Extraídas todas las partes de la entrevista de Anarquía.info
Con la inquietud de dialogar en torno a la Anarquía en nuestros días, desde el blog ContraInfo (C.I) nos animamos a realizarle una entrevista al compañero Gustavo Rodríguez (G.R.), motivados por el reciente llamado internacional de solidaridad con lxs anarquistas que continúan luchando tras las rejas de las prisiones contra la sociedad punitiva, quebrando la normalidad impuesta. El compañero Rodríguez, ha aportado incontables contribuciones al anarquismo insurreccional e informal y al llamado ilegalismo contemporáneo, destacando los agudos análisis de sus últimas aportaciones al debate en curso sobre la “nueva normalidad” impuesta por el “Ciber Leviatán”.
C.I. Hola Gustavo, es un placer que accedas a este intercambio que nos permite dialogar a distancia. Hemos visto que tus contribuciones tienen una enorme aceptación en diferentes latitudes, siendo incluso traducidas a varios idiomas; y lógicamente, también provocan reacciones contrarias, motivando la reflexión y el debate al interior del movimiento. Y es precisamente con esa intención que hemos elaborado esta entrevista, con el fin de provocar un intercambio fraterno de opiniones que sirva de puente para el desarrollo de la lucha anárquica.
Específicamente en el marco de la Semana Internacional de Solidaridad con lxs Anarquistas Presxs (Leer llamamiento aquí) y a propósito del texto que escribiste celebrando esa iniciativa; advertimos en tu crítica a la Cruz Negra Anarquista/Anarchist Black Cross (CNA/ABC), un rechazo fuerte a ciertas posturas caritativas manifiestas en algunos grupos que brindan apoyo a presxs que no provienen de las luchas antiautoritarias. Incluso, llegas a afirmar que hay supuestos “espías” y “líderes religiosxs fundamentalistas” que engrosan las listas de estos grupos. Cuando señalas esto ¿estás denunciando hechos concretos o, digamos, que es una manera genérica de destacar la inclusión de presxs que no son antiautoritarixs propiamente? ¿Crees que es necesario “rasurar” esas listas –para utilizar tus mismas palabras– y concentrar nuestros esfuerzos en lxs compañerxs específicamente antiautoritarixs? ¿Consideras que la CNA/ABC ha abandonado sus principios fundadores y requiere una “reconstrucción” interna que fortalezca esa perspectiva?
G.R. Ante todo, gracias por esta oportunidad de “dialogar” a distancia. En efecto, urge incentivar el diálogo y el debate fraterno en nuestras tiendas para poder comenzar a separar el trigo de la paja e ir asentando un piso común (teórico-práctico), que responda a las necesidades de la guerra anárquica en el siglo XXI. Y bueno, uno vez dicho esto, tengo que señalar que aquí van tres preguntas en una, pero me parece que están muy bien planteadas, ya que este tema tiene varias aristas por lo que requiere abordarse desde distintas aproximaciones. Lo “malo” es que estas preguntas demandan largas respuestas y eso siempre suele hacer muy aburridas las entrevistas, sobre todo cuando son escritas.
Desde hace años vengo denunciando la manera en que se ha desvirtuado esta histórica iniciativa de socorro y solidaridad anárquica en manos de una ganga de humanistas liberales. Ojo, no estoy generalizando, estoy refiriéndome en particular a Norteamérikkka; aunque sé que no es la única región que asume estas prácticas caritativas y acepta la imposición de presxs ajenxs a nuestra lucha. Evidentemente, no es el caso de la CNA en el Estado español, por poner un ejemplo. Pero, regresando a la situación específica de estos lares; considero que no sólo han adulterado la razón de ser de la CNA sino que a través de alianzas políticas la han puesto al servicio de intereses contrarios a la anarquía, llegando incluso a colocarla al servicio de los llamados Estados “revolucionarios”.
Desconozco si este giro –de 180 grados– ha estado motivado por algún tipo de subvención económica o si todo se reduce al espíritu piadoso (humanista-liberal-socialdemócrata-cristiano) que los inspira o si responde a principios maquiavélicos; es decir, que estén infundidos por la máxima utilitaria de “el enemigo de mi enemigo es mi amigo”. Lo cierto es que este secuestro lleva más de veinte años. Se remonta a cuando la entonces recién creada Anarchist Black Cross Federation acogía en su lista de presxs a los cinco espías cubanos que estaban encarcelados por esas fechas, utilizando los mismos eufemismos que el gobierno de los hermanos Castro, refiriéndose a los espías –que incluso habían trabajado en coordinación con el FBI– como “los Cinco Héroes”.
En este mismo tenor, está ahora el caso que impulsa la CNA de Philadelphia, demandando solidaridad con Ana Belén Montes (Pincha aquí para leer) prisoner/ana-belen-montes, a quien presentan como “prisionera de conciencia”. Más allá de que no se trate de una compañera anarquista, quizá sea oportuno recordarle al grupo de Phili que ya existe una coalición con fondos propios dedicada a su liberación (pincha aquí para leer); además de que toda la solidaridad en torno a su caso cuenta con apoyo económico directo del gobierno de Cuba.
Ciertamente, es muy lamentable comprobar que en nombre de la CNA se continúa haciendo campaña por espías en lugar de concentrar nuestros escasos fondos en lxs presxs anarquistas. Ahora mismo, aquí hay alrededor de cinco compañerxs presxs; además de todxs lxs anarquistas presxs en el resto del mundo. Hoy, tenemos compañerxs encarceladxs en Bielorrusia, en Chile, en Grecia, en el Estado español, en Italia, en Irán, en Rusia, por mencionar algunas latitudes. Y sucede lo mismo con las campañas que ha emprendido la CNA en solidaridad con líderes religiosos. Está el caso del Imam Jamil Abdullah Al-Amin (Hubert “Rap” Brown), que jamás ha tenido la más mínima aproximación al anarquismo. Se trata de un exdirigente del Partido Panteras Negras (BPP) que se convirtió al Islam, como muchos de los afrodescendientes en las cárceles norteamerikkkanas pero, ¿qué carajos tiene que ver con la anarquía el Partido Panteras Negras y la religión? Desde luego, tampoco hay que olvidar que el Iman cuenta con toda la solidaridad de sus feligreses y tiene su propio fondo de apoyo (Pincha aquí para leer).
Por eso, considero que es necesario rasurar esas listas tal y como afirmo en ¡Manos a la pólvora! No entiendo por qué desviar la solidaridad hacia personas ajenas a la lucha anárquica y no concentrarnos en el apoyo a nuestro Gabriel Pombo Da Silva, a Dinos Giagtzoglou, a Alfredo Cospito, a Lisa Dorfer, a Nicola Gai, a Mónica Caballero, a Francisco Solar, a Michael Kimble, a Eric King, a Anna Beniamino, a Carla Tubeuf y, todas las compañeras y compañeros que se encuentran en prisión alrededor del planeta.
Tras estas experiencias concretas, desde luego que considero urgente la “reconstrucción” de la Cruz Negra Anarquista o, en su defecto, animar una nueva iniciativa de solidaridad directa con las presas y presos específicamente anarquistas, retomando la labor de algunos grupos locales –insisto, no todos los grupos tienen la misma línea protoliberal. Pero, lo cierto es que muchas secciones a lo largo de Norteamérikkka han dejado de ser funcionales para nuestros presos y presas. No sé si aún estemos a tiempo de “reconstruir”. Es decir, de cambiar el rumbo desde “adentro” haciendo un sano deslinde de toda esta desvirtuación. Tal vez, sea mucho más “saludable” darle vida a una nueva iniciativa haciendo borrón y cuenta nueva. A fin de cuentas, a lo largo de la convulsa historia de la Cruz Negra Anarquista, se han presentado circunstancias similares que han provocado enérgicas rupturas e incluso la evolución de su nombre a través del tiempo. Recordemos que inicialmente ese no era su nombre y que fue el secuestro de los socialdemócratas (primero) y los bolcheviques (después) lo que originó las siglas que hoy ostenta(1). Quizá ha llegado la hora de empezar de cero.
C.I. Ahondando un poco más en este mismo tópico de la lucha anticarcelaria ¿crees que debemos continuar con la solidaridad hacia lxs presxs en general desde una postura abolicionista? ¿consideras que es importante apoyar a lxs presxs de la revuelta aunque no sean específicamente anarquistas?
G.R. Desde la trasnochada óptica “clasista”, los llamados presxs sociales o “comunes” –como les denomina despectivamente el sistema– se concebían como “víctimas del capitalismo” y por ende, siempre contaron con nuestro apoyo, haciéndonos eco de todas sus denuncias sobre las infrahumanas condiciones penitenciarias. Ahora mismo, con la pandemia de Covid-19, vemos como las cárceles están ejecutando un exterminio racista que asesina a mansalva Negrxs, latinoamericanxs, indígenas y pobres y, no sólo aquí, es el mismo modus operandi en todo el mundo, implementando una limpieza de excluidos a la usanza nazi. Sin embargo, estas denuncias puntuales no pueden confundirse con la retórica de la religión secular de lxs liberales humanistas que idealiza a lxs presxs per sé. En términos concretos, siempre he encontrado tras las rejas al mismo animal humano que habita en el exterior, siendo las cárceles un reflejo puntual de la sociedad con todos sus animales variopintos, cada unx de ellxs con virtudes y defectos y, sus propias necesidades y ambiciones. Lo que nos obliga –al igual que en las calles– a crear vínculos de afinidad con aquellos que sí coinciden con nuestros anhelos y comparten nuestra práctica.
En este sentido, desde el ilegalismo anárquico siempre se ha tenido vínculo con presos que la mayoría de las veces no conocían ni remotamente las ideas ácratas, sin embargo, venían de una práctica mucho más antiautoritaria que algunos de los que se arropan en nuestras tiendas. En incontables ocasiones, cuando estos presos entran en contacto con la teoría y la práctica anárquica se identifican plenamente. Desde luego, no generalizo. Hablo de casos muy específicos; de lo contrario, estaría cayendo en la misma ensoñación de lxs liberales humanistas.
Considero que el rol caritativo hay que dejárselo a las diferentes denominaciones religiosas que cotidianamente se arrancan la cabeza disputándose la feligresía de las cárceles. La rebatinga entre evangélicos renacidos, musulmanes, mormones, católicos, metodistas, cienciologistas y testigos de Jehová, se entiende pero, no acabo de comprender porque hay “anarquistas” que se suman a esta competencia por las “almas descarriadas” aspirando salvarlas del purgatorio. Claro está, este desvarío también embona con esa óptica “clasista”. Otra visión igualmente desfasada que hacía hincapié en el crecimiento cuantitativo del llamado “movimiento revolucionario” e intentaba captar a toda costa nuevos “militantes”, alimentando el rol del “predicador” de la iglesia libertaria en disputa permanente con las otras sectas religiosas.
Quizá sea una obviedad, pero no está demás reiterar que como anarquistas estamos por la demolición de las cárceles, lo que no hay que confundir con la obligada caridad con todos los prisioneros del mundo, olvidando que tras las rejas también hay feminicidas, violadores y neonazis, por decir lo menos. Y lo mismo aplica para lo que comentaba antes sobre espías y líderes religiosos. No vamos ahora a solidarizarnos con los espías israelíes que pueden estar presos en Teherán a pesar de conocer las condiciones infrahumanas impuestas por la sharia y el Consejo de Guardianes en las cárceles iraníes.
Ahora bien, en cuanto a la doctrina abolicionista, me gustaría hacer algunos comentarios corriendo el riesgo de aburrirles nuevamente. En fechas recientes ha tomado auge al interior de nuestras tiendas el discurso en torno a la “abolición de las prisiones” y –en los últimos días–el tema de la “abolición de la policía”. De hecho, existe un grupo anarco-bolchevique que se autodenomina Movimiento Abolicionista Revolucionario/Revolutionary Abolitionist Movement (RAM). Considero que toda esta retórica hay que abordarla desde la reafirmación de la teoría y la práctica anárquica, para poder despojarnos de estas conceptualizaciones ajenas. Cuando hablamos de “abolición”, nos estamos refiriendo a la anulación de leyes, instituciones y/o costumbres “moralmente inaceptables” para la sociedad. Es decir, estamos reclamándole al Estado su intervención. Evidentemente, esta actuación reformista es completamente opuesta a la praxis anárquica. Las reformas sólo contribuyen a consolidar la dominación. No hay vuelta de hoja. No sé en que momento se agudizó la confusión sobre el abolicionismo que padecen algunxs compañerxs –y, aquí incluyo a personas entrañables, como Rodolfo Montes de Oca–, ni bajo qué circunstancias se le abrió la puerta a toda esta bazofia reformista .
