La investigación y el desarrollo de la tecnología nunca tuvo como objetivo satisfacer nuestras necesidades y deseos sino mantener, expandir y fundamentar el orden vigente. La sustitución de la mano de obra por la tecnología reduce el valor de la mercancía, por lo que obliga al capitalismo a aumentar la producción para su propia subsistencia. Cada propietario de capital que introduce una nueva máquina consigue una ganancia mayor que sus competidores, obteniendo más mercancías de sus obreros, con esta inercia seguirá existiendo la necesidad de desarrollar la producción en términos materiales y, en consecuencia, de utilizar más recursos y de contaminar a mayor escala. Esto explica la eterna búsqueda de sectores siempre nuevos de valorización. Desde hace doscientos años, el capitalismo evita su fin corriendo siempre un poco más rápido que su tendencia a derrumbarse, gracias a un aumento continuo de la producción. Pero si el valor no aumenta, por el contrario, es el consumo de recursos, la contaminación y la destrucción. El capitalismo es como un brujo que se viera forzado a arrojar todo el mundo concreto al caldero de la mercantilización para evitar que todo se pare.
Mientras continúe la sustitución de la fuerza de trabajo por tecnologías, en tanto el valor de un producto resida en el trabajo que representa, seguirá existiendo la necesidad de desarrollar la producción en términos materiales y, en consecuencia, de utilizar más recursos. Si se asocia condición humana a la condición capitalista de la existencia, como se hace en el presente, este progreso no es más que el progreso de la sociedad en tanto que sociedad capitalista. Y cuanto más progresa esta sociedad, cuanto más se desarrolla el Capital, más se contrapone materialmente a la existencia de los seres humanos y de la Tierra. Esa es la ideología del progreso: constituir dentro de su propia lógica una esperanza a la resolución de los problemas sociales, presentarse como una continuidad histórica hacia la “mejora”, sin precisar exactamente el significado de “mejora”. Ciertos progresos están basados en necesidades y deseos más o menos alienados, sin embargo, la gran mayoría se desarrolla sobre necesidades del Capital que son presentadas como necesidades inmediatas que de no satisfacerlas se quedaría uno excluido, infeliz y desactualizado. La técnica, que ahora se ha convertido en la ideología de la dominación, proporciona una explicación suficiente para la no libertad, para la incapacidad de los individuos a la hora de decidir sobre sus propias vidas. Durante el siglo XIX y el siglo XX, el progreso de la cultura, la razón… quedaron supeditados al progreso económico. Bastaría un correcto funcionamiento económico para que la cuestión social dejase de dar disgustos. El mismo proceso se repetiría con la técnica, ante el fracaso definitivo de la soluciones económicas. La economía paso a un segundo plano y la técnica se emancipó, siendo la economía una técnica más.
Lejos de que las nuevas tecnologías pudiesen liberarnos de la esclavitud salarial se han implantado cómodamente en el mercado laboral. El liberalismo más tradicional las apoya en pro de aumentar el beneficio abaratando los costes aunque el liberalismo más progresista se alarme porque conducirá al despido en masa de trabajadores prescindibles, no entienden que no hay nada más rentable que la interminable fila de hambrientos dispuestos a malvender su vida por sobrevivir a final de mes.
El conocimiento científico devalúa cualquier otro tipo de conocimiento que no entran en su marco de referencia, es decir la eficiencia y el progreso, explicándolos dentro de sus propios criterios evitando el inevitable ¿Por qué? Y ¿Para qué?. Para ello, la tecnociencia a generado corrientes de pensamiento basadas en la objetividad del acto social aplaudiendo la abolición del individuo como sujeto histórico. Desde el existencialismo hasta el postmodernismo, pasando por el estructuralismo actual; no pretenden contradecir el monopolio de la tecnología sino en todo caso allanar su camino. Todo conocimiento deber seguir un método cuya clave debe ser la puesta a prueba de cualquier afirmación, todo debe ser puesto a prueba. Toda puesta a prueba debe seguir el rigor de la neutralidad y ser objetiva, características que dice ostentar la ciencia, pero en los últimos tiempos la ciencia se ha convertido en un saber con pretensión de verdad hegemónico y ha relegado a un ámbito de los personal, de lo irreal o incluso de lo mágico al resto de los saberes, esto implica que el arte por ejemplo no es válido estrictamente como un saber, como tanto tiempo lamentaron pensadores como William Morris. Es por ellos que la ciencia no es neutral ya que en su afán de progreso se elijen temas orientados a la reproducción del sistema capitalista. Lo mismo podría decirse de todos los científicos en general. Con posibles raras excepciones, sus motivos no son ni la curiosidad ni el deseo de beneficiar a la humanidad sino la necesidad de atravesar el proceso de poder: tener una finalidad (un problema científico que resolver), hacer un esfuerzo (investigación) y conseguir la finalidad (solución del problema). La ciencia es una actividad sustitutoria porque los científicos trabajan principalmente por la realización que consiguen del trabajo en si. Consideremos el caso del Dr. Edward Teller, el cual tenía un obvio compromiso emocional con la promoción de centrales nucleares. ¿Este compromiso contenía un deseo de beneficiar a la humanidad? De ser así, entonces, ¿por qué el Dr. Teller no adquiría este compromiso con otras causas «humanitarias»? ¿Si era tan humanitario por qué ayudo a desarrollar la bomba H? Como con otras muchas proezas científicas, cabe preguntar cómo las centrales nucleares benefician actualmente a la humanidad.
