[Análisis] Una guerra ficticia
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Una guerra ficticia
Durante el desarrollo de la crisis debida al Covid-19, hemos podido asistir a numerosas intervenciones por parte de lxs representantes del gobierno recurriendo a la narrativa de que nos encontramos en una guerra.
La necesidad del Estado de promulgar dicha semántica belicista es fácil de entender, especialmente en la Europa ‘segura’, civilizada y pacificada en la que nos han enseñado a creer – y a adorar –, y en la que hemos sido (muchxs de nosotrxs) construidxs, la Europa que subcontrata sus guerras para ser luchadas en otros territorios, así como esconde todo lo que puede su devastación, deslocaliza la mayor parte de sus industrias extractivas, construye centros de internamiento y mataderos lo mas alejados posible de la población y envía sus residuos a lo que llama “tercer mundo” mientras pule los suelos del escaparate turístico en el que ha convertido sus ciudades.
En nuestras jaulas de algodón no podría estallar la guerra, pero el Estado depende de la guerra para poder sobrevivir.
Es por ésto que el Estado utilizará cualquier oportunidad para recuperar este escenario, el cual ofrecería un aspecto bien distinto o quizá incluso jamás se hubiera producido de no ser por las masacres de la civilización y el capitalismo, usándolo para la reincorporación del miedo a la guerra, en este caso, la guerra contra el virus.
La conceptualización de un elemento externo que desea perjudicarnos es la aspiración del Estado de promover en el imaginario social la idea de una amenaza siempre presente y al acecho que supone la guerra, y como contrapunto, la imagen de sí mismo como nuestra única posibilidad de salvación frente a ésta.
Por ésto es, ahora más que nunca, imprescindible desarticular la existencia de las ficciones bélicas que nos vende su propaganda.
La existencia del Estado es el componente político que origina la guerra como la entendemos.
La guerra es la herramienta con la que se expande la civilización.
La necesidad del capitalismo de un crecimiento exponencial es el desencadenante de las guerras por recursos.
El Estado no existe para salvarnos de la guerra, sino que es su precursor.
La rapidez con la que el Estado adoptó esta estrategia propagandística que le retrata como imprescindible por un lado mientras aplica restricciones de movilidad, cierra sus fronteras y llena las calles de uniformes policiales y militares y el cielo de drones para confinarnos entre cuatro paredes por el otro; no son hechos aislados entre sí, sino que son medidas preventivas por parte del Estado para intentar impedir una posible insurrección durante el periodo de inestabilidad que está provocando la crisis sanitaria en la que nos encontramos, y provocará más aún la crisis social y económica derivadas de ésta.
Rechacemos las ficciones que distribuye el Estado para su propia salvación y luchemos para abrirnos camino a través de la oscuridad.
Desmantelemos las líneas de pensamiento o acción que sacrifiquen la libertad en favor de la “seguridad”, y los discursos que disfrazan leyes y restricciones como algo establecido para nuestro beneficio cuando sabemos que ni lo son ni jamás lo serán.
Desenmascaremos el absurdo del llamado al patriotismo y la unidad que surge a través de rituales como el aplauso que pretende felicitar y aclamar a lxs denominadxs por el presidente del Gobierno como “nuestra primera línea de defensa”, para seguir alimentando esta guerra invisible, cuando son los presupuestos del Estado mismo los que aumentan la severidad de la sobrecarga que está atravesando el sistema sanitario.
Aprendamos a distinguir a nuestrxs enemigxs.
Ataquemos a la civilización y a sus crisis.
Hagamos que el miedo que propagan alimente nuestro odio.
Contra la autoridad y las mentiras que la justifican.
Contra la policía y sus medidas represivas.
Contra su guerra ficticia.
Guerra al Estado.