Existe un folleto, que está disponible en inglés en la página actforfree.nostatate.net, que aborda este tema de manera sintética, intitulado “Prison: abolish or destroy?”. Comienza con una frase lapidaria: «Se ha dicho, sin lugar a equívoco, que las personas que más daño hacen en este mundo, son aquellas que tratan de hacer siempre el bien» y, ese precisamente ha sido el papel de los abolicionistas.
Desde hace dos décadas, los abolicionistas vienen planteando la eliminación de las cárceles y su reemplazo por un sistema correccional más “humano”. De hecho, aquí en Amérikkka, desde 2015, la Asociación Nacional de Abogados ha venido impulsando esta reforma. Desde luego, esta propuesta no es nueva. El abolicionismo siempre ha sido promovido por religiosos, reformadores sociales y filósofos moralistas. Recordemos que fueron los abolicionistas de antaño los que originaron el panóptico y la actual ortopedia social, al abolir el patíbulo y las mazmorras. Ahora, los nuevos abolicionistas junto a los reformadores judiciales, de la mano de la 4tª y 5tª Revolución Industrial, están allanando el camino para la “nueva normalidad” de control. Esto ya está aquí. Los Estados lo están implementando ahora mismo en todo el mundo, con diferencias en cuanto a los tiempos de ejecución pero ya está en marcha el cierre de complejos penitenciarios y la implantación de sistemas de control de última generación. La pandemia les ha venido como anillo al dedo exponiendo los “peligros del hacinamiento”; claro está, con cierta perversión de por medio. Sabemos que a la dominación no le causa mucha molestia dejar morir a miles de excluidxs en las prisiones antes de dar el paso definitivo y presentarlo como un triunfo de la democracia a través de las reformas sociales. Sin duda, se acerca el fin de las cárceles tal y como las conocemos. La institución penitenciaria cambiará de nombre y, las instalaciones de máxima seguridad serán muy escasas, reservadas para un puñado de irreductibles que serán “atendidos” como peligrosos psicópatas en asépticas edificaciones subterráneas que no afeen el paisaje de las smart cities; gracias a las buenas intenciones abolicionistas. No olvidemos que en 1865, con la Decimotercera Enmienda, se ilegalizó la esclavitud en Estados Unidos, pero los esclavistas fueron los únicos que resultaron indemnizados por el gobierno. Con la abolición, los esclavos dejaron de ser “mercancía humana” susceptible a compra-venta, sin embargo, no se abolió la servidumbre, pasando a ser recursos que podían ser explotados hasta la muerte. Baste una ojeada rápida de la historia de las cárceles para comprobarlo, sin mencionar el papel que tuvo la mano de obra esclava en pleno siglo XX, utilizada a gran escala en la Alemania nazi, la Rusia comunista, la China maoísta, la Kampuchea Democrática de Pol Pot y, la Cuba castrista con sus campos de trabajo forzado para los homosexuales y los intelectuales disidentes, bajo el eufemismo de “Unidades Militares de Apoyo a la Producción”.
En cuanto a la solidaridad con lxs presxs de la revuelta, considero innecesaria la intervención directa de la CNA. Por lo general, en estos casos puntuales, se animan iniciativas específicas, dedicadas a dar atención a las personas encarceladas. Ahora mismo está sucediendo con miles de detenidxs durante las recientes revueltas en repudio al gobierno de Trump y contra la violencia policiaca en diferentes ciudades norteamérikkkanas. Muchxs de lxs detenidxs son liberales con anabólicos, demócratas radicales, líderes religiosxs y, militantes de las mil y una sectas leninistas. Con los días, se ha venido dando una decantación natural que nos permite identificar quienes son lxs compañerxs anarquistas que cayeron en las garras del sistema durante las confrontaciones e, inmediatamente, la CNA deberá concentrar todos sus recursos en ellxs. Las otras estructuras político-religiosas tienen sus propias maquinarias de solidaridad e igualmente las echan andar de inmediato para apoyar a lxs suyxs.
C.I. Recientemente tuvo lugar en Madrid un ciclo de debates en torno a tu texto Covid 19: la anarquía en tiempos de pandemia, realizado los días 7 (Ateneo Libertario de Vallekas), 21 (Local Anarquista Motín), 28 de agosto (CNT-AIT), 19 de septiembre (Espacio Okupado Anarquista La Emboscada), y el 23 de octubre (Ateneo libertario Carabanchel-Latina) donde también se actualizó la situación local e internacional de la represión anti anarquista. ¿Qué te ha parecido esta iniciativa?
G.R. En realidad, tengo que manifestar mi sorpresa. No estaba al tanto de esta iniciativa ni tuve contacto con los compañeros y compañeras organizadoras; lo que sin duda, le imprime de antemano un fascinante talante anárquico a esas jornadas. Lo cierto es que me provocó gran regocijo verificar la presencia de cómplices del otro lado del Atlántico y, no lo digo por la posible “aceptación” que pueda haber tenido este texto, sino por la constatación de afinidades preocupadas de incentivar la reflexión como paso necesario para el abandono de esta inercia que nos sume. Paralelamente, considero que este esfuerzo se potencia cuando se entrelaza con la actualización puntual de la represión anti anarquista en el plano local e internacional.
Si cabe agregar algo, vale resaltar la importancia que cobran estos debates en los barrios de Vallecas, Tetuán y Carabanchel; específicamente, en estos días que crecen las propuestas de “secesión” desde el discurso “comunizador” y el situacionismo tardío, equivalentes a la huida al campo y la construcción de “islas felices” –como señala atinadamente el compa Cavalleri–; en lugar de confrontar a la dominación en su guarida. La guerra anárquica ha de tener lugar en la metrópolis, más ahora que nos imponen las smart cities. El desarrollo de la insurrección permanente nos exhorta a “secesionarnos” pero, cuando hablamos de secesión desde la perspectiva de la tendencia informal e insurreccional anárquica, nos referimos a “dejar de ser”. Es decir, dejar de ser parte de…, dejar de trabajar, abandonar el rebaño, “desacoplarnos”, salirnos del lente de la cámara, interrumpir la secuencia. Se trata de desplazarnos en la absoluta ilegalidad en pleno corazón de las ciudades. Y esto sólo es posible asumiendo la pericia de las termitas: destruyendo, destruyendo y destruyendo, en la total oscuridad de la noche pero, sin asumir sacrificios inútiles en aras de un futuro incierto, sino armados de placer en el pluscuampresente anárquico. Ése es el papel de lxs lobxs solitarixs y los grupos de afinidad en nuestros días.
La demolición de la mansión de Monsieur Dominación, únicamente se concretará devorando su estructura; hasta que un buen día, de un simple portazo, se venga abajo todo el edificio. Desde luego, volverán a construir otra mansión con características mucho más resistentes y emplearan métodos de fumigación cada vez más letales pero nuestro talante demoledor es permanente. Para entonces habrá nuevas mandíbulas –refractarias a la fumigación– dispuestas a continuar devorando noche tras noche, hasta debilitar los pilares de la nueva edificación.
C.I. En esta contribución, en el marco de la “nueva normalidad” impuesta por la necropolítica del capitalismo hipertecnológico, nos invitas a «plantearnos nuevas interrogantes –antes de arrogarnos respuestas– en torno a la vigencia de la inmutabilidad del fuego». ¿Cuál es la intención de este texto? ¿Cumplió con su objetivo?
G.R. Lo único que intento es sacudir. Es decir, estremecer: movernos el cómodo tapete en el que estamos parados, incitando la práctica anárquica.
Este texto es (o al menos pretende ser) una reflexión a contracorriente de todo lo “políticamente correcto” en torno a las particularidades de la “neo-normalidad” que nos imponen –de la mano de la 4ta. y 5ta. Revolución Industrial–, con su consecuente proceso de histéresis y la consolidación del capitalismo cognitivo.
Lamentablemente –salvo honrosas excepciones–, el anarquismo en nuestros días, además de fragmentarse en mil identidades con la aceptación de toda la bazofia que implica la cárcel “identitaria” (que delimita y oprime la individualidad desde el timo de la corrección política), ha degenerado en una ominosa pose. Se ha transformado en una postura estética, en una especialidad académica y, en producción literaria –ya sea de ficción, filosófica, historiográfica, antropológica, sociológica o de historietas–; es decir, vemos muchos textos y muy poca práctica. Cuando realmente la anarquía es pensamiento-acción: lo que los marxianos llaman “praxis”. Sin práctica no hay anarquismo, porque la teoría anárquica se nutre precisamente de la práctica. Desde luego, me refiero a la práctica concreta como accionar refractario, no a la “práctica” de los insurrectos del teclado y la “guerra social” virtual.
Considero que lo más preocupante de toda esta exuberancia literaria que nos invade, es el reduccionismo de las visiones subyacentes, que evaporan cualquier intento reflexivo y, sobre todo, las oportunidades de concretar la lucha anárquica en nuestros días. Pienso que es importante tomar conciencia de esto, abriéndonos a la posibilidad de “auto explorarnos” y comprobar hasta que punto –tal vez, sin darnos cuenta de cuándo o cómo–, muchos de nosotros y nosotras también alimentamos esta ausencia de práctica anárquica en nuestros entornos, sustituyendo el ataque a la dominación por hiperactivismo comunitario y, dejándonos arrastrar por la inercia de los modelos de lucha caducos.
El anarquismo sin su práctica consecuente se reduce a un cuerpo de orientaciones valorativas condenado a su degeneración ideológica. Dicho lo anterior, no es imposible intentar una mudanza al respecto, partiendo del supuesto de que se quiere remediar esta miserable situación de fondo. Cualquier intento por incitar el pensamiento-acción y frenar la inercia que proyecta la fe en las metodologías arcaicas, tiene que estar orientado al ataque concreto contra lo existente y, para ello, es indispensable ir más allá de la “guerra” en Internet y, desde luego, del discurso panfletario, del ataque a los símbolos y la trasnochada visión lucharmadista y su resultante poderpopulista. Ese es el subtexto de La anarquía en tiempos de pandemia: un llamado de conciencia / un llamado a la acción.
Aparentemente, el texto cumplió con su objetivo, pero esa es mi apreciación. En realidad, le toca a lxs compañeros afines a la tendencia informal e insurreccional expresar sus opiniones y darle respuesta a esta pregunta.
1. Los orígenes de la CNA se remontan a la Rusia zarista. Creada originalmente como Cruz Roja Política (CRP), con la intención de distinguirse de la organización médico-humanitaria fundada por el ginebrino Henry Dunant, que ya operaba en los territorios del Imperio ruso desde 1867 y se dedicaba a socorrer a los soldados heridos en las batallas y a las víctimas de las guerras –en estricto apego al derecho internacional. Desde sus primeros días de vida, la CRP estuvo orientada al socorro de lxs presxs anarquistas y socialistas revolucionarixs, pronto fue copada por los socialdemócratas. Este asalto se reflejó enseguida en la carencia de apoyo a lxs presxs anarquistas, lo que indujo a los ácratas –a mediados de 1906– a escindirse e integrar la Cruz Roja Anarquista (CRA), redoblando el apoyo a nuestrxs compañerxs encarceladxs y exiladxs en Siberia. Para 1907, la CRA establecería secciones en Londres y New York, dedicadas a la recaudación de fondos para auxiliar económicamente a sus presos y familiares.
