[Análisis] El fenómeno terrorista como arte de gobernar
Recibido por correo electrónico. Artículo extraído de la publicación «La Ira de Behelial«.
El fenómeno terrorista como arte de gobernar: la Paz en nuestros tiempos
Bruce Banner: ¡Ultrón!
Ultron: En persona. O, no, aun no. No en esta es la crisálida. Pero estoy listo, tengo una misión.
Natasha Romanoff: ¿Qué misión?
Ultron: Paz en nuestros tiempos.
Terrorismo y gobierno: un origen
Si bien no toda forma de gobierno implica una estructura estatal y un marco legal determinado, todo gobierno que se precie y pretenda perdurar tenderá antes o después, como toda fórmula de Poder, a cristalizarse y dotarse de una estructura lo suficientemente fuerte y racionalizada, bajo una cadena de mando que da cuerpo y forma al Estado.
El Estado es un perfeccionamiento de cualquier estructura de Poder, que siente que debe dotarse de herramientas que le permitan edificar unos cimientos sólidos, como una magistratura, un cuerpo legal, cuerpos represivos, aparatos de propaganda, capacidad de controlar y conocer a los súbditos (o ciudadanos) del Estado –no sin razón la palabra “estado” guarda relación con la palabra “estadística”-, establecer las bases del sistema económico acorde a los intereses de las clases poseedoras, protegiendo y amparando el derecho de propiedad (privada, estatal, pública…) y tener una cabeza de la hidra, más o menos centralizada, que al fin y al cabo garantice el funcionamiento de todos los resortes de la maquinaria estatal: hablamos del Gobierno.
El Estado (y/o el Gobierno) no puede considerarse solo como una estructura desde la cual se ejerce el Poder sobre una determinada población (en un marco geográfico determinado, o sea, una nación). El Estado es una realidad histórica a lo largo y ancho de una buena parte de la historia de la humanidad (que no siempre) y en el devenir histórico ha ido perfeccionándose, adaptándose hasta culminar en las modernas fórmulas de Estados de Derecho democráticos actuales, de predominancia en el occidente capitalista. Si bien podemos establecer que las funciones enumeradas con anterioridad en el párrafo precedente son intrínsecas a toda fórmula de Estado, no podemos negar la evolución que esta institución ha ido teniendo a lo largo de la historia y las diferencias que existen entre distintas coordenadas culturales, geográficas, históricas… Esto solo evidencia la constante necesidad del Poder de adaptarse a las necesidades cambiantes de la máxima función del Estado: mantener el orden. Un orden que claro está, que siempre beneficie a las clases dirigentes, una paz y una normalidad para que se puedan seguir desarrollando las relaciones de dominación –económicas, patriarcales, racistas…- en el tiempo. La paz tal y como la entiende el Estado: como el monopolio de la violencia por su parte y la cesión de la patente a sus aliados y colaboradores. Mantener el orden puede implicar la desestabilización de una zona del planeta con tal de que los imperios empresariales sigan obteniendo beneficio para los inestables mercados, el saqueo de recursos y la aniquilación y sometimiento de poblaciones, pero lo auténticamente importante es que el Orden establecido permanezca inmutable.
¿Y el terrorismo? La definición de terrorismo ha sido constantemente reformulada a lo largo de su historia. Como veremos más adelante, estos cambios en su definición, no son caprichos del destino, ni evoluciones aleatorias de un significante: obedece a intereses del Poder. Sin embargo, nuestro objetivo ahora es vislumbrar su origen y relacionarlo con el ejercicio del Poder y el Estado.
