad secreta anarquista, fundada por Bakunin y sus afines en Ginebra, en septiembre de 1868, con el fin de coordinar una conspiración global a través de la Primera Internacional.

3. F. Engels, «Bericht über die Allianz der Sozialistischen Demokratie, vorgelegt dem Haager Kongreß im Namen des Generalrats», 1872, en Marx-Engels-Werke (MEW), Band. XVIII, pp. 138 y ss.

4. Publicado por vez primera de manera parcial en el libro: Engels, F.; Politisches Vermächtnis. Aus unveröffentlichten Briefen, Berlín, 1920; en forma completa en la revista Die Geselschaft, núm. 11, Berlín, 1925. Recogido en: C. Marx, C. y Engels, F.; Obras Escogidas, en tres tomos, Editorial Progreso, Moscú, 1974, t. II. Disponible en línea: https://www.marxists.org/espanol/m-e/cartas/e24-1-72.htm (consultado: 18/10/2021).

5. No deja de ser una flagrante contradicción que san Charlie argumentara sus sistemáticos ataques al «sectarismo» a partir de esta concepción del desarrollo inexorable de la historia, echando mano de la visión evolucionista, mientras que en múltiples artículos de prensa, al igual que en los Grundrisse de 1857-1858, cuestionó efusivamente todo evolucionismo de la historia. Curiosamente, sus acólitos pocas veces reflexionan al respecto.

6. Marx, K, Tercer Manuscrito (Propiedad privada y comunismo), en Manuscritos económicos y filosóficos de 1844, disponible en línea: https://www.marxists.org/espanol/m-e/1840s/manuscritos/man3.htm (consultado: 18/10/2021).

7. Haciendo honor a la verdad, debo reconocer que los marxianos han rechazado siempre las creencias monoteístas pero jamás han superado el modo monoteísta de pensar. Ciertamente, tras estas concepciones se oculta la fe ciega en el «dios Humanidad» y la creencia en la historia como un movimiento encaminado hacia un propósito universal: «el progreso de la humanidad». El mito del progreso es un claro vestigio del cambio radical en los asuntos humanos anunciado y esperado por el cristianismo. De ahí las similitudes entre la religión que don Friedrich se inventó a partir de la vida y los sermones de san Charlie y, la que se inventó san Pablo, a partir de la vida y los sermones de Jesús.

8. Op. cit., Cohn, Norman, p. 404.

Parte IV: «En defensa del «sectarismo» anárquico».

La religión marxiana se impuso en Rusia a sangre y fuego con el golpe de Estado bolchevique. Vladímir Ilich Uliánov (alias Lenin) se encargaría de canonizar el dogma —glorificando su carácter metafísico con pretensiones ontológicas y metahistóricas— e implementarlo como instrumento disciplinario y herramienta de dominación. Como no podía ser de otra manera, la fe institucional produjo sus sumos sacerdotes que, a la postre, resultarían «más papistas que el Papa»; alcanzando el paroxismo dogmático con el ascenso de la ortodoxia soviética posterior a 1930 y, el desarrollo de las escuelas adscritas al estalinismo (léase: la mayoría de las corrientes marxianas que se implantaron en el llamado Tercer Mundo). Ciertamente, en este contexto, se exacerbó en la extinta Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) la «lucha contra el sectarismo».1

Los juicios-circos, los encarcelamientos masivos, la vigilancia estatal y las ejecuciones extrajudiciales —Cheká mediante—,2 fueron la respuesta al «sectarismo» en la tierra de los «soviets» durante 70 años de fascismo rojo. Miles de anarquistas, marxianos críticos, mencheviques, social-revolucionarios y, otros «sicofantes» fueron a dar con sus huesos a los campos de concentración creados por Trotsky, acusados de «sectarismo». En esos mismos campos de exterminio, cumplirían condena los sobrevivientes de la masacre de Kronstadt, bajo la misma acusación. En Alemania del Este, Albania, Bulgaria, Checoslovaquia, Hungría, Polonia, Rumania, China, Corea del Norte, Mongolia, Cuba, Camboya y Etiopia, los «sectarios» fueron objeto de persecución e igualmente terminaron asesinados a manos de sus respectivos Estados/iglesias.