Con la instauración de la dictadura bolchevique, algunos “anarquistas”, seducidos por la verborrea revolucionaria del fascismo rojo, renunciaron a sus principios y se unieron al rebaño, sumándose al secuestro de las instancias antiautoritarias de lucha. La Cruz Roja Anarquista no sería la excepción, quedando también bajo el control rojo. Para entonces, muchos de sus animadores ya estaban en las cárceles comunistas o habían sido deportados a Siberia, lo que impulsó a los compañeros que lograron huir al exilio a reconstituir la iniciativa bajo una nueva denominación que dejaba en claro su posicionamiento teórico-práctico: Cruz Negra Anarquista (CNA). Los grupos en Gran Bretaña y Estados Unidos, también adoptarían el nuevo nombre, permaneciendo activos en la solidaridad con nuestrxs presxs hasta mediados de la década de 1930 del pasado siglo. No sería hasta 1966, que se reanimó la labor de la CNA por iniciativa del compañero Stuart Christie en colaboración con Albert Meltzer. Stuart, que había sido huésped de las mazmorras del fascismo franquista acusado de “terrorismo”, fue un incansable promotor del proyecto, llevando la iniciativa al plano internacional en el verano de 1968 durante los días del Congreso Internacional Anarquista de la ciudad de Carrara. Allí, invitaría a los presentes a conformar secciones de la CNA alrededor del mundo y, se haría eco de la situación de los anarquistas presos en las cárceles de España, revelando también la represión de los anarquistas cubanos bajo el régimen de los hermanos Castro y dando acuse del fusilamiento de un compañero en la Isla. Para 1980, había secciones de la CNA en casi todo el planeta con la excepción de los Estados bajo el férreo control de dictaduras militares.
C.I. Cuéntanos, qué repercusiones han tenido tus contribuciones en la galaxia anarquista, y cómo ves la acogida y/o rechazo –dependiendo de los sectores– a las reflexiones que haces, particularmente sobre la participación de lxs individuxs y grupos anárquicos en movimientos populares y luchas intermedias, tal como lo expresas en la trilogía Cartas a un/a chileno/a sobre la situación actual (I, II, III), sincronizado con los conflictos sociales de esta región, iniciados el 18 octubre del 2019 hasta antes del confinamiento por el Covid-19. ¿Crees que es importante nuestra participación en los movimientos populares y en el desarrollo de las luchas intermedias?
G.R. Desconozco si mis aportaciones han tenido algún tipo de “repercusión” en la galaxia anárquica y, mentiría si comento sobre la posible acogida o el rechazo de estas reflexiones. Es innegable que circulan y se difunden, lo que puede sugerir la existencia de un pequeñísimo “círculo receptor” pero, es imposible conocer el grado de aceptación o rechazo que tienen. Lo cierto, es que no estoy interesado en persuadir a nadie. Dentro de las limitaciones teóricas y, desde mi formación autodidacta y antidisciplinaria, he tratado de plasmar algunas reflexiones abriendo interrogantes. Es decir, me abstengo de dar respuestas. Hago hincapié en nuestras carencias y debilidades, con el propósito de estimular la reflexión de todas y todos los compañeros afines. Pero, cuando insisto en incitar la “reflexión”, no me refiero a profundizar en nuestras cavilaciones ni a entregarnos a la meditación abstracta ni a abonar nuevas páginas a la filosofía ni nada por el estilo. Se trata de “ver”. Es decir, abrir los ojos y echar un vistazo a lo que nos rodea. Algo que el animal humano ha dejado de hacer desde hace mucho tiempo en su afán de distanciarse de los demás animales en busca de un “propósito de vida”; lo que le ha llevado a crear en el inconsciente colectivo (con todas las implicaciones fascistas del término junguiano) el “mundo feliz” de Ciudad Esmeralda –la mágica tierra del Mago de Oz(1)– y a hacer obligatorio el uso de gafas verdes, para que los ilusos crean que todo lo que les rodea son esmeraldas.
Por eso, cuando afirmo la necesidad de ver, lo hago también desde el ángulo visual de los planos múltiples, añadiéndole el color y la iluminación requerida. Si las feministas de finales del pasado siglo exhortaban a ver la realidad con “gafas violeta” (Gemma Lienas); a lxs anarquistas nos toca VER con lentes de optometrista. Es decir, cambiando constantemente la graduación –tal como hacen los animales no humanos– y, por qué no, alternando constantemente el color de los filtros e incluso, contrayendo o expandiendo el iris, hasta retomar la visión nocturna perdida. Solo así, podremos reconocer la caducidad de los modelos de lucha prevalentes y, la urgencia de un nuevo paradigma anárquico que facilite el accionar de lxs lobxs solitarixs y las minorías informales de signo ácrata e insurreccional.
Suministrar respuestas o “dar línea” –como le denominan los marxianos a la imposición vertical de lineamientos– no solo exige una vanidad superlativa sino el total abandono de nuestros más elementales fundamentos teórico-prácticos. Parafraseando a Nietzsche: “tan odioso me es seguir como guiar”.
En cuanto a la pregunta en torno a la participación anarquista en los llamados “movimientos populares”. Mi percepción la he venido externando desde hace veinte años y ha quedado registrada en diferentes momentos, evidenciando la evolución radical de la lucha anárquica. Si releemos algunas de mis contribuciones de las décadas de 1980 y 1990, encontraremos cierto “optimismo crítico” que le otorga el beneficio de la duda a esas estrategias “movimientistas” que –a grandes rasgos– tomaron cuerpo alrededor del neozapatismo mexicano a mediados de la última década del siglo pasado y, poco después, en torno al discurso “altermundista” y “antiglobalizador”, alcanzando su clímax en “La batalla de Seattle”. Sin olvidar posteriores brotes movimientistas (que algunos gustan meter al mismo costal), como el levantamiento argentino de diciembre de 2001 y, el boliviano de octubre de 2003 e incluso, el desarrollo de “los sin tierra” en Brasil.
En realidad, por esos almanaques, estábamos presenciando los estertores del llamado “movimiento proletario”. De tal suerte, se ratificaba la ausencia de misión histórica del proletariado y se decoloraba el sujeto revolucionario “destinado a conducir la Humanidad hacia el comunismo”.
Frente al deshilachamiento de los partidos comunistas y la mutilación presupuestal de las estructuras guerrilleras –a consecuencias de la caída del Muro de Berlín y el fin del comunismo “realmente existente”–, los remanentes de toda esa retórica obrerista/populista (ahora refugiados en las llamadas “organizaciones sociales”), de la mano de los sindicatos y los hiperactivistas variopintos, pondrían en escena a comienzos del milenio la última pataleta estridentista, no en aras de la destrucción definitiva del capitalismo sino de su renovación, acarreando a la servidumbre voluntaria a la defensa del trabajo y la consolidación de gobiernos populistas en nombre de “Otro mundo posible”. Es decir, “Otro capitalismo posible”.
Ni el movimiento de movimientos altermundista (Seattle, Washington, Praga, Quebec, Génova, Barcelona, Tesalónica, Varsovia), ni el neozapatismo mexicano, ni el movimiento de los “sin tierra” brasilero, ni las revueltas argentina (2001) y boliviana (2003); tuvieron la más mínima motivación anárquica ni se abocaron a la destrucción de la dominación. Sin embargo, ante la ausencia de paradigma, todas esas maromas fueron susceptibles de una lectura ácrata equivocada, lo que impulsó a incontables compañeras y compañeros, entre los que me incluyo, a involucrarse en un sucedáneo de lucha –algunos incluso dieron la vida– que reafirmaba en la práctica la alienación del trabajo y consolidaba el mundo tripolar hipercapitalista que hoy padecemos.
Desde entonces, y a pesar de las fuertes expectativas generadas, la degeneración movimientista continuó a paso galopante hasta quedar atrapada en las estrategias reformistas del leninismo posmoderno que le apuesta al gatopardismo y a la reforma del sistema. Tal como está sucediendo en Chile en estos momentos o, aquí en Norteamérikka, por citar un par de ejemplos concretos del rol de la llamada “oposición de izquierda” en el mundo.
Y bueno, en derredor de las llamadas “luchas intermedias” y la participación anarquista en esos eventos específicos; solo podría corroborar todo lo antes dicho. En mi opinión, que continuemos hablando en esos términos solo demuestra una vez más la ausencia de un paradigma anárquico en el siglo XXI. No podemos olvidar que el desarrollo teórico de todos esos conceptos –las “luchas intermedias”, el “núcleo de base autónomo”, la “insurrección generalizada”, etc.–, respondía puntualmente a las necesidades de una época y, ciertamente, nuestro compañero Alfredo Bonanno, fue el mejor exponente de esa contundente respuesta en ese momento histórico concreto.
Alfredo, supo sistematizar, como pocos compañeros, nuestra larga lista de fracasos y, a partir de la práctica, se dedicó no solo a impulsar la ruptura definitiva con todas las desvirtuaciones anarcosindicalistas y con el federacionismo de síntesis, sino que se aplicó a teorizar la insurrección anárquica en el último tercio del siglo pasado, regalándonos verdaderas joyas que nos permitieron entender la lucha en aquél particular contexto. Sin embargo, todos esos aportes valiosos, hoy solo nos ayudan a entender el pasado y a trazar nuevas trayectorias que correspondan a nuestro tiempo. Hablar de “luchas intermedias”, presupone la hipotética llegada de la gran “lucha final” y la fe secular en una “insurrección generalizada” –episodio cada vez más quimérico–, que daría al traste con la dominación, iniciando un nuevo período en la historia de la Humanidad. Hoy, el arribo de la 4ta y 5ta Revolución Industrial y, la consolidación del hipercapitalismo tecnológico en un mundo tripolar, nos exige el abandono definitivo de la visión utópica y la ruptura categórica con el síndrome milenarista de la catástrofe inminente y el paraíso subsiguiente y, nos empuja a vislumbrar espacios de intervención anárquica, desarrollando la insurrección permanente desde la informalidad y la extensión del ilegalismo.
C.I. Qué condiciones crees que nos impone la “nueva normalidad”, reconfigurada para el control de la sociedad y la utilización de la pandemia de Covid-19 para mantenernos en una especie de arresto domiciliario, una “nueva normalidad” en la que los poderes estatales se reinventan y aprovechan la situación para sacar a los ejércitos y policías a las calles para reprimir y vigilar, incitando al sometimiento voluntario y la idolatría social hacia sus gobernantes y uniformados, presentándolos como protectores de la salud; sin embargo, los únicos que incrementan sus ganancias son las multinacionales de la industria farmacéutica, los dueños de las corporaciones agroindustriales y los jerarcas de los Estados aliados a esta estrategia devastadora, mientras lxs excluidxs mueren por falta de acceso a los sistemas de salud, o su salud se deteriora aceleradamente por la mala alimentación y el miedo que produce el encierro.
G.R. Otros compañeros ya se han aventurado a darle respuesta a esta pregunta. Sin embargo, podría comentar un poco lo que percibo, sin ánimo de consultar el Oráculo de Delfos, sino teniendo en cuenta el actual escenario; es decir, los cambios acelerados que estamos viviendo –exacerbados por las nuevas tecnologías–, el descomunal incremento de la alienación, la extensión del ciudadanismo y, las diferentes estrategias que han implementado los Estados remasterizados a raíz de estas particulares condiciones.
No hay duda que el sistema de dominación se está transformando y, que este evento exige la imposición de un cambio de realidad. Tampoco es casual la manipulación deliberada de las emociones humanas que acompaña la estrategia comunicativa en torno a la pandemia. Asistimos a una convergencia de tecnologías digitales, biológicas y físicas que impulsan la instauración, sin fronteras, del capitalismo hipertecnológico. Y quiero insistir en su desarrollo sin fronteras porque, a no ser que vivamos en una de esas “comunidades sin contactar” en lo más intrincado de la Amazonía, en Papúa o alguno de esos escasos reductos territoriales de la India e Indonesia, lo cierto es que en la inmensa mayoría de las comunidades originarias, la contaminación tecnológica es un hecho consumado a pesar de las presuntas “resistencias culturales”. Y no me refiero al uso de ciertas técnicas que algunos podrían calificar de inocuas sino, al empleo de fertilizantes químicos, de semillas transgénicas y a la socialización de las nuevas tecnologías (telefonía celular e Internet).
