Coronavirus: La hipocresía capitalista
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Pandemias han existido desde siempre, las enfermedades han exterminado billones de vidas alrededor del planeta hace ya mucho tiempo. El contexto en que se desarrolla cada una, las condiciones preexistentes que permiten su evolución y desarrollo, y el impacto que tienen en las especies (humanas en el caso del nuevo coronavirus), están en directa relación con el orden imperante que rige las relaciones humanas en las sociedades. Es decir, el capitalismo y la mercantilización de la vida en la Tierra, juegan un rol importante en lo que se refiere al origen, propagación y consecuencias de enfermedades consideradas pandemias.
El capitalismo se basa en la primicia de que los recursos en el planeta son escasos, por lo tanto, deben ser regulados para que las personas que participan de una sociedad puedan beneficiarse de estos. Claramente, la primicia misma de este sistema está basada en la objetivización de la vida en la Tierra, donde el flujo de las aguas, la existencia de infinitas especies de vegetales y animales, y la tierra misma, son miradas como fuentes de riqueza material, es decir, como objetos que pueden ser explotados a costa del sufrimiento y la destrucción, a beneficio de quienes ostentan el poder económico y militar en varias regiones del mundo.
Cuando el dinero, el lujo y el consumo están por encima de una existencia libre y natural, nada puede esperarse de este sistema depredador. Muchas mentiras se podrán decir respecto a los beneficios del progreso capitalista, pero lo cierto es otra cosa, algo comprobable en los hechos, el progreso no trae nada más que destrucción: devastación de los entornos naturales, cambios en los flujos de las aguas, posteriores sequías y por consecuencia, la miseria o la muerte a todes quienes viven gracias al equilibrio del entorno, especies vegetales y animales (humanos y no humanos). Sin embargo, hay un grupo privilegiado de humanos, que sí se ven beneficiadxs por todo esto y a costa de lxs demás.
Esta destrucción que impone el capitalismo, es más dura para muchas especies animales que pocas herramientas tienen para defenderse frente al avance frenético de las tecnologías en las sociedades modernas. El especismo es uno de los pilares de este sistema, y se ve reflejado también en la objetivización de los cuerpos animales, usados para distintos fines, donde uno de los más crueles se plasma en la industria de la alimentación basada en ellxs. Pero, ¿qué tiene que ver esta sanguinaria industria con el Covid-19? Distintas fuentes científicas (no es que esto les de más valor en realidad), han afirmado que el virus se originó a través de transferencia zoonótica, en otras palabras, saltó de animales no humanos hacia animales humanos. Mucho se especula sobre unx ciudadanx chinx comiendo murciélagos fue lo que desencadenó el contagio del virus, lo que se ha prestado para hablar mucho sobre los hábitos alimenticios de otras culturas, saliendo a reflotar muchas veces el racismo en todo ese contenido. Más allá de eso, la transferencia zoonótica se da bajo ciertas condiciones, entre el límite del entorno de la especie que porta el virus con la especie que puede ser infectada. Este contagio puede deberse al cambio de estas condiciones, tanto en proximidad, regularidad de contacto, entre otras cosas. Estos cambios sientan la base para la evolución del virus, la que puede desencadenar en un virus por ejemplo, más contagioso y letal. Y como ya se ha mencionado antes, ¿quién mejor que el capitalismo para cambiar las condiciones de un entorno donde puede existir un virus de estas características? Principalmente, el capitalismo genera estos cambios de dos formas: (1) de la industria de animales, específicamente, granjas industriales de animales y (2) a través de la devastación de la naturaleza, ambas relacionadas.
Para la (1), ejemplos en la historia hay ya muchos. En el siglo XVIII, en el territorio dominado por el Estado inglés, surgieron tres pandemias diferentes relacionadas a los animales considerados ganados. En este territorio, el capitalismo barrió los campos para reemplazarlos por “monocultivos de ganado”, principalmente de animales infectados por las pandemias precapitalistas importados de Europa. Dado que la concentración de estos animales cambió de forma desproporcionada debido al avance de la revolución industrial, las consecuencias de estas pandemias fue mucho mayor que en otros territorios. Los brotes se concentraron en grandes lecherías de Londres, donde los entornos eran ideales para la evolución de los virus.
Dados los avances del Estado inglés en ciencia y medicina, lograron contener estas pandemias, sin embargo, mucho peor suerte se corrió en África, donde las mismas pandemias llegaron debido al apogeo del imperialismo europeo, manifestado en la colonización del continente africano. Las campañas militares propagaron los virus principalmente en la población ganadera indígena, causando una gran mortandad, que se vio reflejada en la muerte de casi el 90% del ganado, lo que derivó en una hambruna sin precedentes en sociedades pastoriles de África. Esto trajo además por consecuencia una mayor facilidad para la expansión imperialista de las potencias europeas.
Otro ejemplo es el caso de la gripe española, uno de los primeros brotes de influenza H1N1, precursora de brotes más recientes como gripe aviar o porcina. Brotó en la segunda década del siglo XX, y según estudios hasta ahora se originó en aves o cerdos de corral en granjas, enfermando militares en campaña que viajaron a Europa. Las formas básicas de concentración y tratamiento intensivo en estas granjas eran lugares ideales para la intensificación de los virus. Si bien se considera que fue una de las pandemias más letales, debido a la gran cantidad de muertxs que dejó (según algunos estudios murieron cerca de 25 millones de personas en las primeras 25 semanas), el virus en sí no era muy diferente a otras cepas, y tal vez, su gran mortalidad se debió a las condiciones generalizadas de desnutrición, hacinamiento urbano y condiciones insalubres de las zonas afectadas, donde comenzaba a reinar una cultura cada vez más urbanizada en torno al desarrollo de la industria. Claramente, la propagación de esta pandemia se vio beneficiada por el creciente comercio y la Primera Guerra Mundial.