La primera definición de terrorismo que podemos encontrar en los glosarios de historia, es aquella que lo vincula a una práctica realizada por el nuevo Estado revolucionario, nacido al calor de la Revolución Francesa, que utilizó el “terror” como fórmula para asegurar el nuevo régimen entre 1793 y julio de 1794, con Robespierre y los jacobinos a la cabeza. El “terror” se convirtió en una fórmula de gobierno, puesta en práctica por primera vez con el advenimiento del Estado burgués y el inicio del proyecto político y económico de una burguesía triunfante y a la vez, amenazada por las consecuencias de una revolución que le había llevado al Poder pero que amenazaba con desbordarse y volverse contra la nueva clase dominante. El período del Terror, la guillotina y las ejecuciones sistemáticas fueron un arma que empleó el Estado contra las fuerzas revolucionarias que pretendían profundizar y llevar hasta las últimas consecuencias la revolución. El Estado buscaba a través de estas ejecuciones infundir el terror y servir de aviso para todo aquel que no se plegara al nuevo régimen.
El terrorismo como arma del Estado para mantener el orden, adquirió dos características: ser institucional, al ser puesto en práctica por el Estado su aparato legal y legislativo e indiscriminado, dado que su fuerza terrorífica reside en la potencialidad de afectar a cualquier persona. La conclusión de esta primera interpretación de terrorismo es clara:
“Esta primera interpretación del concepto de terrorismo está perfectamente clara: ante todo pone de manifiesto el estricto vínculo entre terrorismo y Estado. El terrorismo nació con el Estado, es practicado por el Estado; es, precisamente, un “método de gobierno” que el Estado emplea contra sus enemigos para garantizar su conservación.”1
El término evolucionó y acabó por mezclarse con la definición de “violencia revolucionaria”2, todo ello mientras el capitalismo y el Estado construían un mundo nuevo sobre la muerte, la destrucción, la miseria, la obediencia, la explotación y la tristeza, amparados en la ley y de forma indiscriminada. Desde entonces el concepto de terrorismo evolucionará según los intereses cambiantes del Poder, tal y como nos recuerdan los compañerxs de la revista A Corps Perdú, el sentido de las palabras indica siempre el lado hacia el que se inclina la balanza de la dominación. Quien detenta el poder detenta también el significado de las palabras. Esto explica por qué el concepto de terrorismo ha adquirido un nuevo significado, que se contradice totalmente con su génesis histórica, pero no con las exigencias de la dominación3.
La Ley y la necesidad de la categorización
El Estado, tal y como hemos señalado, regula su influencia en la sociedad mediante un cuerpo legislativo y una serie de códigos legales (códigos penales, constituciones, ordenanzas…). La función de la Ley queda clara: proteger el Orden y los intereses del Poder. A la hora de desarrollar y desplegarse la Ley en este aspecto, se concreta en diversas fórmulas. Nos interesa especialmente analizar aquella función de la Ley que busca generar conceptos y categorías propias, acorde a sus fines esencialmente represivos:
“Cualquier forma de Estado se ve en la necesidad de construir conceptos y categorías propias […]. La ley los tipifica. Y por supuesto se encargará de reglamentar lo que es o no es apto, lo que es o no normal, quién es el violento, quién es el terrorista… Todo son figuras creadas con el fin de segregar, aislar y/o estigmatizar determinadas comportamientos que se salen de la lógica del sistema y/o suponen una amenaza para el mismo. De este modo y creadas las categorías y conceptos, la represión se ajusta a ese marco legal y cae con todo su peso con una gran aceptación social.”4
Esta lógica con la que funciona la Ley y sus conceptos, tienen una evolución en la historia, diversos campos en los que se desarrolla. Tal es su influencia que son reproducidos socialmente por todos los altavoces del sistema, tales como los media, partidos políticos ,el sistema educativo y se insertan en el sentido común de la población. El “violento” donde se encuadran aquellxs que deciden disputar el monopolio de la violencia del Estado y su ser antagónico, el pacífico ciudadano demócrata, que protesta pero dentro de unos márgenes determinados por el marco democrático; el inocente y el culpable como categoría estrictamente legales, pero que son utilizadas habitualmente no solo por el propia sistema, sino incluso por sus pretendidos opositores cumpliendo así un reforzamiento, a veces sin quererlo (en otras ocasiones voluntariamente) reforzar la lógica de la legalidad del Estado. En fin, son muchas las categorías, tales como los locos, los delincuentes…etc. Estas categorías evolucionan, se adaptan a las necesidades del Poder, se olvidan unas, surgen otras, se reinventan los significantes siempre al ritmo cambiante a las nuevas condiciones sobre las cuales el Estado debe desplegar su capacidad y lógica represora. El objetivo es aislar a todo elemento desestabilizador para que sus prácticas e ideas amenazantes al orden no puedan ser emuladas ni pueda surgir una identificación generalizada con los individuos que se vean categorizados dentro de esos conceptos.