El destino de los «sectarios» no ha sido (ni es) diferente en los diversos ejércitos guerrilleros y/o partidos armados. En África, Asia y América Latina, sobran ejemplos fehacientes que lo corroboran. El «sectarismo» y sus equivalentes («faccionalismo», «divisionismo», «diversionismo» y, «fraccionalismo») —equiparados siempre con «traición» a la dogmática marxiana—, son «delitos tipificados» expiados con la muerte. El rito profuso de la pena capital contra sus militantes, por haber incurrido en tales «faltas», generalmente es justificado por estas organizaciones autoritarias como «penalidad disciplinaria encaminada a educar y organizar a las masas». De hecho, estos «argumentos» cuentan con el apoyo de la pedagogía marxiana contemporánea; el propio Paolo Freire —haciendo gala de su apego a la doctrina de san Charlie—, refiere que el sectarismo «tiene una matriz preponderantemente emocional y acrítica; es arrogante, antidialogal y por eso anticomunicativa. Es reaccionaria […] el sectario nada crea, porque no ama».3

Este «delito», susceptible del último suplicio al interior de las organizaciones guerrilleras, frecuentemente es la «causa» que se esgrime para condenar las discrepancias teórico-prácticas en los «juicios revolucionarios». A lo largo de los años, se han acumulado en tiendas guerrilleras incontables asesinatos (no siempre por fusilamiento), bajo la acusación de conductas «faccionalistas», «divisionistas», «diversionistas», «fraccionalistas» o, «sectarias»; como el ocurrido en 1967 en Colombia contra algunos militantes del Ejercito de Liberación Nacional (ELN)4 o; el vil asesinato en 1975 del poeta Roque Dalton al interior del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) —señalado primero por «actuaciones sectarias» y, calumniado después, como «agente de la CIA»— y; la matanza de 164 guerrilleros en Tacueyó, ejecutada por ordenes de los comandante de uno de los Frentes de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), tristemente célebre por su espectacularidad.5

La «lucha contra el sectarismo» tampoco se detiene al interior de las cárceles. La cacería de «sectarios» continua tras muros y barrotes, teniendo que cuidar nuestras espaldas no sólo de la represión de los esbirros de la dominación sino también de la puñalada «compañera». Por regla general, quien piensa diferente a la dogmática marxiana (casi siempre dominante entre los denominados «presos y presas políticas») está sujeto a acoso si no se adhiere a la Iglesia predominante. Esta persecución no aplica únicamente para individualidades que se reivindiquen abiertamente anárquicas sino incluye a los propios miembros de esos partidos armados quienes son vigilados constantemente con el fin de detectar en ellos comportamientos «faccionalistas», «divisionistas», «diversionistas», «fraccionalistas» o, «sectarios». En estos menesteres, el Partido Comunista del Perú-Sendero Luminoso (PCP-SL) puso especial esmero aplicando sus «instrumentos disciplinarios» al interior de las prisiones. La intitulada «inspección jerárquica», el «examen ideológico», las «sanciones normalizadoras» y los «castigos», son algunas de las herramientas más frecuentes empleadas para corregir el «sectarismo».

Si bien el horror fascista del PCP-SL merece ser incluido en los records Guinness, el uso de estas «dinámicas» no se limita a la bazofia maoísta-indigenista ni se circunscribe a la región latinoamericana; en el viejo continente también se amontonan ejemplos de orgánicas autoritarias con idéntica actuación. Lo que nos confirma —una vez más— que el «sectarismo» solo se persigue desde la gramática del poder. Es decir, desde la lógica dogmática y aplanadora del pensamiento hegemónico que siempre hemos confrontado desde la perspectiva anárquica.

Por eso sorprende que haya quienes se asuman anarquistas y recurran a la condena al “sectarismo” como medio evasor del debate con las compañeras y compañeros que discrepan (sincera y públicamente) de sus maromas y acomodos teórico-prácticos. Pero aún causa más asombro que haya quienes se angustien al compartir tiendas con «sectarios» y no les moleste la presencia de connotados violadores en nuestros entornos. Llama la atención que incomoden las posturas «puristas» mientras se rinde culto a la «práctica por la práctica» sin hacer mayores distinciones entre fascistas y compañeros. Resulta inverosímil que quienes alguna vez fueron capaces de identificar el «autismo» en ciertos insurgentes —incapaces de reaccionar ante los acontecimientos y abandonar la parálisis—, hoy sufran «bipolaridad» severa, al grado de olvidar todo lo que fueron, renunciando a la pasión y a su veneno en aras de alianzas políticas y frentes unitarios.