En ese sentido, el capitalismo hipertecnológico se está consumando en todos los rincones del Planeta. Estamos despidiéndonos del mundo tal cual conocemos. El ciberleviatán está frente a nosotros. En medio de la “emergencia sanitaria”, se está abriendo paso un nuevo paradigma de dominación mucho más autoritario, que comienza a reconfigurar la gestión capitalista de la mano de las nuevas tecnologías. Su desarrollo es irreversible. Claro está, la imposición hegemónica de este nuevo paradigma se realizará de manera paulatina, aunque cada día será más evidente el desempleo en el sector manufacturero y la acelerada segregación de las personas tecnológicamente “improductivas”. Empero, esta coyuntura no será propicia para el desarrollo de futuras rebeliones –como algunos compañeros se apresuran a vaticinar–; por el contrario, el nuevo Estado-nación se hará cargo de estos “lastres” incrementando su limosna. Cada día son más frecuentes las propuestas en esta tesitura (“ingreso mínimo vital”, “salario social”, “becas alimentarias”, etc.), dejando asegurada la continuidad del consumo en todos los estratos, estimulando la demanda y la ilusión participacionista, en la promiscuidad de múltiples formas de régimen, con sus particulares interpretaciones democráticas (liberal representativa, centralista, directa, teocrática, etc.).
En cuanto a la situación que enfrentan lxs excluidxs, motivada por la falta de acceso a los servicios de salud, considero que la dominación no les dejará “desamparados” por mucho más tiempo. Por el contrario, los constantes recortes al gasto público y el incremento de impuestos a los sectores productivos de las llamadas “clases medias”, se encaminan hacia ese cometido. Los experimentos nanotecnológicos y los avances en la industria química abaratan la producción de medicamentos alópatas y facilitan la intervención clínica a muy bajos costos. Lo que, sin duda, ensanchará la brecha entre la “medicina de primera” y segunda clase, pero esta evidencia tampoco será suficiente para provocar el despertar de las conciencias. En contraste, a pesar del envenenamiento y la adicción en masa (producto de la medicación alópata), se incrementará el efecto de gratitud en el seno de la servidumbre voluntaria facilitando (aún más) la recuperación de toda disidencia.
Sobre la morbimortalidad provocada por las deficiencias alimentarias y, el miedo al encierro que ahora nos recetan como “medida sanitaria”; lo único que puedo subrayar, es la inmensa responsabilidad que tienen los propios excluidxs de prevalecer en las condiciones miserables que les impone la dominación. La máxima marxiana que gustosos recogen los anarcosindicalistas y los anarcocomunistas –compartiendo la misma visión economicista–, de “la emancipación de la clase obrera debe ser obra de los obreros mismos”, dejaba en claro desde 1864, en los Estatutos Generales de la Asociación Internacional de los Trabajadores, que el fin “de la servidumbre en todas sus formas, de toda miseria social, degradación intelectual y dependencia política” necesariamente pasa por la autoemancipación de los trabajadores. Guardando la debida distancia con esa óptica obrerista, sin duda, el recurso emancipador puede extrapolarse a las necesidades de lxs excluidxs.
Empero, si aún soñamos con la autoemancipación de lxs excluidxs, es porque continuamos anclados a la visión utópica del anarquismo decimonónico y aferrados al mito del “progreso humano” que engendra la fe cristiana en la marcha inalterable hacia la salvación final y/o, la fe secular en que el futuro siempre será mejor que el pasado y que cualquier presente, alimentando el mito de la gran marcha de la Humanidad hacia adelante. Cada día es más axiomático que la Humanidad no marcha hacia ningún lugar y que la mítica autoemancipación, en la práctica, se reduce a la lucha por la supervivencia humana; es decir, a una lucha contra sí mismo sin principio ni fin.
Definitivamente, cualquier iniciativa en busca de “mejoras” en las condiciones de vida de lxs excluidxs, nos ubica inexorablemente en el campo de las reformas y las medidas edulcoradas que alimentan el mito del progreso humano. Es decir, nos coloca en el rol de colaborador con el sistema de dominación, en aras de su reafirmación y perpetuidad.
C.I. Recientemente, hacías referencia al avance de la Cuarta Revolución Industrial. Sin duda, nos enfrentamos a un enemigo viejo pero recargado, formateado con el rótulo de Capitalismo hipertecnológico, que, bajo el slogan de “información y desarrollo” va imponiendo una vida decadente, dependiente del uso tecnológico, de las herramientas virtuales, que facilitan la vigilancia y provocan el repliegue de las luchas a los ordenadores, transformando la insurrección permanente (real) en un “enfrentamiento” ciberespacial (virtual). ¿Cómo consideras que debe responder la insurrección anárquica a esta nueva imposición del sistema? ¿Cómo podemos posicionarnos en esta lucha? ¿Cómo consideras que pueda expandirse la nueva insurrección anárquica en nuestros días?
G.R. Antes de dar respuesta a las tres interrogantes que me plantean, quizá sea oportuno abandonar algunas hipótesis que dábamos por sentadas y que, en nuestros días, los malos olores se han encargado de advertirnos su inminente caducidad. En primer lugar, considero que es fundamental tomar conciencia que no estamos enfrentando un “enemigo viejo pero recargado” sino a uno completamente nuevo, que ha tenido la capacidad de implementar un sistema de dominación sin precedentes. Una vez evidenciado esto, queda fuera de combate ese “anarquismo recargado” que pretendía erigirse como paradigma subversivo a comienzos de siglo y, continuaba albergando esperanzas en torno a la Revolución como episodio unitario y final, que pondría fin a todas las miserias humanas. Ese anarquismo “recargado”, solo se había ocupado de sacudirse ligeramente el polvo del camino, de cubrir levemente las manchas de moho y la erosión del desgaste, con una pátina (demasiado aguada) que le brindaba cierto aspecto circunspecto para poder posar en la foto del milenio; con la condición que no acercaran mucho el lente. En efecto, ese anarquismo “recargado” no soportaba una aproximación muy detallada que enseñara sus cientos de cicatrices, su maltrecha dentadura y su anacrónica vestimenta.
En segundo término, me parece importante dotar de contexto esa “vida decadente” a la que hacen referencia. Reflexionando un poco, me atrevería a afirmar que la decadencia que el animal humano ha asumido como vida, no es, en última instancia, producto de las imposiciones de la dominación sino a la inversa. Es decir, la absoluta sumisión del animal humano –siempre dispuesto a hacer y aceptar lo que sea con tal de asegurar su supervivencia, parapetado en los precipicios de la limosna–, fue la que dio lugar a la dominación de nuestros días. Sin embargo, desde las premisas del liberalismo (y también del anarquismo decimonónico), se fomentó siempre la idea de la “regeneración humana”, dando por hecho que la Humanidad ha sido corrompida a lo largo de la historia por el Estado, el capital y la Iglesia; reconociendo en estas instituciones autoritarias y criminales, los orígenes de todos nuestros males. No es casual que los liberales radicales mexicanos, organizados en torno a la figura de Ricardo Flores Magón, llamaran “Regeneración” a su órgano oficial de propaganda. Obviamente, le apostaban a poner punto final a la “degeneración humana” suprimiendo esas instituciones que, sin duda, son pilares indiscutibles de la corrupción y la autoridad, pero, esa óptica simplista que identificaba la residencia genética del poder y el origen de todo sojuzgamiento y degeneración humana en la llamada “Hidra de tres cabezas”, dejaba sin explicación la innegable presencia de la corrupción y el poder a lo largo y ancho de TODAS las instituciones humanas, incluida la familia y demás instituciones “alternativas”; lo que sitúa el meollo del problema en el animal humano.
Si bien es cierto que el anarquismo clásico siempre cargó sus tintas y descargó su potencia subversiva contra la escuela, el monasterio, la cárcel, el ejército, el manicomio y, la fábrica, señalando estas instituciones como trasmisoras del “principio de autoridad”; consideraba ilusamente que este principio podía subvertirse mediante acciones, discursos y practicas; siendo incapaz de detectar la presencia del poder –estuviera institucionalizado o no– en cada relación humana, como “estrategia de dominio”, en sentido foucaultiano. Empero, al calor de la primavera parisina de 1968, con todo y los importantes aportes teórico-prácticos que se registraron en el marco de ese suceso, se repetiría con singular optimismo la misma pericia decimonónica. A pesar de las fuertes críticas endilgadas al pasado, en la práctica, se le daba continuidad a la lucha asumiendo que la “estrategia de dominio” también podía hacerse reversible con acciones, discursos y prácticas de oposición y resistencia, asignándole nuevamente un punto de destino a la Historia con la misma retórica de la “evolución inexorable” y el “progreso imparable” de Hegel, Marx y Kropotkin.
Una vez expuesto lo anterior, trataré de dar respuesta a estas interrogantes desde mi intuición, por lo que tendremos que tener en cuenta todas las limitaciones teóricas que esto implica. En ese tenor, considero que en la primera pregunta viene implícita de manera axiomática la respuesta. Desde el momento que reconocemos que estamos enfrentando “una nueva imposición”, deberíamos considerar nuevas formas de responderle. Es decir, tendríamos que pensar en nuevas armas, nuevas formas de organización, nuevas metodologías, nuevos proyectos de lucha y, por que no, nuevos objetivos. Para ello, es necesario desarrollar un nuevo paradigma anárquico que, sin renunciar a nuestros elementos fundacionales, sea capaz de confrontar al nuevo enemigo. Pretender que podemos enfrentarlo con nuestros viejos naranjeros –por mucho que les lijemos el óxido y por muy bien engrasados que los mantengamos– es una ilusión que invoca la huida y/o el suicidio.
En cuanto a cómo posicionarnos en esta nueva lucha, me parece que va de la mano de las consideraciones anteriores. Pienso que sólo podremos concretar un posicionamiento original e intransferible, reafirmando las concepciones teórico-prácticas que nos constituyen como anarquistas y, potencializando nuestro enfrentamiento radical e inclaudicable contra todas y cada una de las formas y estrategias del poder pero, desde una visión renovada de la lucha, de las instituciones, de las pautas y prácticas de sociabilidad y, de la dominación en su conjunto; es decir, abandonando las viejas concepciones clasistas de la historia y del “cambio revolucionario”, ancladas en los entendimientos teóricos de los siglos XIX y XX. Para ello, tendremos que tirar por la borda –sin remordimientos– todas las nociones, proyectos, organizaciones y prácticas, propios del anarquismo clásico y, por ende, excesivamente atado a cierto milenarismo utópico revestido de cientificismo (y verborrea dialéctica), que nos induce a cifrar nuestras “esperanzas”, o las de las generaciones venideras, en la conducción inexorable de la historia y la infalible marcha de la Humanidad hacia el “progreso”.
Convencidos que la historia no nos conduce a ningún lugar predestinado y que la Humanidad es una ficción, habrá que aceptar entonces que la arcaica imagen de la Revolución como asalto definitivo al cielo, carece de trama en nuestros días. Sin embargo, esta aseveración –que entraña la renuncia a un pasado cargado de heroísmo–, no significa resignación alguna ni mucho menos la abdicación de la reyerta. Tampoco implica la exaltación de una suerte de “pesimismo anárquico” a todas luces inocuo. Por el contrario, afirma con ahínco el desarrollo de una nueva forma de lucha tajantemente destructiva, de cara a contextos específicos en el ámbito de la nueva dominación que nos imponen y en el marco de la insurrección permanente y la conquista transgresora de nuestro presente.
Tratando de contestar la tercera pregunta, otra vez me atengo a las reflexiones anteriores. En ese sentido, pienso que es posible expandir el nuevo aliento insurreccional anárquico, animando un conjunto de prácticas que solo pueden inscribirse en la potencia de la negatividad antiautoritaria; entendida ésta como negatividad dis-utópica, es decir, alejada de ese utopismo negativo propio del nacionalsocialismo y demás religiones políticas. Nuestra gestión, ha de ser la destrucción de todo lo existente, persuadidos que no hay lugar para la esperanza, emulando el quehacer nocturno de las termitas; como comentaba (en una de las respuestas iniciales): demoliendo, demoliendo y demoliendo. Pero concientes que la insurrección es permanente. Si alguna vez logramos devastar el actual edificio de la dominación, habrá que disponerse a demoler las nuevas estructuras del poder naciente, llámese “directo”, “alternativo”, “popular” o como quiera que se denomine.