La clase burguesa ha sido substituida por una clase tecnocrática nacida no de una revolución antiburguesa sino de la propia complejidad de la dinámica produccionista imperante, esta no se define por la posesión de los medios de producción o el dinero, sino por su capacidad de gestión y su competencia. Las ideas dominantes no son más que la ideal expresión de las relaciones materiales dominantes, las mismas relaciones materiales dominantes concebidas como ideas. La Razón no es eterna, es una producción histórica y será superada junto a su época. Hay algo sospechoso en la Razón moderna; las guerras, el empobrecimiento de las relaciones sociales, la amenaza nuclear o la destrucción del planeta. Ante estas catástrofes la idea del fin del mundo es razonable, pensando automáticamente como mundo en el mundo capitalista, ya que si terminara el capitalismo, montañas y ríos permanecerían pero al dejar de ser “recursos naturales” ya no serían tan siquiera mundo para las concepciones que estamos negando.
Gracias al Estado, que fomentó la investigación a gran escala en el campo de las armas bélicas y a la producción en masa de bienes de consumo, el progreso técnico y científico dio un gran salto haciendo de la tecnociencia la ideología imperante y la principal fuerza productiva. Ello no solamente implica la decadencia del mundo del trabajo y anuncia la obsolescencia del proletariado, sino que también significa el fin del papel del Estado como protector. En la sociedades tecnificadas lo que domina entre individuos no es el carácter autoritario como antaño, sino la personalidad desestructurada, narcisista y abstracta. El dominio del individuo se consigue con el estimulo externo mejor que con reglas que fijen su conducta, como desarrolló Foucault en su estudio del “biopoder”.
Distinguimos entre dos clases de tecnología, que llamamos tecnología de pequeña escala y tecnología dependiente de organizaciones. La primera es la que pueden usar comunidades de pequeña escala sin asistencia exterior. La segunda es la que depende de organizaciones sociales de gran escala. No somos conscientes de casos significativos de regresión de tecnología de pequeña escala. Pero en la tecnología dependiente de grandes organizaciones sí que hay regresión cuando la organización social de la que depende se colapsa. Ejemplo: Cuando el Imperio Romano cayó, su tecnología de pequeña escala sobrevivió porque cualquier artesano inteligente de una aldea podía construir, por ejemplo, una rueda de agua, cualquier herrero hábil podía obtener acero por métodos romanos… y así sucesivamente. Pero la tecnología dependiente de organizaciones Sí que sufrió una regresión..Sus acueductos se desmoronaron y no se reconstruyeron nunca. Se perdieron sus técnicas de construcción de calzadas. El sistema romano de saneamiento urbano se olvidó, por lo que no se hizo hasta tiempos más bien recientes el de las ciudades europeas igual a aquél de la antigua Roma. Por lo que está claro que si el sistema industrial fuera una vez profundamente colapsado, tecnologías dependientes de organizaciones se perderían rápidamente. Y una vez se hubiera perdido por una generación,llevaría siglos el reconstruirla, simplemente como costó siglos el construirla la primera vez. Los libros técnicos supervivientes serían pocos y dispersos. Y la sociedad industrial, si fuera construida desde el principio sin ayuda externa, sólo se podría hacer en una serie de etapas: necesitas herramientas para hacer herramientas para hacer herramientas para hacer herramientas… se requiere un largo proceso de desarrollo económico y en la organización social. E, incluso en ausencia de una ideología opuesta a la tecnología, no hay razón para pensar que alguien estaría interesado en reconstruir la sociedad industrial. El entusiasmo por el «progreso» es un fenómeno particular de la forma moderna de sociedad, y parece no haber existido antes del siglo XVII.