[Análisis] Pero hay algo más grande que el templo. A propósito de terrorismo revolucionario
Texto sacado del libro: No estoy vencida. Colección de escritos entre anarquía y antifascismo, ediciones Rina, págs. 125-133.
Pero hay algo más grande que el templo. A propósito de terrorismo revolucionario. [0]
Tensión, angustia, desconcierto e incertidumbre en aquel tiempo en Italia. ¿Que estaba pasando? ¿A dónde se iba? Con la rendición de las fábricas, el descenso de la parábola había comenzado a producirse con velocidad progresiva. ¿Era un momento de pausa para recuperar el aliento y recuperar fuerzas, o era el comienzo de una terrible derrota? ¿Era la ráfaga de una hora, o la tormenta que se enfurece contra la nave poderosa, y la sacude, y la rompe, y la hunde en sus vértices sin fondo? ¿Nos habríamos detenido en el camino de bajada para reconquistar los picos? ¿Habríamos podido aunque con dificultad, resalir sobre las gradas sangrientas?
Yo debo haber de cierto intuido nuestro oscuro mañana, si en aquella ocasión me viene de gritar a todos nosotros, la terrible realidad en la que habíamos caído. Y ciertamente lo grité, para que la comprensión exacta de aquella hora abrumadora, nos ayudase a poderla afrontar, a poderla superar, que, de lo contrario, abandonando nuestro espíritu a de las perniciosas y quiméricas ilusiones, nosotros no habríamos que apresurado la derrota irreparable.
No, no cantéis no. Esta está perdida,
¡Quizás, para siempre, espléndida batalla!
Vuestra debilidad hoy se siente bien
Quien con leyes os aprieta y os atenaza
No, no cantéis, no. Poner el luto
Arriba las banderas, bajo el cielo negro.
«El sueño loco, ilusos, está ya destruido»,
Sonríe feliz el viejo de Dronero
¡Oh, en aquel tiempo, la angustia de nuestros jóvenes! Su ardor; su deseo; su voluntad de hacer algo; de hacer sentir nuestra fuerza, nuestra vida, nuestra respuesta a los golpes ciegos, nocturnos y viles que provenían de los miedos de un enemigo aguerrido, armado y protegido por todas las leyes y por todas las impunidades. ¡Oh, sus ojos ardientes y llenos de lágrimas! Su silencio desdeñoso, más elocuente que cualquier discurso: ¡el temblor de sus labios que no tenían descanso! Había en el aire electricidad dispersa. Vagaba esquiva, el rostro de la muerte. Algo amenazaba con derramarse: advertidora y salvadora al mismo tiempo.
Las noticias que venían de San Vittore, la vieja prisión de Milán, eran graves. Malatesta, Borghi y Quaglino se negaban a alimentarse desde más de una semana. Estaban agotados y enfermos: sus corazones podrían romperse en cualquier momento. Tempestuosa habían sido nuestras reuniones aquella noche.
Calor primaveral por las calles de Milán; frescos iris de marzo en cada esquina de la calle; estrellas de oro en el cielo y una red de luces brillantes sobre la palpitante ciudad de la industria y del trabajo. Amargura y veneno en nuestros corazones; lágrimas y latidos en nuestras gargantas, y el hasta la vista a mañana, fue como un respiro, fue como un sollozo ahogado, fue como un nudo de emoción que se traga tan mal. Un choque formidable: un grito de lacerante dolor: un temblor desesperado de la tierra y de las almas. La voz de la dinamita había sido poderosa: el aristocrático y rico Teatro del Diana [1] había sido todo ensangrentado por ella. Hora triste y dolorosa para nosotros: hora pensativa de infinita angustia que lamentablemente no nos encontró a todos de acuerdo en la valoración del trágico episodio.
Pero sea en los primeros momentos, cuando la canea reaccionaria se abalanzó sobre nosotros y causó estragos y burlas de nuestras ideas; ya sea más tarde, cuando alguien me escribió el nombre de su joven esposa que fue víctima de la explosión; Yo, que siento, y con qué profundidad, la desolación que sigue estos gestos extremos, gestos que son inevitables porque son consecuencia lógica de causas provocativas, escribí varias veces:
Los bombarderos han sido balas cargadas por la injusticia de la sociedad y por el cinismo y por la cobardía de la reacción. Cuando la tormenta es fuerte y el cielo está negro, y los relámpagos destellan rojizos en el horizonte, y el mástil cae repentinamente, decirme, ¿podríamos hacer nosotros el juicio al rayo? Busquen en otra parte, busquen entre vosotros a los verdaderos responsables. ¡Y meta la sociedad el velo negro, y pida perdón a aquellos muertos, y pida perdón a aquellos enterrados vivos!