C.I. ¿Cómo definirías la Anarquía en una palabra? ¿Cómo la describirías en un acto? ¿y cómo la representarías en una acción?
G.R. Una palabra: negación. Concebida como el rechazo radical a todo lo existente. Un acto: informalidad (¡todos los demás van en su contra!). Una acción: ¡liberación! Entendida como una función de la totalidad; es decir, lo que denominan “la realidad total”.
(1) Baum, Lyman Frank, El maravilloso mago de Oz (1900), Editorial Mirlo, Madrid, 2020.
C.I. Vimos que participaste con las Palabras previas en el libro “Como vivimos desde la anarquía los disturbios y la lucha por el Poder en Bolivia”, desenmascarando el “pachamamismo” intelectual y el papel de los anarco-izquierdistas de la región. En Bolivia, pareciera que bajo la bandera negra en realidad solo existen agrupaciones neoplataformistas y pachamamistas que se acarician con la izquierda, registrándose muy pocxs compañerxs críticos hacia ese deplorable romance. Coméntanos más acerca de tu contribución y qué te motivó a escribir el prólogo para este libro recientemente editado por lxs afines bolivianxs.
G.R. Desde comienzos de la década del ochenta del siglo pasado, he mantenido contacto con ciertos ambientes antiautoritarios en la región. Incluso, tuve la oportunidad de participar en una que otra tertulia durante mis estancias en Bolivia, lo que me permitió acercarme a diferentes desarrollos libertarios. Hablo de los tiempos de Líber Forti y, (algo después) del entrañable Boris. Sin embargo, como en casi toda Latinoamérica, en la región boliviana son innegables las carencias anárquicas a partir de los años cincuenta; época en que el deshilachado sindicalismo libertario concluye sus días absorbido por la verborrea nacionalista y se integra (sin mayores miramientos) a la oficialista Central Obrera de Bolivia (COB), quedando fuera del control del Estado algunas expresiones marginales sin menor pretensión contestataria. Para rematar, el florecimiento antiautoritario sesenta y ochesco, no pasó de ser un hecho anecdótico sin mayor impacto, al encontrarse la región enfrascada en el estira y encoge de la Guerra Fría, donde todas las luchas quedaban subordinadas al llamado antiimperialismo y las estrategias de decolonización y liberación nacional, delineadas en La Habana, Pekín y Moscú. Por si fuera poco, a Bolivia específicamente, le tocó ser la sede experimental del foquismo y la tierra que diera sepultura al venerado San Ernesto de la Higuera. Circunstancias determinadas y circunscritas a un escenario histórico que condenaba al ostracismo cualquier posibilidad de incidencia realmente anárquica.
No sería hasta finales de la década del ochenta y comienzos del noventa del siglo pasado, que ganaría presencia la “A” circulada en la estética punk, dando origen a pequeños desarrollos libertarios contraculturales que, más tarde, ensancharían sus arterias tras la bancarrota del “socialismo realmente existente” y el arribo de toda una fauna de académicos marxistas e indigenistas que desempolvaban sin escrúpulos la foto del abuelito anarcosindicalista y se ponían la camiseta libertaria en busca de nuevas becas para la investigación y el financiamiento de sus publicaciones, ya fuera el Banco Central o el Banco Mundial, en eso no tienen la menor circunspección. En ese sentido, recuerdo un documental –a inicios de los noventa–, editado por uno de esos grupos de académicxs “libertarixs”, que pretendía ser la historia de la Federación Obrera Femenina (FOF) y, para mi sorpresa, cerraba con un loa, francamente repulsivo, al nacionalsocialismo de los hermanos Castro.
[Dese luego, no es casual que me refiera a “desarrollos libertarios” y no a iniciativas anárquicas. Considero que cada palabra tiene su peso específico. Y, en el caso de la palabra Anarquía, es aún más significativo: no hay ningún vocablo que la sustituya. Los “sinónimos” que han intentado sustituirla no expresan lo mismo, a penas llegan a aproximaciones inocuas que no alcanzan la talla de la palabra y, –lo que es peor– encubren desvirtuaciones y acomodos políticos.]
No fue hasta principios del siglo XXI que comenzaron a asumirse como “anarquistas” algunos agrupamientos de la región, varios de ellos más próximos al neoplataformismo y al anarcoleninismo –importado de Montevideo (F.A.U) y Santiago de Chile (C.U.A.C.)–, como era el caso de Juventudes Libertarias. Paralelamente, cobraban “reconocimiento” en nuestras tiendas esas intenciones académicas decoloniales, que mencionaba con anterioridad y, los rituales pachamamistas de agrupaciones folklóricas como la denominada Tojpa Libertaria. Lógicamente, con el arribo al poder del Movimiento Al Socialismo (MAS) y el primer presidente indio, estos sectores proto marxistas e indigenistas, no dudaron en asumir la típica “solidaridad crítica” con el “capitalismo andino” y entrar en el juego del sistema. En ese mismo contexto, tomarían vida nuevas tergiversaciones anarco-bolcheviques de la calaña del “Colectivo Juvenil Anarco Comunista” (C.J.A.C.), la “Organización Anarquista por la Revolución Social” (OARS) y la “Red Verde por la Liberación Total”. Esta última, haciendo uso de un nombre muy “peculiar” que utilizaba con toda la –mala– intención de confundir a la escena insurreccional local.
Fue precisamente por esas fechas, que ganó potencia a modo de contrapropuesta en la región boliviana, la tendencia informal e insurreccional anárquica, confrontando –en los hechos– al capital y al Estado, sin hacer la menor distinción en el color ideológico de la autoridad de turno. Esto no sólo le acarreo persecuciones, exilio y encarcelamiento a los compañeros y compañeras afines a la tendencia, sino el señalamiento, el reproche y la delación de esos libertarios pachamamistas, que etiquetan la práctica anárquica consecuente bajo el rótulo de “anarco-terrorismo”, como el impresentable Carlos Crespo y similares. Sin duda, el encarcelamiento del compañero Henry Zegarrundo, es la prueba más fehaciente de toda esa trama infame y la evidencia más contundente del rol contrainsurgente de estos oportunistas.
Precisamente, en esos contornos del desarrollo de la tendencia informal anárquica en la región y el ataque sistemático de estxs libertarixs al servicio del mejor postor, fue que se gestó el libro “Como vivimos desde la anarquía los disturbios y la lucha por el Poder en Bolivia”, por lo que me sobraban razones para acceder gustoso a prologarlo y a apuntalar, desde mis limitadas posibilidades, su perspicacia. Así que podría afirmar, sin contriciones, que mis motivaciones se centran ciento por ciento en la afinidad, la solidaridad directa y, sobre todo, en mi más sincero reconocimiento a ese puñado de compañeros y compañeras que abrieron brecha al insurreccionalismo en las condiciones más adversas pero que, pese a ello, han continuado (y continuarán) propagando el fuego anárquico.
C.I. En todos tus textos insistes en la necesidad de un nuevo paradigma subversivo que le de vida al anarquismo en nuestros días, en contraposición con lo que llamas “anarquismo decimonónico”. Demandas la puesta en práctica de un “anarquismo contemporáneo” que responda a las necesidades de la lucha anárquica en el siglo XXI. Esa distinción, a veces provoca algo de desconcierto entre algunxs compas que ven en tu propuesta un alejamiento de lo que podría denominarse “anarquismo clásico”. Esto lo entienden como un distanciamiento con la Idea, en el sentido de los principios originales. ¿Podrías comentar algo al respecto?
G.R. Lamento mucho que mis inquietudes provoquen desconcierto en algunos compañeros y compañeras. Seguramente no he sabido explicarme bien al momento de argumentar por qué entiendo necesario un nuevo paradigma anárquico, lo que ha incitado la confusión involuntaria. Otra posibilidad que podría estar alimentando ese desconcierto, es el bagaje teórico-práctico del que parten esos compañeros; es decir, aquí resulta primordial conocer de que “baúl” extraen sus posicionamientos. Sin duda, esto nos ayudaría mucho a entender qué motiva su desconcierto. Si sus convicciones reposan a buen recaudo en el baúl de los recuerdos, es muy probable que asuman “la Idea” –como decían en tiempos de mis abuelos– como una suerte de dogma incuestionable y por ello, se vean impedidos de reflexionar en torno a la caducidad de muchos de los postulados del “anarquismo clásico”.
En el contexto babilónico en que yace el actual “movimiento”, es habitual encontrarnos con las posturas más variopintas que podamos imaginar, pero casi siempre, es una constante que todos esos posicionamientos permanezcan varados en el lecho de la tradición; es decir, en la ortodoxia. Y cuando se vive sumergido en el dogma y la ortodoxia, lo frecuente es que se recurra a la sospecha e incluso, a la descalificación, en lugar de concurrir en el espacio de los intercambios y la retroalimentación. Es una verdadera lástima, pero esa es la actitud de muchos compañeros en nuestras tiendas, lo que les impide darse cuenta lo obsoleto de sus postulados y la inocuidad de su activismo. Si ese fuera el caso, tendríamos que recomendarles su ubicación en presente pluscuamperfecto. Una vez situados en nuestros días, es mucho más sencillo despojarnos de todos los conceptos pre-enlatados y, abandonar la inercia que impulsa esta lucha circular.
Y sí, definitivamente voy mucho más allá de un alejamiento del “anarquismo clásico”; sin embargo, mi propuesta es un ejercicio intransigente de reafirmación anárquica que retoma nuestra crítica radical a todo poder y ratifica nuestro compromiso con la liberación total. Yo defiendo la tesis de un anarquismo contemporáneo, emancipado de pasado y ajeno a todos los intentos resucitadores de estrategias y concepciones caducas. Soy partidario del olvido; de hacer tabula rasa.
Si realmente aspiramos a la destrucción de todo lo existente, hay que partir de cero y abandonar todas las esperanzas utópicas. Es urgente sacudirnos el cristianismo secular y el cientificismo marxiano que heredamos de los siglos XIX y XX. Hay que darle un tiro de gracia al siglo pasado para poder actuar en presente, asumiendo el carácter permanente de la destrucción anárquica, abandonando la visión apocalíptica –tan incrustada en nuestras tiendas con camuflaje revolucionario–, siempre a la espera del acontecimiento salvífico que traerá el nuevo reino de la libertad tras la destrucción del viejo mundo. Solo estando conscientes que el Poder se renueva constantemente, podremos emprender nuestra lucha aquí y ahora.
Por eso, considero importantísimo desarrollar el debate al interior de nuestras tiendas. Y no me refiero al universo anárquico en general, sino a nuestra galaxia, a nivel de la tendencia informal e insurreccional propiamente, donde a veces nos topamos con cada arcaísmo que da pena. Propuestas sesenteras y setenteras de inspiración foquista y masturbaciones similares ancladas al milenarismo secular: verdaderas zancadillas al impulso de la lucha anárquica en nuestros días. Afortunadamente, no soy el único con estas preocupaciones. Toda una nutrida órbita de afinidades anárquicas alrededor del planeta tienen similares inquietudes e igualmente reconocen la urgencia de un nuevo paradigma anárquico, razonando que la posibilidad de cimentación de un paradigma renovado solo se potenciará en una trama multidimensional e irregular, en la que puedan confluir los nuevos desarrollos teóricos y las prácticas de destrucción anárquicas, en el contexto de nuestra historicidad presente.