¿Y el terrorismo5? La figura del terrorista se ha convertido en el enemigo a batir por parte de las democracias. El terrorismo se ha convertido en un cascarón vacío que el Poder utiliza a su antojo. La categoría de terrorismo parece intentar servir al aparato represivo en toda su dimensión (jurídico, político, policial, carcelario y mediático) para justificar toda una serie de medidas y actuaciones contra todo aquel que no acepte el monopolio de la violencia en manos del Estado. Desde el Poder, el proyecto político de los estados democráticos parece ser definido como una negación del terrorismo. La estrategia es clara: aislar y separar del cuerpo social a rebeldes, anarquistas, antiautoritarios y todas prácticas de lucha que rompan con la normalidad de este sistema6.
Sin embargo, más allá de una categoría represiva, el terrorismo o más bien, su respuesta y lucha por parte del Estado ha servido para construir e edificar nuevas fórmulas de gobierno, cimentadas en torno al control social y la represión frente a cualquier ruptura de la normalidad. Prueba de ello es la evolución jurídica de este término, que ha ido incorporando cada vez más hechos punibles dentro de esta categoría o las políticas en materia de seguridad que los Estados europeos han ido implementando en los últimos años a raíz del repunte del terrorismo islámico.
Enemigo interno, enemigo externo: entre una construcción del Estado y una realidad
Los Estados segregan y separan mediante figuras creadas a aquellxs que resulten una amenaza para sus intereses y el consabido orden. El poder mediático a través de los medios de comunicación de masas ha sido capaz de generar una imagen de sus enemigos acorde a los intereses represivos del momento. Negar la existencia de un enemigo interior o un enemigo interior sería negar una realidad: somos muchos los que nos declaramos enemigos de este sistema y son también muchos otros también los que desde ópticos distintas (y muchas veces en una simple disputa por el Poder, queriendo acceder a la cúspide de la pirámide) que se englobarían dentro de estas categorías de “enemigo interno” y “enemigo externo”. Así los enemigos del Estado y de la Democracia sirven de chivo expiatorio y justificación de todo un poder de control social desplegado por las potencias estatales, con fines de control social.
El terrorista se ha convertido, sin lugar a dudas, en la figura preferida del Poder para concretar y ponerle nombre a ese enemigo interno. Todo aquel que dispute el monopolio de la violencia del Estado, será caracterizado como un personaje macabro y digno de ser perseguido y una amenaza contra la estabilidad democrática. La figura del terrorista consigue ser capaz de servir tanto para mantener el orden en casa, como fuera de las fronteras de los Estados, dado que estas figuras pueden venir de exóticos sitios o estar escondidas en los suburbios pobres de las metrópolis occidentales. En su cacería, todo vale, y todo aquel que nos e preste a negar esta realidad.
El enemigo interno tiene un alto componente racista y xenófobo en muchas ocasiones. Removiendo las viejas figuras del bárbaro extranjero que invade la civilización, nos encontramos con que millones de personas desplazadas a lo largo y ancho del planeta por las miserias, guerras y persecuciones provocadas por las políticas capitalistas de los Estados occidentales (y los no-occidentales) son una amenaza para la población en los discursos de los gobernantes y su séquito. Será una labor que debe adaptarse, obviamente, a las necesidades de la clase empresaria que, naturalmente, necesitará que las fronteras no sean algo hermético y cerrado, sino permeable, que deje traspasar una mano de obra barata a la que explotar. Para esta función se adapta perfectamente las lógicas de las sociedades democráticas, donde se ofrece un marco de posturas que acoten los límites entre la figura del inmigrante bueno y el inmigrante malo. Para ello, generalmente son las facciones de izquierda de la burguesía las que crean la figura del amigo y las facciones de derecha las que crean la figura del enemigo. Pero estas facciones funcionan conjuntamente y necesitan alternarse en el gobierno […] Se va a celebrar el árabe que está en el deporte o en el espectáculo, cómico o musical. Ámbitos en los que el cuerpo o la habilidad del colonizado son puestas al servicio de la celebración del imperio, ámbitos de devoción del cuerpo a la bandera7.