Desde entonces han pasado años y nuestros ojos han visto cosas terribles. Han visto la expansión del fascismo con la reacción más abyecta, más salvaje, más bárbara, más cruel que pueda tener una reacción. Esto no es una leyenda: es una dura realidad. Y el mundo entero está lleno del tormento de los torturados, de los mutilados, de los estrangulados, de los acribillados. Todo el mundo sabe que Italia es una inmensa prisión: una de esas innobles galeras romanas en cuyas bodegas trabajaban con remos los esclavos, encadenados unos a otros, en su lugar de dolor y de muerte. Y pensaba que al menos hoy, que finalmente hoy, después de tanta amarga experiencia, después del espectáculo de tanta innoble violencia enemiga, nosotros anarquistas finalmente nos habríamos encontrado de acuerdo sobre la valoración de los gestos de revuelta que explotan de vez en cuando en nuestras filas. vim vi repellere – rechazar la violencia con la violencia. Pero vuestro artículo, compañero De Santillán, me hizo pensativamente reflexionar; me ha señalado dolorosamente cuán lamentablemente todavía estamos lejos de una mentalidad adecuada a las exigencias cada vez mayores de guerra social; en la lucha contra el enemigo. ¡Ah! Entonces, ¿vosotros metéis sobre el mismo nivel de evaluación, la violencia anarquista y la violencia fascista?
Pero los fascistas golpean para amordazar, para dominar, para esclavizar, para encadenar a todo un pueblo dentro una prisión de terror y de martirio. Los anarquistas golpean para encender una llama en esta noche profunda: para arrancar las horribles cadenas que nos hacen viles y ineptos: para decirle a la multitud: «Levántate y camina». Los unos son la mano negra de la reacción, los otros el ala blanca palpitante de la libertad: los unos son unos asquerosos sicarios pagados a un tanto por cada cabeza que cae: los otros dejan la cabeza en la horca, o la vida en las galeras.
¿Nosotros auguramos una sociedad basada en el mutuo acuerdo, sobre el amor y la justicia? Muy cierto. Pero si compañeros, si nuestros amigos, con el corazón envenenado por tantos dolores, con el alma llena de hiel por tantas injusticias sufridas o vistas sufrir, reprenden a los capitalistas y a los banqueros, a estos corruptos ladrones legales, oh, no temáis, un poco, solo un poco de las inmensas riquezas que ellos han robado a manos llenas; si compañeros y amigos nuestros, con la garganta llena de lágrimas y la boca llena de amargura, hacen escuchar el rugido de la dinamita, nosotros, propio nosotros tenemos el derecho a rechazarlos y a condenarlos en nombre de la opinión pública, o en nombre de un ideal de amor y de justicia?
¿La opinión pública? Esta se puede dividir en dos categorías. Aquella que nosotros no despreciamos y a la cual dirigimos preferencialmente nuestra propaganda, y aquella que es, y que quedará al otro lado de la barricada. Pues bien, mientras nosotros no debemos contribuir con nuestras ex comunicas a hacer que la primera sea más temerosa y más sorda a la voz de la revuelta, debemos en cambio ignorar la opinión de la otra. ¿Y qué nos puede interesar, de hecho, la opinión de la gente a las que detestamos en virtud de nuestra moral, y a las cual, en primer lugar, nosotros negamos todo derecho a erigirse en jueces, desde el momento que es esta la acusada y nosotros los acusadores?
¿El ideal de amor y de justicia? Pero el prisionero que quiere a toda costa reconquistar la libertad y abrirse una vida de paz y de cariño, recurre necesariamente a un acto de violencia para encontrar un camino libre. Pero el cirujano que quiere salvar al enfermo no duda en sumergir su bisturí en la carne del paciente; no duda en quitarle una parte del cuerpo para que el corazón y el cerebro no dejen de vivir.
Nosotros debemos iluminar las mentes, nosotros debemos hacer un trabajo de persuasión y de propaganda para formar las conciencias del mañana; esto es cierto. Pero cuando delante a tanta opresión que impide incluso respirar, cuando ya no se encuentra descanso, tantas son las voces que se elevan desde las tumbas sin vindicar; si la angustia de uno de los nuestros estalla y excava, aunque sea con una masacre sangrienta, nosotros debemos sentir un grande, un grave y único deber. Aquello de estar cerca a este joven valiente, y extender los brazos, porque entre tantos insulto, calumnias y maldiciones, el encuentre un poco de consuelo en el cariño de sus compañeros.