Es lamentable que en lugar de refutar determinada teoría o una práctica específica con argumentos, se tienda a descalificar a priori empleando una sarta de clichés izquierdistas que daba por desterrados de nuestros círculos. Es la vieja falacia del «espantapájaros». Aparentan refutar mediante la imposición de una idea que no corresponde con la línea de argumentación del debate, así evitan abordar el tema de fondo atacando al muñeco de paja. Aflige el desprecio por el debate y la negativa a reflexionar. Apena el uso de patrones morales y sentimentales. Preocupa ver que sobreviven tantos lastres. Lo paradójico es que se presenten como el «nuevo anarquismo» teniendo tantas semejanzas con lo viejo.

Espero que todo se reduzca a sensaciones momentáneas frente a las constantes presiones del entorno y los altibajos de la guerra anárquica. Lapsos propios de las transformaciones individuales; una suerte de tropezón fugaz que se desvanece una vez que retomamos el camino negro de la Anarquía y atizamos nuestros principios.

Identificar la «práctica» como un lugar de encuentro «con otrxs (no necesariamente anarquistas)»,6 donde se han venido «enriqueciendo y potenciando nuestras visiones y capacidades»7 y; priorizando los «vínculos a partir de prácticas comunes antes de hacerlo por etiquetas vacías o consignas repetidas»8 , es reducir la guerra anárquica a la política. Buscar alianzas que brinden «posibilidades de crecer»9 , solo contribuye a enaltecer la «ley del número». En efecto «el papel aguanta absolutamente todo»10 : nos podrán afirmar que esas alianzas no se establecen de «manera indiscriminada» o que se contempla algún «tipo de filtro» a la hora de forjarlas pero, en lo concreto, quienes nos hemos «aventurado a transitar los caminos del conflicto» y no vivimos de «ensoñaciones frente al computador»11 , aprendimos en el transcurso de la lucha que las «alianzas prácticas» —ciertamente, «alianzas tácticas» en los hechos— requieren la más absoluta candidez o, el acomodo político más desvergonzado de los implicados. Consciente que la «revolución política» solo produce nuevos dirigentes, nuevos pactos sociales y nuevos Estados, Bakunin siempre apostó por prescindir de la política.

Quedarnos varados en el plano «práctico» exhibe la carencia de pensamiento propio y, sobre todo, la ausencia de praxis. Abandonar el campo de la elaboración teórica en favor de la «práctica», es entregarse de antemano —como marionetas— a los movimientos del poder. Es ponernos a merced del enemigo; es darle la victoria anticipada al fascismo (negro, pardo o rojo). La práctica y la teoría, desde la perspectiva anárquica, son inherentes. Una alimenta a la otra. Justo en esas dos dimensiones se sustenta nuestra especificidad. No existe un «anarquismo práctico» como tampoco existe un «anarquismo teórico». Quien se asuma exclusivamente en uno de estos bandos, podrá ser cualquier cosa menos anarquista.

Invariablemente, cada vez que la «práctica» se separa de la teoría o, viceversa, la guerra anárquica se sumerge en una fase decadente y se agota. Como nos recuerda el compañero Alfredo Bonanno, cada vez que se renuncia a la práctica y se abandona la acción, prolifera la producción teórica y se multiplican las conferencias académicas y la charlatanería de café. Empero, de manera inversamente proporcional, cada vez que se abandona la elaboración teórica, abunda el activismo insulso, se centuplica el quehacerismo y, la guerra anárquica degenera en vanguardia armada y se diluye en las aguas negras de las prácticas limitadas a los especialistas.

Si bien es cierto que la Anarquía es insurreccional por naturaleza, no todos los insurrectos ni todas las insurrecciones son anárquicas. Las diversas tonalidades del fascismo también le apuestan a la insurrección mediante la disforia de las «masas». La miseria, la desesperación y la ansiedad de la multitud, son los vehículos del resentimiento que, inevitablemente, desembocan en fascismos. No es casual que el Frente Nacional en Francia llame a dirimir diferencias y a superar el «sectarismo», como tampoco es fortuito que coincidamos en muchos de los objetivos. Hoy la lucha contra la nocividad posindustrial, la lucha contra la quinta revolución tecno-industrial, la defensa de la biodiversidad, la lucha contra la precariedad, incluso la lucha contra la dictadura sanitaria impuesta de forma global a raíz de la pandemia de la Covid-19 y, la propia revuelta anticapitalista, tiene variados puntos de encuentros con los fascismos.