Contrapuesto a esta figura, se encuentran la de aquellxs explotadxs que no aceptan su rol de inmigrantes buenos y trabajadores sumisos, que no aceptan la cultura dominante y siguen generando su propia cultura en sus comunidades (no se adaptan a nosotrxs, dirá el racista), que protestan, que se escapan de esas cárceles llamadas CIES, que forman tumultos, que se enfrentan a la violencia policial… en fin, que no entran dentro de la categoría del colonizado agradecido con sus opresores que le otorgan la entrada al primer mundo y sus democracias.
El enemigo interno puede ser no solo el anarquista que con sus prácticas e ideas, potencialmente extendibles a sus iguales, al resto de oprimidxs, sino que se genera también con aquellxs que dentro de las propias fronteras nacionales estallan contra un orden que les somete día sí, día también. Los jóvenes de las banlieues de las ciudades francesas y en general de los suburbios de las grandes ciudades capitalistas, que de vez en cuando estallan cuando se comete un asesinato policial en los ghettos a los que la democracia les ha relegado a vivir en la marginalidad, por ejemplo. Cuando estos deciden responder a la violencia sistémica y estructural con violencia, serán rápidamente identificados por policías, jueces, políticos, periodistas, sociólogos, psicólogos, curas (o incluso, imanes), trabajadores sociales, izquierdistas, fascistas como un enemigo a combatir por el Estado, una amenaza a los valores nacionales y a la democracia.
Esta estrategia segregadora, que busca generar niveles y clases entre los oprimidos, dibujando una especie de frontera entre aquellxs explotados que están incluidos en las lógicas del sistema (y sufren todo su peso) y aquellxs que son expulsados y excluidos a la marginalidad, a los ghettos, y que son una constante amenaza que gestionar mediante cuerpos de seguridad, trabajadores sociales, drogas, fármacos y cárceles. El viejo divide y vencerás que puede hacer que mires con envidia a quién tiene más que tu y con desprecio y miedo a quién tiene menos que tú.
El enemigo interno sirve también para transformar la ciudad y los barrios que la componen. La ciudad es un escenario no neutral, se edifica reproduciendo el clasismo, el racismo y las necesidades especulativas de los capitalistas. Procesos tales como la gentrificación, que conllevan la expulsión de la población de un barrio y ser sustituidas por personas con un poder adquisitivo mayor, utilizan la figura del enemigo interno en sus muchas variables para justificar semejante agresión a la vida de miles de personas. Todo plan urbanístico que implique una transformación urbana tan grande viene precedido de una devaluación mediática del barrio: delincuentes, yonkis, personas migrantes que no se adaptan, antisistemas… Es la melodía que tantos barrios a lo largo y ancho del planeta escuchan previamente a la instalación de un Carrefour 24H o al desalojo de un centro social para construir nuevas viviendas para los nuevos ricos. El enemigo interno es un recurso inagotable para el Poder.