Para ello, estamos echando andar Correspondencias Anárquicas, un sitio web multilingüe que no pretende convertirse en un nuevo “sujeto” organizacional, sino que busca ser un “espacio” de debate, y un “lugar” de encuentro internacionalista, que facilite el desarrollo de la tendencia informal e insurreccional en todas las latitudes. Con ese objetivo, se ha redactado a varias manos una propuesta de Manifiesto anárquico para el siglo XXI, que ya se encuentra traducido a varios idiomas (español, euskera, italiano, inglés, francés, griego y polaco) y estará accesible en el sitio web para su escrutinio y discusión a comienzos del próximo año (2021). Quizá, a partir de esos debates y los posibles acercamientos subsiguientes, pueda concretarse ese paradigma anárquico y sus prácticas inmediatas. Empero, estoy conciente que será un quehacer arduo, teniendo en cuenta el abismo teórico-práctico que separa las dos corrientes predominantes al interior del llamado insurreccionalismo en nuestros días. Aún perduran –en el denominado insurreccionalismo clásico– viejas concepciones, atadas a las intoxicaciones marxianas del siglo pasado y toda la bazofia comunalista heredera del commonismo de Dauvé y caducidades similares, con su fe secular en la realización del Comunismo libertario.
C.I. Otra inquietud que surge en muchxs compañerxs, es alrededor de tu apuesta por un “anarquismo distópico”, como planteas en tu libro “La explosión de la rabia: anarquismo en el siglo XXI”, editado en Chile por lxs compañerxs de Internacional Negra Ediciones. ¿Específicamente, a qué te refieres con la expresión “anarquismo distópico”?
G.R. Ante todo debo aclarar que nunca he hecho ninguna referencia al “anarquismo distópico”. Aparentemente, esta “inquietud” surge de una lectura rápida del texto. Claro, el vocablo “distópico” tiene una definición bien estrecha según los censores del idioma castellano. Si consultamos el diccionario de la RAE, veremos que especifica: “representación ficticia de una sociedad futura de características negativas causante de la alienación humana”. Pero todos sabemos que ese engendro prescriptivista y misógino –como dicen lxs compas del Estado español–, “canta más que una almeja”. Lógicamente, desde esa acepción la palabra se ha utilizado en la literatura de ciencia ficción y, también es muy recurrente a la hora de describir la actual sociedad hipercapitalista como una era signada por la introyección de la tecnología en nuestra psique y la colonización de las máquinas, donde la única resistencia posible, y el último refugio, es la esquizofrenia.
En realidad, echo mano de una invención idiomática sin la menor pretensión. En La explosión de la rabia: nueva sedición anárquica en el siglo XXI, utilizo la expresión “tensión disutópica” para describir la Anarquía en nuestros días, como potencia negativa emancipadora que excede todos los encasillamientos utópicos. Tal vez, debí de poner la palabra «disutópica» en itálicas (bastardillas) o, en su defecto, separarla por guion (dis-utópica) para evitar que en una lectura rápida se confundiera con «distópica» o «distopía». Ciertamente, en este caso uso el prefijo «dis» denotando separación en lugar de negación. Es decir, en el mismo sentido de los vocablos «distraer» y «diseminar» y no en el sentido de negación o contrariedad, como en las palabras “disconforme”, “disgustar” o, “distópico”. Lo que busco es un claro distanciamiento de los proyectos utópicos y, me pareció conveniente emplear esta invención de modo aglutinador, donde quedara implícito esa intención.
C.I. A raíz de los debates generados con la lectura de tu folleto Covid 19: Covid 19: La Anarquía en Tiempos de Pandemia, algunxs compañerxs advierten cierto “pesimismo anárquico” en tus palabras, concretamente en el último apartado del texto (“La capacidad heurística de la Anarquía”), con aproximaciones al nihilismo. Incluso, en esa contribución le haces un guiño a “la perspectiva queer anarco-nihilista”, resaltando las aportaciones de Jack Halberstam, Lee Edelman y la revista Baeden ¿Has optado por cierto “pesimismo anárquico”? ¿Está presente en tus textos esa intención nihilista que algunxs señalan?
G.R. Es curioso, recientemente, en un intercambio epistolar con el compañero Costantino Cavalleri, me comentaba que advertía cierto “pesimismo” en mis palabras. Pienso que este pesimismo que me achacan, está más asociado a la nostalgia por el pasado –que tanto repudio– y, al nuevo etiquetado “anarco-pesimista”. Los neopesimistas, echan mano de todo un revoltijo teórico que va desde las ideas del romanticismo, hasta la paja cósmica de Eugene Thacker, pasando por la lectura rápida del viejo Labadie (tan rápida, que solo se quedan con el título de una de sus más recientes recopilaciones), uno que otro folletín decolonizador y, las instrucciones, no para armar una potente bomba, sino para construir una cabaña de troncos. Todo este potaje, claro está, degustado al son de un tamborilero azteca –audífonos mediantes–, porque todo tiempo pasado siempre fue mejor.
Considero que quienes acusan cierto “pesimismo” en mis palabras, confunden pesimismo con escepticismo. Es mis contribuciones, puede advertirse un “anarquismo escéptico”, en sentido etimológico. Eso es justo lo que trato de alentar todo el tiempo. Es decir, un anarquismo reflexivo, motivado por el recelo y la desconfianza hacia ese anarquismo progresista que se asume como broche de oro de “la marcha de la Humanidad”; ese anarquismo concebido como sistema socio-político que fantasea con su implantación revolucionaria. Un anarquismo escéptico, aspira a mantener viva la tensión disutópica a través de la insurrección permanente y la extensión del ilegalismo.
En cuanto al “guiño” a “la perspectiva queer anarco-nihilista” y las aportaciones de Jack Halberstam, Lee Edelman y la revista Bæden, habría que comenzar separando el grano de la paja. Es decir, hay que ubicar quién es quién. En ese sentido, la publicación Bæden sí se asume queer anarconihilista y, Halberstam –pese a desenvolverse en el medio académico– muestra afinidad con los posicionamientos anárquicos, algo que, definitivamente, no es el caso de Edelman (ni Heather Love), aunque es preciso reconocer su insistencia en la negatividad, el rechazo a la reproducción, a la familia, al género, al futuro y, su incitación a una queeridad antisocial y, sin duda, si se exacerban todos esos factores, se afecta directamente la dominación y se fisuran los principios civilizatorios. Sin embargo, si bien es evidente la abundante producción teórica desde estos posicionamientos, salvo honrosas excepciones, se registra cierta escasez de práctica consecuente.
En el mismo tenor del anarconihilismo queer –entendido como una tensión constante contra la normalidad y la narrativa dominante hetero/patriarcal/monogámica y, religiosa– también hay que incluir expresiones como Bash Back o FBI, e individualidades como Flower Bomb y otras, propulsoras de la insurrección genderfuck y el ilegalismo contemporáneo. El gran reto, es hacer confluir esos nuevos desarrollos teóricos y todas las prácticas subversivas, en un nuevo paradigma anárquico que sea capaz de oxigenar la teoría anarquista y golpear donde duela.
Por último, quisiera puntualizar un par de cosas en referencia a la pretendida “intención nihilista” de mis contribuciones. Ante todo, tendríamos que ser muy precisos en el significado del término nihilista en nuestros días. Definitivamente, el anarconihilismo no es una entelequia de facturación reciente; por el contrario, este concepto tiene presencia en nuestras tiendas desde los primeros años del siglo XX. Basta mencionar a compañeros de la talla de Abele Rizieri (más conocido como Renzo Novatore) y Bruno Filippi, para ilustrar en actos esa honrosa presencia; sin embargo, no debe confundirse –como sucede frecuentemente– con el mal llamado “nihilismo ruso”. Es de lamentar la cantidad de tinta y papel que se ha dedicado a los naródniki en nuestras tiendas, confundiendo el movimiento populista ruso de las décadas del setenta y ochenta del siglo XIX con la teoría y la práctica nihilista. Esta desvirtuación se origina en la literatura rusa, con la novela Padres e hijos de Turguénev y, mucho después, con la narrativa moralizadora del conde Tolstoi pero, en realidad, el verdadero nihilismo –al igual que el anarquismo– es la antítesis del populismo ruso. Sin duda, el populismo es la esencia del fascismo; no en balde, el bolchevismo nutrió sus filas con sus legiones.
De esto ya se daba cuenta el viejo Bakunin, con su visión intuitiva, razón por la que terminó mandando al carajo a Nechaeyev, a pesar de no haber logrado librarse plenamente del populismo. Empero, quien le abrió las puertas de nuestras tiendas al mal llamado “nihilismo ruso”, fue el príncipe Kropotkin, que desde su nacionalismo intrínseco aseveró la confusión, ratificando a los populistas rusos como “nihilistas” y, glorificando las virtudes de aquellos burgueses liberales que idolatraban las miserias de la aldea y ansiaban fusionarse con el pueblo (¡Vnaród!).
Lo más penoso, es la reivindicación contemporánea de los naródniki desde supuestos posicionamientos anarco-individualistas. Una auténtica aberración, siendo los naródniki, como su nombre lo indica, “amantes del pueblo”. Toda la retórica romántica de la intelligentsia populista, con su Marcha al pueblo, exaltando los valores de la comuna campesina, las costumbres igualitarias y la moral intrínseca del campesinado que “ha renunciado al egoísmo, a su individualidad, expresando en el acuerdo común el amor verdadero entre hermanos” –como afirmaba el grupo Voluntad del Pueblo–, debería resultar francamente repulsiva para cualquier anarquista individualista de todos los tiempos.
C.I. En tu texto “Las rebeliones de la miseria”, afirmas que “Lejos de la retórica izquierdista que insiste contra toda evidencia que «mientras haya miseria habrá rebelión» (…) Resulta cada vez más axiomático que la «miseria» solo produce «miseria». Es decir, servidumbre, mendicidad e incluso, pérdida de toda dignidad. Tal como reza el proverbio: «el hambre es mala consejera». (…). Por eso, en lugar de crear rebeldes y refractarios, la miseria engendra enfermedad, desnutrición, mortalidad, miedo, explotación sexual, corrupción, soldados, policías, delatores y votantes: miseria humana. Razón por la que se enaltece la miseria desde la izquierda, sabedores que entre sus fauces se ceba el porvenir, o sea, se contabilizan los futuros votos.”
Estas palabras, han provocado muchas reacciones entre lxs compañerxs chilenxs, incluso ha sido motivo de indignación ya que una fracción amplia de grupos e individuxs antiautoritarixs tienen como bastión de lucha precisamente la frase “mientras exista miseria habrá rebelión”. ¿Cómo te posicionas frente a la indignación de lxs compañerxs antiautoritarixs de la región chilena?
Es de conocimiento público el papel que jugaron en la histórica lucha contra la dictadura de Pinochet y posteriormente, contra el régimen democrático impuesto por el Neoliberalismo, algunos frentes de izquierda extraparlamentaria como el Movimiento Mapu Lautaro, el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) y el Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR), y cómo su experiencia insurreccional sirvió de base a la posterior consolidación del actual movimiento antiautoritario en la región, al pasarle la estafeta de la lucha a los nuevos grupos de jóvenes rebeldes.
G.R. En fechas recientes, algunxs afines chilenxs me escribieron comentándome que ese texto –extraído del folleto El aroma del fuego: la rabia de la desesperanza en un mundo tripolar –, había causado gran rechazo en algunos grupos subversivos antiautoritarios que identificaban un “plan de ataque” en mis palabras, lo que originó una suerte de reafirmación de esa consigna (“mientras exista miseria habrá rebelión”) en todas las notas y comunicados emitidos con posterioridad a mi contribución.
Como decían en mi barrio: me parece que se está confundiendo la gimnasia con la magnesia. En primer lugar, debo aclarar que mi intención, en ningún momento, ha sido agredir a los difusores de este lema sino incitar la reflexión en torno a su significado, encaminando nuestros pasos hacia un diálogo fraterno en busca de nuevos posicionamientos realmente rupturistas, que permitan darle vida a la Anarquía e impidan cualquier recuperación sistémica. Tales intenciones, de hecho, quedaron plasmadas en la trilogía Cartas a un(a) chileno(a) sobre la situación actual (Parte I, Parte II, Parte III), texto que incluso dediqué al compañero Joaquín García Chanks y a Marcelo Villarroel Sepúlveda, a quien se le atribuye la autoría de la consigna.