Y nosotros que muchas veces, con la palabra y con el escrito, hemos denunciado las criminales injusticias de las cuales estamos rodeados; nosotros que repetidamente, y con la palabra y con el escrito, hemos luchado por la necesidad de la revuelta; nosotros, de la que quizás alguna frase apocalíptica se haya grabado en la joven mente que hoy ha actuado; nosotros debemos sentirnos de alguna manera responsables de su gesto; responsables morales, y como tales, de nada renegar, no renegando él, ¡el vengador!
¡Así que vosotros querríais solamente lo estético y, clásico atentado de la pureza de Plutarco! Bresci, por ejemplo, que se levanta pálido y impasible ante el rey, al frío y cínico responsable de las masacres de Lunigiana, de la Sicilia y de la Lombardía. ¿Y quién no querría esto? Pero los tiempos han cambiado y los acontecimientos de estos últimos años nos deben hacer sentir la necesidad, las exigencias de la revuelta y de la conspiración subterránea, para repeler a un enemigo atacándolo con sus propias armas.
Para repeler a un enemigo que es vil cuando asalta: para repeler a un enemigo que, sabiendo muy bien cuánta sangre le gotea de sus manos, se arma y se esconde y se rodea de todas las precauciones posibles, para evitar el gesto del justiciero hacia aquellos que quieren atacarlo al abierto. Hay algo en la vida más grande que la casuística posta a guarda del templo: el dolor y el sufrimiento humanos de los cuales está impregnada la idea.
«Una vez Jesús pasó un día de sábado por los sembrados, y sus discípulos tuvieron hambre y comenzaron a arrancar las espigas y comérselas». A los fariseos que acusaban a estas personas de haber hecho aquello que no era lícito hacer en sábado, Cristo les respondió: «Ahora yo os digo que aquí hay algo más grande que el templo. Y si supierais que cosa significa: quiero misericordia y no sacrificio, vosotros no habrías condenado al inocente».
Hoy, toda una nación está dominada por puñales y garrotes. Hoy miles y miles de hombres están esparcidos por el mundo, sin cariño, sin familia, sin recursos. Hoy cada uno de nosotros es una angustia viviente, que aún encuentra la posibilidad de vivir en la fe, que única riqueza entre tantas ruinas, les ha quedado en su corazón. Hoy solo hay cadáveres mutilados y ensangrentados a nuestro alrededor: hecatombe sobre hecatombe, y vosotros podéis sutilizar, podéis sofisticar sobre las distinciones de un incalificable tolstoísmo, vosotros podéis hacer del cerebralismo, vosotros podéis conmoveros, cuando estáis al otro lado de la barricada, sin que de vuestras filas sea estado enviado una caballeresca tarjeta de presentación, un reparo salta al aire, o una innoble fortaleza se derrumba y se desmorona? ¿Es en nombre del sentimiento que vosotros habláis? Pero en las luchas sociales, el sentimiento que no se fusiona con la razón y a la lógica puede compararse con esas pompas de jabón de nuestra niñez dorada y lejana. Con cuanta gracia, con cuanto atención, con qué entusiasmo soplábamos en la pajita de madera. Era en aquel trabajo toda la tensión de nuestra pequeña y hermosa alma infantil. ¡Pero Ay! Los vario pintos, minúsculos castillos y las lumias plateadas y las velas y las pequeñas barcas, todo vivía por un instante, ¡solo un breve instante todo desaparecía con las pompas de jabón! ¿Es en nombre del amor que habláis? Pero en el campo social, el amor que no es hijo del odio es un estéril palo, no es un árbol fructífero. No tiene raíces en la tierra; no bebe sus jugos zumos: no se alimenta de vigorosa linfa: no respira y no vive, no da las reparadoras sombras en los bochornosos mediodías: no concibe, ni germina en los meses de nevoso silencio. Es madera desprendida del cielo y de la tierra: es madera seca y aislada que se deja devorar por el tiempo y la carcoma. ¿Es en nombre de nuestras instituciones que nos son tan queridas, y que nos han costado tantos sacrificios, es en nombre de ellas que vosotros habláis? Pero el mismo militarismo nos enseña alguna cosa, cuando en las horas de lucha y de las necesidades extremas, hace saltar las mismas fortalezas que él ha edificado con dispendio de tanto trabajo y de tantas riquezas.