El final del mundo dividido en dos grandes modelos socioeconómicos, presentados como supuestos bloques antagónicos, trajo nuevos actores al mapa de la denominada geopolítica a finales del siglo XX. El islamismo8, en su forma cristalizada de modelo de estado-teológico, fue utilizado por EEUU y sus aliados como herramienta de desestabilización de regiones del planeta con regímenes afines a la URSS. Una vez cumplida su función, la bestia del fantasma estado-religión se configuro como el que iba a ser el terrorismo yihadista. Tras décadas de subidas y bajadas en la escena mediática, el yihadismo ha cumplido un importante rol en tanto recurso del Poder, de los Estados y los gobiernos por su adaptabilidad dentro de estas dos importantes categorías: el enemigo externo, como una espiral de imágenes, ideas y cosmovisiones que proviene del oriente o de las viejas colonias que se erige como amenaza a la democracia occidental y su sistema de valores; el enemigo interno, que se manifiesta mediante atentados, células yihadistas, ghettos en los barrios pobres, y entres presentes como espectros con las que podíamos estar conviviendo. Estas figuras tienen su puesta en escena y un despliegue en la realidad mediante el terrorismo. El terrorismo nuevamente se convierte en una fórmula de afirmación del proyecto del Estado y los poderosxs. La Democracia se refuerza mediante la proyección de su polo negativo: la barbarie terrorista y su fórmula de gobierno en base a estados-terroristas como el DAES. Lo importante de este juego, es saber cómo ambos polos forman parte de unas mismas lógicas de dominación, de sometimiento y explotación pero que despliegan su control con diversos matices distintos.
Esta guerra, que, al fin y al cabo, es una guerra real la que emprende y lleva el Estado contra enemigos internos y externos, es una realidad palpable. Es decir, señalar como el Estado justifica el despliegue de sus políticas de control mediante la generación de enemigos internos y externos no implica que de facto, no exista una guerra que se materializa en muertos, desaparecidos, encarcelados, torturados, heridos y que atraviesa la realidad de todo ser humano del planeta. Existen multitud de realidades donde se materializa ese conflicto y son muchos los que toman la iniciativa y deciden devolver los golpes. Efectivamente, algunxs serán afines y cercanos a nosotrxs y otros, no, siendo simplemente otras fórmulas y caminos para las mismas lógicas de un mundo organizado en torno a gobernantes y gobernados, en torno a explotadores y explotados.
Contraterrorismo y contrainsurgencia: el terrorismo como forma de gobierno
La lucha contra el terrorismo se despliega por tanto en todos los ámbitos donde el Poder tiene influencia y sirve para desplegar su afán de profundizar en el control y los siempre presentes intereses económicos, claro está. Los Estados luchan contra el terrorismo mientras sus políticas terroristas asesinan y someten a los explotados.
Esta batalla contra la barbarie terrorista se materializa en dos estrategias, tanto de puertas para adentro como de puertas hacia afuera: en las zonas seguras, contra el enemigo interno se denomirá contraterrorismo, en el extranjero, contra el enemigo exterior, la contrainsurgencia. Ambos están íntimamente relacionados y se retroalimentan entre sí. No es de extrañar como las antiguas potencias coloniales utilizaron métodos propios de sus guerras imperialistas y la gestión del control sobre poblaciones extranjeras para controlar y mantener a raya a las poblaciones de las metrópolis occidentales. Este proceso llega hasta nuestros días, donde las misiones internacionales, o en otras palabras, la presencia militar como fuerza de ocupación, extrapolan fórmulas similares de gestión y dominio pensadas para ponerse en práctica tanto en territorio nacional como extranjeros.
La lógica militar y la presencia de las fuerzas armadas esta cada día más presente en nuestra realidad cotidiana, mediante la presencia de patrullas en las urbes europeas, la aparición de cuerpos militares como la Unidad Especial de Emergencia (UME) que opera en España en catástrofes naturales, la utilización de los militares para romper huelgas, como recientemente ocurrió en el conflicto de los estibadores o la constante propaganda militaristas en centros educativos y medios de comunicación. Esta militarización de la vida cotidiana9 trae consigo un proceso paralelo de militarización de las policías civiles y la policialización de los cuerpos militares. Esto parece confirmarlo grandes planes de la OTAN como el denominado Urban Operation in the year 2020 e innumerables cumbres en materia de seguridad: la gestión militar del conflicto social, pone en evidencia que el poder del Estado se desplegará de forma similar tanto en ciudades europeas como en Kabul o las favelas sudamericanas.