Evidentemente, nunca le dedicaría un texto ni me dispondría a entablar un “diálogo” con el autodenominado “comandante Ramiro” (Mauricio Hernández) ni ningún otro mierda de esa calaña, por mucha trayectoria que tenga (en el Partido Comunista) ni por los años que lleve encarcelado. Si el proyecto revolucionario al que aspira Hernández, se hubiese concretado –en lugar de declararse en bancarrota–, seguramente la lista de compañerxs anarquistas fusiladxs bajo sus órdenes fuese significativa. Sé que estas son verdades incómodas para algunxs pero no podemos tapar el sol con un dedo; menos aún cuando estamos comprometidos con la extensión de la teoría y la práctica anárquica en nuestros días.
Me parece innecesario explayarme en torno a la ineludible distinción que hago con Marcelo, con Juan Aliste y otros subversivxs antiautoritarixs que, desde la década del noventa, rompieron con el partido político-militar autoritario donde militaban e iniciaron un proceso de evolución hacia la teoría y la práctica antiautoritaria; prueba de esta trasformación indiscutible, fue el Colectivo Libelo (primero) y Kamina Libre (después).
Siempre he reconocido el impacto que produjo esta ruptura en toda una generación de jóvenes que –junto a ellos– comenzaron a cuestionarse el autoritarismo implícito en la izquierda militarista y sus objetivos dictatoriales posrevolucionarios, optando por el camino insurreccional anárquico hacia la liberación total. En ese sentido, considero que asumir un “plan de ataque” en mis palabras, impide a priori cualquier posibilidad de diálogo fraterno, quedando reducido a la catarsis de sacarme la lengua y continuar impulsando –por inercia– la repetición de una consigna de la izquierda allendista, sin mayor cuestionamiento.
Justo en ese párrafo que ustedes reproducen en su pregunta, expongo de forma explícita porque no podemos apostarle a las “rebeliones de la miseria”, señalando lo que en verdad produce la miseria. Una producción significativamente alejada de la afirmación de rebeldes y refractarios. Además, exhibo de forma clara las cínicas intenciones de la izquierda en torno a lxs miserables, intenciones que han facilitado siempre la recuperación sistémica de este tipo de “rebeliones”. Acto seguido, intento –desde mis limitaciones teóricas– mostrar de manera sistemática cuales han sido los resultados de las “rebeliones de la miseria” a lo largo de la historia de las luchas. Entonces, me resulta muy difícil entender la pretendida “ofensa” y, el supuesto “ataque” que identifican en mis palabras que, en los hechos, no son sino una consecuente ratificación de principios.
En cuanto a las organizaciones político-militares de tendencia ultra autoritaria que mencionan y, su papel en la lucha contra la dictadura fascista del general Pinochet y la “democracia cartucha” de la Concertación, hay que empezar por aclarar quién es quien y, dotar de contexto histórico esta narrativa épica, antes de posicionarnos al respecto. Ante todo, tenemos que recordar que el golpe de Estado contra el gobierno socialdemócrata de Salvador Allende y su “Unidad Popular”, fue diseñado en Langley, por la Agencia Central de Inteligencia (CIA) y, protagonizado por las Fuerzas Armadas de Chile, en el contexto de la confrontación de los dos imperialismos (URSS Vs. USA) y la llamada “guerra fría”. En ese mismo escenario, se va a desarrollar la respuesta militar del bloque contrario, es decir, dentro de esa misma lógica de “confrontación ideológica bipolar” es que van a tomar cuerpo las guerrillas de oposición al régimen fascista. Lo segundo que tenemos que destacar, es que los tres partidos que enumeran, participaron activamente en el gobierno de Chicho Allende. En el caso específico del Partido Movimiento de Acción Popular Unitario (MAPU) y su escisión, el Partido Movimiento de Acción Popular Unitario Obrero Campesino (MAPU/OC o MOC) y, el Partido Comunista de Chile –del cual surgió mucho después el Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR), como su “brazo armado”–, formaron parte de la coalición electoral de partidos políticos (Unidad Popular) que llevaron a la presidencia a Allende.
Con la excepción del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) que, desde sus orígenes se concibió como organización político-militar de orientación castro-guevarista, destinada a consolidarse como partido de masa y ser la vanguardia de los sectores obreros y campesinos, en el desarrollo de la lucha armada encaminada a la toma del poder político y la instauración de la dictadura del proletariado; los otros partidos, optaron por la vía electoral en sintonía con la propuesta stalinista del “frente popular”, por lo que no recurrirían a la “lucha armada” hasta que fueron derrocados como gobierno. Valga puntualizar también, que el MIR, a pesar de su retórica guerrillera, a la llegada de Allende, abandonó la clandestinidad y acordó suspender toda acción armada y –a petición de los jerarcas de La Habana–, comenzó a integrarse a “las tareas” del nuevo gobierno, organizando los “Frentes Intermedios de Masas” y poniendo al servicio de la seguridad de Allende su estructura militar.
Salvo el MAPU-Lautaro, organización que aún con su marcada adoración por la dictadura de los hermanos Castro, mantuvo cierta autonomía política y, sobre todo, económica –en su etapa paramilitar, como consecuencia de su extracción católica, se alineó primero a los postulados de la teología de la liberación de corte camilista y, mucho después (tras el Congreso de Lima, 1983), asume toda la verborrea senderista de la “guerra popular prolongada”, impulsando la consigna “Con la rebeldía popular, la toma de Chile Va”–; todos los partidos paramilitares chilenos, contaron con el financiamiento puntual y la asesoría de los gobiernos de La Habana y de Moscú y, se plegaron a las órdenes de los hermanos Castro al servicio del ajedrez político de la guerra fría.
[A principios de la década del setenta, conocí a varixs miristas y algunos de los futuros combatientes del FPMR que estuvieron albergados durante su entrenamiento ideológico-militar en la Escuela del Partido Comunista (en el reparto La Coronela en la Ciudad de La Habana) y; luego, me toco coincidir con varios de ellxs en las montañas de Nicaragua durante los primeros años del gobierno sandinista. Los que no soportaron el control y la manipulación del gobierno de los Castro –incluso sin renunciar a sus principios– huyeron hacia México, Estados Unidos y Europa. En realidad, era denigrante aceptar las condiciones que les imponían. Recuerdo anécdotas muy particulares de viudas de militantes del PC y/o del MIR, que se les prohibía tener nuevxs compañerxs sexuales o, volver a casarse, porque tenían que ser exhibidas al mundo como “las viudas de la barbarie”.]
Precisamente, esa “singularidad” que caracterizaba al MAPU-Lautaro, me permitió por allá de la década del ochenta del pasado siglo, interactuar en los barrios de las comunas del sur de Santiago, con pequeños nucleamientos de jóvenes integrantes del MJL, que habían llegado a sus filas decepcionados del autoritarismo del MIR o de las Juventud Comunista y, pronto identificaban la misma impronta en este partido. Por eso, me resulta inverosímil la afirmación que hacen en su interrogante, porque considero que no puede haber consolidación alguna del movimiento antiautoritario sobre la base de la “experiencia insurreccional” de estas organizaciones ultra autoritarias, mucho menos, podemos recibir “su estafeta”. Su lucha, no es nuestra lucha y, sus objetivos, son diametralmente opuestos a los nuestros. No hay nada que heredar ni nada que aprender y, mucho menos, que imitar, de esas organizaciones paramilitares. Tampoco hay nada que reconocerles, salvo la infamia imperdonable de haber arrastrado a miles de adolescentes y jóvenes a la muerte, para satisfacer las pretensiones político-ideológicas y las ambiciones de poder de la casta dirigente. No podemos dejarnos engañar por las estrategias de captación del fascismo rojo. Hay que salirles al paso y confrontarlos como lo que son: nuestros eternos enemigos.
Desde hace años, vengo denunciando esta estrategia de captación en nuestras tiendas. Para corroborarlo, está disponible un folleto, editado en Chile por Ediciones Crimental (1), que fue elaborado de forma bastante atropellada con retazos de discusiones e intervenciones mías en diferentes foros de Internet a comienzos de la década del 2000. En ese folleto, señalo sin tapujos, como todo un remanente de “revolucionarios profesionales” otrora asalariados (y/o voluntarios) al servicio de la URSS, la RDA, Albania o Cuba, al verse ideológicamente desempleados tras el desplome del comunismo realmente existente, no tuvieron más alternativa que iniciar un proyecto de penetración –no solo en agrupamientos de signo anárquico, sino en organizaciones indígenas, de vecinos, de parados, etc.–, posicionándose como los “renovadores” teórico-ideológicos de la “nueva” insurrección, dispuestos a pasar la estafeta a los más jóvenes (y políticamente inexpertos). Justo, entre los pacos rojos que señalaba en esa contribución, mencionaba al MIR; es más, a algunos de estos oportunistas los llamaba por nombre y apellido, como al exMIRista Jaime Yovanovic Prieto, más conocido por esas fechas por su nombre artístico (Profeso J.).
C.I. Desde finales de mayo, a raíz del asesinato de George Floyd a manos de policías racistas en la ciudad de Minneapolis, se desató una ola de rabia en todo Estados Unidos, con grandes protestas convocadas por el movimiento Black Live Matter (BLM), protagonizando espontáneos enfrentamientos con las fuerzas represivas, ataques a los símbolos del poder y la propiedad privada e, incendios. El propio Trump, como representante de la supremacía blanca gobernante, ha señalado a lxs anarquistas y a Antifa como los artífices de estas revueltas ¿Cómo has vivido esta situación por esas tierras? ¿Cómo lo piensas desde la perspectiva anárquica insurreccional? ¿Cómo visualizas este sorpresivo crecimiento del movimiento anarquista y antifascista, y su gran protagonismo en estas luchas?
G.R. Comenzaré respondiendo la tercera pregunta que, de cierta manera, también me permitirá contestar las cuestiones previas, dándole continuidad a la estrategia de tres en uno de su cuestionario.
Ante todo, considero que ese “sorpresivo crecimiento del movimiento anarquista y antifascista” que mencionan, no se corresponde con los hechos. Lo curioso de este “fenómeno”, es que esa percepción de “crecimiento” se ha registrado, sobre todo, en las sectas que enarbolan el slogan del llamado “anarquismo organizado” y abogan por la implantación del “Poder Popular” en Norteamérikkka. Como planteaba recientemente en una carta abierta dirigida a un viejo compañero de viaje que se ha convertido en gurú del anarcoizquierdismo en estas tierras: son presa del efecto Pigmalión. Es decir, se han creído el mito. Trump, no sólo ha puesto de moda el término “anarquismo” –dotándolo de una popularidad inédita en Norteamérikkka– sino que ha etiquetado bajo ese rótulo a toda la izquierda liberal (que tiene un pie en el Partido Demócrata y, el otro, en el activismo comunitario y las “políticas de identidad”), además de señalarnos como el principal “enemigo público”. Como es lógico, este discurso ha sido magnificado en los medios de enajenación masiva de la derecha militante a través de canales como Fox News y otras televisoras y radioemisoras alienadas al fascismo trumpista. Pero lo paradójico de todo esto, es que en su delirio cuantitativo, estas sectas han terminado por creerse el discurso que les vende el enemigo, aseverando tal “crecimiento” y dando por sentado un incremento en las “tendencias libertarias” movimentistas.
Incluso, han sobredimensionado al propio movimiento Black Lives Matter como “movimiento de emancipación de los afrodescendientes en lucha contra el supremacismo blanco”; cuando en realidad, buena parte de esto, ha sido una puesta en escena del reformismo afroamericano en contubernio con el Partido Demócrata que, una vez más, utiliza los asesinatos racistas de la policía en busca de influencia política y posicionamiento en la nueva agenda demócrata. Como atinadamente señala Flower Bomb –afrodescendiente, queer y anarquista–: «Muchos políticos de identidad (…) están más interesados en explotar la «culpa blanca» para obtener beneficios personales (o incluso financieros) que en enfrentarse físicamente al modelo organizativo de supremacía blanca”». Ciertamente, esa es la triste historia de los líderes comunitarios. Para corroborarlo, hay una amplia lista de oportunistas históricos de la calaña del reverendo Jesse Jackson (padre e hijo) y, de nuevos oportunistas, como Hawk Newsome y su hermana Chivona, solo por mencionar un par de nombres de la nueva generación. Desde luego, llamar las cosas por su nombre, no es políticamente correcto para estas agrupaciones pseudo anarquistas que buscan afanosamente “alianzas” y, con tales intenciones, ven “prácticas libertarias” en todos los movimientos populares.