Compañero De Santillán, yo os he conocido en Berlín, en los primeros días de mi exilio, cuando las heridas aún estaban frescas, pero no dolían tanto como duelen hoy, que no quieren cicatrizar. En repetidas ocasiones hemos hablado de nuestras ideas en vuestra pequeña habitación atestada de libros, en la habitación en la cual pasabais días enteros encorvado sobre el trabajo. Aceptar este reclamo mío con ánimo de hermano y, reuniros un poco sobre estas mías reflexiones. Que yo he visto a mis mejores compañeros caer traspasados en la terrible refriega; que yo he visto a mis mejores compañeros arrojados y encerrados en las más horribles cárceles; que yo he visto a mis más queridos compañeros esparcidos por países de los cuales no conocen ni las gentes, ni el idioma; solos, y a menudo sin un centavo; solos y, a menudo, sin pan. Y cuando algún rebelde surge de repente entre nosotros, y cualquier gesto suyo de venganza aplasta algo de este viejo edificio en el cual estamos encadenados, yo le tomo la mano y le digo: «Coraje; ¡Viva la anarquía!».
Virgilia D’Andrea
Fuente:
//ilrovescio.info/2021/08/04/ma-vi-e-qualcosa-di-piu-grande-del-tempio-a-proposito-di-terrorismo-rivoluzionario/
Notas:
[0] Aquella de Virgilia D’Andrea es una vida breve e intensa de pasiones políticas, encerrada entre los libros y las persecuciones. Cuando en el 1922 publica su primer libro de poesías, Tormento, el 13 marzo del 1923 un solerte funcionario de la Comisaria de Milano la denuncia por vilipendio y instigación al odio de clase. También cuando, once años después, en el exilio americano, publica Antorchas en la noche – un libro que nace en el dolor y en el sufrimiento – la edición no puede circular en Italia, donde llega solo alguna copia.
+info: //www.liberliber.it/mediateca/libri/d/d_andrea/torce_nella_notte/pdf/d_andrea_torce_nella_notte.pdf
[1] En el feroz clima social del llamado «bianual rojo» que precedió a la marcha sobre Roma, la alta burguesia milanesa solía frecuentar el club Kursaal Diana, para realizar actividades deportivas, culturales y recreativas.
El ataque fue diseñado para golpear al comisionado Giovanni Gasti quien se cree residía en un apartamento encima del teatro. En la noche del 23 de marzo, se colocaron 160 barras de gelatina explosiva en una canasta, se cubrieron con paja y botellas vacías, luego se colocaron cerca de la entrada reservada para los artistas que conducía desde el hotel a la sala de espectáculos contigua.
A las 22.40 horas, tras el largo trino que finalmente anunciaba el inicio del espectáculo, el numeroso público tomó asiento y fue en ese momento cuando estalló la bomba, destrozando la mampostería e invadiendo las primeras filas de espectadores y el foso de la orquesta. Unas 80 personas resultaron heridas y 17 fallecidas, destinadas a convertirse en 21 en las próximas horas.
Las investigaciones fueron iniciadas y coordinadas de inmediato por el comisario Giovanni Gasti, presente en la sala, dirigiéndose al joven anarquista Antonio Pietropaolo, capturado tras escapar de un carruaje detenido en el retén de Corso Monforte, en el que luego se encontraron dos revólveres y unas granadas de mano. .
Al mismo tiempo, una escuadra de acción cercana, recordada por el rugido, decidió una acción de represalia inmediata que se llevó a cabo lanzando bombas contra la nueva sede en construcción del periódico socialista Avanti, en via Ludovico Settala, y prendiendo fuego a la redacción del periódico anarquista Umanita Nuova, en via Carlo Goldoni.
A las pocas semanas, el arresto de Pietropaolo fue seguido por decenas de arrestos realizados en el medio de los anarquistas individualistas de la provincia de Lombardia. Algunos sospechosos, como Pietro Bruzzi, lograron escapar y refugiarse en el extranjero.
El juicio contra los terroristas anarquistas, se inició el 9 de mayo de 1922, ante la Corte de Assise en la Plaza Fontana y en la misma sala donde se había juzgado a Gaetano Bresci. El 1 de junio se dictó la sentencia que identificó como los autores materiales de la masacre y condenó a cadena perpetua a Ettore Aguggini, de 19 años, de Bergamo, y Giuseppe Mariani, de 23, de Mantova, y Giuseppe Boldrini, de 28, que siempre lo harán. Proclamarse inocente. Los otros 16 imputados, considerados cómplices, fueron condenados a penas de entre 15 y 4 años de prisión.
Mariani dijo sobre la masacre:
«… se ha acreditado la historia «habitual» del anarquista que, abriendo la puerta de un teatro, difunde la muerte y el terror, consciente y voluntariamente. Esa noche la carga de explosivos fue depositada fuera del teatro, con la intención de impactar no en el teatro sino en el hotel de arriba – que, según información entonces en poder de los atacantes, servía regularmente como lugar de encuentro entre Benito Mussolini y el comisionado de Milano Gasti, ambos enemigos acérrimos de los anarquistas y odiados por estos últimos, en particular, se creía que esa misma noche Gasti debería estar en ese hotel».