Si forjamos nuestra afinidad priorizando los «vínculos a partir de prácticas comunes» podemos estar allanando nuestro camino al cadalso y/o aceitando la guillotina con la que nos cortarán la cabeza. Sin duda, cuesta andar en un suelo tan resbaladizo pero, las condiciones del pavimento siempre han sido las mismas desde tiempos inmemoriales.

En el siglo XIX, coincidimos en los objetivos con blanquistas, populistas (mal llamados nihilistas), nacionalistas y, marxianos; también en el siglo XX, incontables contingencias nos pusieron los mismos objetivos en la mira que a los fascismos de ocasión. Solo quienes forjaron «vínculos a partir de prácticas comunes» sin mayores reflexiones, terminaron sus días en las filas blanquistas, populistas, nacionalistas, marxianas, fascistas, bolcheviques y nacionalsocialistas. Sobran ejemplos de «conversos» que abandonaron la «secta» anárquica y se sumaron al blanquismo, al populismo, al nacionalismo, al marxismo, motivados por la «práctica». Ya ni mencionar las defecciones durante el fascismo italiano y los alistamientos en filas bolcheviques durante los primeros días de la Revolución rusa. Mención de honor merecen los vínculos en nombre de la «práctica» de ciertos sectores del anarcosindicalismo español con el falangismo. Se trata entonces, de afirmar las diferencias o, más bien, afirmarse en las diferencias; de ahí nuestra vocación intrínsecamente «sectaria» y nuestra propensión al «purismo».

La teoría y la práctica anárquica se oponen a toda lógica utilitaria e instrumental, lo que imposibilita tejer «vínculos a partir de prácticas comunes». Nuestros vínculos se bordan —no se tejen— a través de la ética que, en verdad, es una etiología; es decir, un motivo, una causa, un exceso de principios comprometido única y exclusivamente con la Libertad. Por eso, para quienes nos reivindicamos anarquistas con premeditación y alevosía, no existen «medios» sino «fines»; fines concretos e inmediatos que dotan de vida a la Anarquía y nos regalan esos instantes efímeros de ausencia de autoridad y alimentan nuestras pasiones y deseos de liberación total en cada ataque a la dominación, a sus infraestructuras y sus personeros. Por eso asumo —consciente y decididamente— nuestro carácter «sectario» y, me dispongo a defenderlo como intransigencia anárquica hasta las últimas consecuencias.

Gustavo Rodríguez,
Planeta Tierra, 19 de octubre de 2021.
(Extraído del folleto «Apología a la especificidad asociativa».)


1. La gran paradoja del dogma marxiano es haber impulsado el desarrollo «sectario» entre sus adeptos, engendrando infinidad de «sectas» que se reclaman entre sí ser los auténticos herederos de la vida y obra de san Charlie.
2. «Comisión Extraordinaria» concebida por Lenin tras la Revolución de Octubre e instaurada en diciembre de 1917, bajo la dirección de Félix Dzerzhinski, como organismo de represión encargado de la seguridad del nuevo Estado socialista. Con el tiempo esta agencia de policía secreta cambió de nombre, hasta convertirse en 1954 en el KGB (Comité para la Seguridad del Estado).
3. Freire, P., La educación como práctica de la libertad, ICIRA, Santiago de Chile, 1969, p.51.
4. Este hecho ha quedado recogido en diferentes textos, para mayor información vale consultar: Correa, Medardo; Sueño inconcluso, Artes Gráficas Caviher Ltda., Bogotá, 1997, p. 67 y ss. y; Medina Gallego, Carlos; ELN. Una historia de los orígenes, Rodríguez Quito Editores, Bogotá, 2001, p. 231-247.
5. Entre noviembre de 1985 y enero de 1986 fueron asesinados 164 guerrilleros pertenecientes al Comando Ricardo Franco Frente-Sur (CRF-FS) de la Coordinadora Nacional Guerrillera (CNG), por órdenes de sus comandantes tras juicio sumario acusados de «traición» y «faccionalismo». Vid., Cuesta Novoa, José, Vergüenzas históricas, Tacueyó, el comienzo del desencanto, Intermedio Editores, Bogotá, 2002.
6. Chile: Comunicado de Mónica Caballero y Francisco Solar. Disponible en línea: https://anarquia.info/chile-comunicado-de-monica-caballero-y-francisco-solar/ (consultado: 18/10/2021).
7. Id.
8. Id.
9. Id.
10. Id.
11. Id.