Hay un sector del denominado posanarquismo –principalmente asociado a la esfera académica– que, reanimando (y reinterpretando) algunas desvirtuaciones del anarquismo clásico, insiste en tomar en cuenta a otros movimientos contemporáneos que acomodan en su retórica (no en su práctica) algunos conceptos con clara marca de fábrica, como la “acción directa”, el “apoyo mutuo” u otras concepciones no tan anárquicas pero que, gracias a las fuertes influencias marxianas –particularmente aquellas que se produjeron en la segunda mitad del siglo pasado–, fueron incorporándose a nuestro léxico e incluso llegaron a considerarse de hechura propia, como la “autogestión” y la “autonomía” o, en fechas mucho más recientes, monstruosidades inconcebibles como el “Poder Popular”, la “democracia directa” y el “autogobierno”.
Desde esa óptica “populista”, este sector vislumbra (equivocadamente) la “oportunidad” de desarrollar un “proyecto revolucionario” de tendencia anarco-comunista, que ponga fin a la explotación capitalista en Norteamérikkka, mediante el “Poder Popular” generalizado. Ciertamente, se trata de una propuesta trasnochada de clara matriz stalinista, que ha sido precariamente reciclada para consumo “libertario”. Me refiero a sectas como la Black Rose Federation e, iniciativas virtuales del tipo It’s going down, que ante la falta del cacareado “sujeto histórico” han ido perdiendo el suelo y, en el caso específico de por acá, han terminado haciéndole la campaña al Partido Demócrata o en Chile, impulsando una nueva Constituyente o conformándose en partido político (Izquierda Libertaria) y entrándole al circo electorero.
Ahora bien, el tema de “Acción Antifascista” (Antifa), se cuece aparte y, es aun más penoso. Su “visibilidad” en Norteamérikkka, también es producto de la publicidad que Trump les obsequió, al declarar a esta agrupación –prácticamente inexistente–“organización terrorista”, con el claro objetivo de ponerle “cara” al caos generalizado tras el ataque a la Tercera Estación de Policía en Minneapolis y, minimizar así las manifestaciones de nihilismo que, consecuentemente, rebasaron la negación infrapolítica, articulando todas las pasiones reprimidas. Desbordando incluso el reformismo oportunista de Black Lives Matter y la corrección política de la “policía solidaria”; es decir, de esos promotores de la “culpa blanca” –Flower Bomb, dixit– que entregaban a compañerxs anarquistas y a manifestantes “incontrolables” a los agentes federales, acusándolos de “provocadores”, mientras llamaban a la protesta pacífica y políticamente recuperable.
Para empezar, el “antifascismo” como identidad político-ideológica, siempre ha sido (y es) una reverenda farsa. De lo contrario, también confrontarían al fascismo rojo, en lugar de identificarlo como “aliado”. Ya sabemos cual es la historia de Antifa, que de hecho, nunca se ha esforzado mucho en disimular el logo original, herencia del Partido Comunista Alemán (KPD). Es un secreto a voces que esta organización stalinista, tuvo su aparición en Alemania a mediados de los años veinte y comienzos del 30 del siglo pasado –contando con financiamiento directo de Moscú–, con el objetivo de confrontar al fascismo pardo en su disputa eterna por captar adeptos y militantes entre los obreros. Tras la victoria del Ejército Rojo y la ocupación soviética de la zona oriental de Alemania, los stalinistas revivieron el término “anti-fascista” en la llamada “Guerra Fría” como sinónimos de “anti-imperialismo”, con la intención de legitimar la ideología de Estado y reafirmar su oposición a todo lo que no fuese explícitamente prosoviético. Durante la década del setenta, en el contexto de las protestas contra la Guerra de Vietnam, en “Alemania Occidental”, se registró otro intento resucitador de Antifa, en esa ocasión sus artífices fueron la Liga Comunista de orientación maoísta. Su próxima aparición, sería 57 años después, a comienzos de 1990 –ante el descomunal incremento del neonazismo entre los jóvenes de la ex República Popular Alemana (RDA) que (a modo de reacción anti stalinista) se asumían orgullosos herederos del, hasta entonces ilegal, nazismo–; tomaría cuerpo nuevamente bajo el nombre de Autonome Antifa (M) en la universidad de Gotinga, contando con el financiamiento de algunos remanentes de la era comunista y, reviviendo su tradición stalinista tras la caída del Muro de Berlín y la “reconciliación alemana”,.
Aquí en Norteamérikkka, el “antifascismo a la americana” que ha ganado titulares en los últimos días, comparte los mismos “genes” stalinistas que sus pares europeos. Quien realmente está detrás de esta versión remasterizada del “antifascismo” es el Partido Comunista Revolucionario (RCP), de orientación maoísta. Precisamente, “Refuse Fascism” (Rechaza el Fascismo) es una de sus nuevas fachadas. En la lógica stalinista del “frentismo”, han inventado mil “coaliciones”. Entre las que se enlistan Refusse & Resist; La Resistencia; No en nuestro nombre; The World Can`t Weit; No Business As Usual y; ahora Refuse Fascism. Sólo cambian el nombre pero, inmediatamente te topas con los mismos rostros. Cinco o seis miembros del Comité Central que los traen de factótums al frente de organizaciones pantalla por “los derechos civiles y las libertades democráticas”, “contra la opresión de género u orientación sexual”, “contra la pena de muerte”, “contra la brutalidad policiaca”, por “la abolición de las cárceles, “la liberación del pueblo afroamericano”, “contra la deportación de los inmigrantes latinoamericanos”, “contra la destrucción de la naturaleza”, etc. Es la estrategia de la toma del poder a través de mil frentes heterodoxos, nutridos con todos los tontos útiles habidos y por haber. Como recalcaba Stalin: “La heterodoxia es un buen instrumento en la lucha por el poder. Pero una vez que se ha conquistado, el arma del poder es la ortodoxia”. Ciertamente –como diría el cantor–, “si no fueran tan temibles nos darían risa, sino fueran tan dañinos nos darían lástima” pero, cualquiera que conozca medianamente la historia del maoísmo sabe el poco respeto que han tenido siempre por la vida y la libertad. Estos fascistas rojos han masacrado pueblos enteros, han abarrotado cárceles y campos de concentración, han torturado y mutilado por “desviaciones burguesas” (léase orientaciones sexuales diferentes) y han devastado la Naturaleza.
Sin embargo –y aquí viene el balance desde la perspectiva informal e insurreccional anárquica–más allá del “antifascismo a la americana”, de la retórica atrapa-pendejos del maoísmo, de la ilusión cuantitativa y la óptica populista de las sectas neoplataformistas, del oportunismo del Partido Demócrata, del victimismo reformista de Black Lives Matter y, otras prácticas similares que validan la dominación, la autoridad e incluso la supremacía blanca; se produjeron incontables situaciones que demostraron una vez más que la “no-violencia” es una construcción con fines de recuperación sistémica. También quedó demostrado que el poder «negro», «mestizo», “latino” o «blanco» es la antítesis de la libertad y que –como apunta Flower Bomb–, “la política de Identidad es la amputación de la individualidad, haciéndonos a la vez obedientes a la autoridad colectiva de la Identidad y crédulos frente al mito nacionalista del supremacismo.” Paralelamente, se desmontó la leyenda –tan arraigada en Amérikkka– de la imposibilidad de enfrentar a la dominación, de reducir a cenizas un cuartel de policía o, extender el ilegalismo. Igualmente, se derribó el mito de “la lucha final” y del utópico “triunfo revolucionario”, confirmando que la insurrección es (y será) permanente y que solo el fuego puede regalarnos la Anarquía realizable. Retomando a Flower Bomb: “La revuelta no sucedió gracias a las enseñanzas de Mao ni a los mensajes divinos de dios. Los incendios, los saqueos y los ataques a la policía no necesitaron del marxismo, ni de un ejemplar de la Insurrección que viene ni un curso universitario de Historia del Anarquismo. Todo lo que se necesitó fue la expresión caótica de la rabia contra todas las representaciones de la autoridad”. Fuera de los reflectores y lejos de las primeras planas de los diarios, se registraron incontables expropiaciones de claro cuño anárquico e infinidad de ataques a la dominación, desde sabotajes a antenas y repetidores satelitales, hasta la quema de camionetas de Amazon y patrullas de policía. Empero, nos faltó gasolina.
C.I. ¿Qué lecturas nos sugieres para estos tiempos?
Nunca me ha gustado dar recomendaciones. Pero, tal vez, hay algunas lecturas indispensables para entender lo que se avecina. Pienso en el folleto –multicitado en esta entrevista– An Obituary for Identity Politics de Flower Bomb y, en la necesidad de releer El persistente atractivo del nacionalismo de Freddy Perlman, editado en español por Pepitas de Calabaza. También me parece importante leer Tame Words from a Wild Heart, una recopilación de textos de la compañera Jean Weir, que si bien aún conserva algunas propuestas propias de la experiencia teórico-práctica del insurreccionalismo del siglo pasado, da un paso significativo que sienta las bases del paradigma anárquico del siglo XXI, abandonando la visión utópica de “Le Grand Soir” y el despertar de las masas, apostando por una práctica informal de ataque permanente. En otro tenor, estoy disfrutando la lectura de Gamberros, ultras, quinquis y clandestinos. Los bajos fondos en España (1960-1981), que en realidad es el cuarto volumen de “Fuera de la Ley” de la Colección True Crime, editado por La Felguera. El primer volumen abarca de 1900 a 1923 y trae un montón de información sobre la actividad anárquica de principios del siglo XX. Vale la pena leer los cuatro volúmenes. Y bueno, tengo sobre el buró tres textos literarios que me regalaron en estos días y que sólo he ojeado por encima pero, según mi olfato prometen, pese a ser políticamente incorrectos. El primero es una compilación de cuentos de Guadalupe Netell, intitulado Pétalos y otras historias incómodas; el segundo, son Cuentos de maldad (y uno que otro maldito) de Alma Delia Murillo y; el tercero, es una novela de Guillermo Arriaga que se titula Salvar el fuego. Curiosamente, los tres escritores son mexicanos (parece que me está ganando la nostalgia por los chilaquiles). Y ya que estamos en literatura incorrecta, les invito a leer 33 Revoluciones, una novela corta de mi entrañable Canek Sánchez Guevara, que leí cuando aún era manuscrito y, en días recientes, una queridísima amiga me comentaba que le ha servido mucho para descubrir esa Cuba profunda de la que aún está prohibido hablar en ciertos círculos. Justo ahora, que se aproxima su sexto aniversario luctuoso, se me antoja releerla.
C.I. ¿Quisieras agregar algo más?
G.R. Considero que no hemos dejado nada en el tintero. Sólo me gustaría reafirmar que todas las respuestas corresponden a mi óptica en torno al anarquismo del siglo XXI. Es decir, no me pronuncio en nombre de organización alguna; es más, desde hace algo más de veinte años no formo parte de ninguna estructura y, estoy convencido que no voy a sumarme a alguna por el resto de mi vida. Impulso –a título personal– la tendencia informal e insurreccional anárquica como modo de lucha, es decir, me inclino hacia esta forma particular de concebir la confrontación permanente con el Poder e, intento extender el ilegalismo anárquico en nuestros días. Consecuentemente, vivo la anarquía sin dogmas ni ataduras. Una vez aclarado esto, solo me resta agradecerles la oportunidad de exponer sin censura (que aunque parezca increíble, cada vez es más evidente la censura en nuestros medios), algunas de mis consideraciones sobre las posibilidades de darle vida a la Anarquía, aquí y ahora.
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1. Rodríguez, Gustavo, Algunas reflexiones sobre el extravío teórico ideológico en el pensamiento ácrata contemporáneo, Ediciones Crimental, Santiago de Chile, Mayo 2011 (Nota de C.I.).