El terrorismo se convierte así en un chivo expiatorio a través del cual el Poder despliega un control del espacio mediante un reforzamiento de las fronteras10 y el surgimiento de otras nuevas, el surgimiento de nuevas tecnologías de control social, el aumento de los beneficios económicos que hay detrás del negocio de la seguridad y una provechosa arma en el control y el flujo de las poblaciones, donde figuras como el inmigrante o el refugiado tienen una delgada línea roja con la figura del terrorista.
A remarcar también, los golpes de efecto del terrorismo en el terreno mediático, sirven como medio de control de masas mediante el miedo y, como, mediante situaciones de legalidad excepcionales, tales el estado de emergencia declarado en países como Francia o Bélgica se genera una normalización de estas situaciones, pasando a convertirse en norma. La excepcionalidad pasa a ser incorporada a nuestra vida cotidiana y pasa, de ser algo puntual a ser el pan nuestro de cada día que nos encontremos con toques de quedas, las calles tomadas por policías y militares o un marco legal donde la represión tiene aún más manga ancha de la que normalmente goza. La ley nuevamente, se adapta a las necesidades y normaliza su presencia en nuestra vida y en cada vez más aspectos de la misma.
Contra la paz en nuestros tiempo
El terrorismo es un fenómeno que abarca multitud de dimensiones: desde ser una herramienta del Estado que este pone en práctica a un fenómeno que es ocasionado por sus propias políticas y que es rentabilizado por el Poder. Lo que hay que tener en cuenta es que todo golpe, toda estrategia del Estado, todo arte de gobierno mediante el terrorismo se hace en nombre de la Paz. Una paz que no es sino otra ficción que nos intentan vender. Aquí no hay paz, aquí hay una guerra que se viene dando desde que hay poder: la guerra de ricos contra pobres… pero también de pobres contra ricos. Destruir su paz, pasa necesariamente por destruir al Estado y desenmascarar sus procesos de control y dominio. Aquí hay un conflicto. El que no lo quiere ver, es porque no quiere. El que siga presentándose e identificándose en figuras creadas por el Poder, está condenado a reproducir sus lógicas. Su paz se construye sobre el aniquilamiento y la muerte. Destruyamos su paz
1 “¿Qué es el terrorismo?”. Revista A Corps Perdu nº1
2 Siempre ha existido cierto debate en el movimiento anarquista en torno a identificar o no, ciertas acciones de violencia revolucionaria, como terrorismo. No es nuestra intención profundizar aquí sobre esta cuestión, pero desde luego, creemos que hay que tener cierto cuidado a la hora tanto de asumir dicho concepto o relegarlo solo a la conocida expresión “Terrorista es el Estado”.
3 “¿Qué es el terrorismo?”. Revista A Corps Perdu nº1
4 “La ley es el crimen”. Texto extraído de la publicación “Ante la represión, aumentar la lucha” de JJLL de Madrid. Podéis encontrarlo en esta misma publicación modificado y corregido.
5 En esta misma publicación podéis encontrar una evolución histórica de esta figura en el marco represivo del Estado (español en este caso) en el texto “Desarrollo de un intento por justificar lo injustificable”.
6 No necesariamente afines a las prácticas y principios anarquistas, claro está
7 “Estado de emergencia y negocio de la seguridad. Conversaciones con Mathieu Rigouste”
8 De la misma manera que la religión fue un instrumento fuertemente incentivado por los intereses capitalistas, el nacionalismo fue nuevamente reactivado, compartiendo campos en común con la religión: interclasismo, segregación, guerras… y toda una serie de simbologías en torno a los que reunir a oprimidos y opresores unidos en el altar de la Ley y/o de Dios.
9 Para profundizar un poquito más os dejamos alguna referencia, para quien pueda interesarle: “Si vis Pacem. Repensar el antimilitarismo en la época de la guerra permanente”;
10 “Nuevas tecnologías del control de las fronteras”. Interesante texto donde se desarrolla un estudio sobre el reforzamiento de las fronteras y la boyante industria tecnológica que lo sustenta.