Para la (2), la devastación de la naturaleza es imparable para este sistema, ya que va de la mano con el autodenominado progreso, el cual es la piedra angular de este orden actualmente. En todos los territorios, el capitalismo arrasa con bosques, selvas, playas, montañas, glaciares y un sin fin de entornos donde habitan muchas especies, muchas de las cuales son portadoras de enfermedades y virus que tal vez los animales humanos no conocían. Los cambios en el entorno de estas especies (la destrucción de sus hábitats), obliga a estas especies a sobrevivir de otras formas, tanto internándose más en lo salvaje, donde el humano aún no llega, o adaptándose a la vida cerca de asentamientos humanos, pueblos o incluso ciudades. Estos cambios, pueden derivar en la evolución de las enfermedades que portan, como también, más exposición para quienes no tenían cerca estos “peligros”. Por otro lado, muchas comunidades indígenas se valen de la venta de carne de animales para sobrevivir, ya que sus entornos y formas ancestrales de vida y alimentación han sido devastados, y no hay muchas más opciones. Y claramente cada vez que avanza la ciudad, más especies quedan en riesgo de ser cazados por quienes ahora necesitan sobrevivir de esta forma. Cuando este ciclo sigue, es cosa de tiempo para que las personas queden expuestas cada vez más a enfermedades y virus nuevos. No es extraño entonces, que la pandemia se haya podido originar en una ciudad como Wuhan, ya que es una sociedad altamente urbanizada, pero también industrializada, con grandes industrias de acero y concreto, que reflejan la devastación que ha dejado el capitalismo en su paso por estos territorios. El Covid-19 no es la excepción.
Bajo estos argumentos pensamos en los gobiernos, quienes usan el poder de la infraestructura del Estado para perpetuar el sistema capitalista y fomentar el progreso indiscriminado a costa de la devastación. ¿No es entonces hipócrita el posicionamiento de los distintos gobiernos frente a la actual pandemia? ¿Cómo pueden dar tantos discursos y sacar medidas paliativas al degradante sistema de salud, mostrando preocupación por la vida de las personas, cuando son los responsables de que se den las condiciones para que este virus se haya propagado? Incluso, no es necesario pensar únicamente en este aspecto cuando hablamos de cinismo. Las condiciones en las que viven la mayoría de las personas en todos los territorios son de marginalidad y exclusión, condiciones que derivan en una vida con pocos atisbos de dignidad, ya que la desigualdad generadora de pobreza es extrema y nunca ha estado dentro de las prioridades de los gobiernos que eso cambie. Todo esto suena más bien a un aprovechamiento político de la situación y una oportunidad para implementar reformas que refuercen la represión y mejoren las herramientas del Estado para continuar con su dominación.
El virus del Covid-19 es real, ha matado a miles de personas alrededor del mundo y lo sigue haciendo todos los días. Pero esto no es algo nuevo, bien lo saben quienes viven en prisión, secuestradxs por el Estado, ya que las condiciones de salud y sanitarias siempre han sido paupérrimas, y ahora no es la excepción, ya que los gobiernos han demostrado no tener interés en sus vidas, reprimiendo con palizas, mutilaciones, torturas y muertes como respuesta a las demandas de lxs presxs por mejorar las condiciones sanitarias en este contexto de pandemia. También las sociedades indígenas en el mundo dan cuenta del cinismo de los distintos gobiernos. En el Abya Yala lo saben lxs indígenas de hace siglos, cuando los imperios europeos vinieron a saquear los territorios, trayendo muerte y destrucción no solo en manos de sus espadas y rifles, sino también de muchas enfermedades contagiosas como la viruela, la tuberculosis, la gripe o la sífilis, que finalmente mermaron la población de las culturas del territorio mucho más que cualquier arma. La hipocresía es evidente y sigue hasta el día de hoy, donde el hambre, el ébola, la malaria, los bombardeos en medio oriente, matan día a día miles de personas, muchos más que el Covid-19 y están hace mucho más tiempo, pero no son un motivo de preocupación tan alarmante como el nuevo coronavirus. ¿Será porque ahora se están viendo afectadas también las clases privilegiadas de países del primer mundo?
El llamado es a no creer ni un solo segundo en las palabras de lxs gobernantes, nunca confiar en el Estado y en el progreso. Como individualidades libres o comunidades podemos enfrentar la pandemia, con apoyo mutuo y nunca dejando de lado la lucha contra el poder y la dominación. La preocupación por la vida de parte del sistema nunca ha sido tal, y es hora de dejarlo en claro.
POR LA INSURRECCIÓN Y LA LIBERACIÓN TOTAL
POR LA AUTODETERMINACIÓN DE LOS PUEBLOS
POR LA DESTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CARCELARIA
FUEGO AL ESTADO Y BALAZOS A SUS LACAYXS!
Extraído de boletín anticarcelario para presxs Rebrote nº 4 (abril, 2020)
rebrote@riseup.net